Oh I'm just counting

Cambios. Por Jorge Orellana Lavanderos. Ingeniero, escritor y cronista

Sus palabras desataron una instantánea ola de frustración que se extendió sobre mí despertando una impostergable sensación de agobio que me transfirió la abrumadora carga del arrollador paso del tiempo.  
 
-Honestamente, estás corriendo más lento. – Había expresado el joven con que trotaba, descargando sobre mí un implacable peso, y su espontaneidad, curiosamente, me indujo por añejos pasadizos de mi vida laboral, mientras circundaba el valle por la ondulante ribera del río…
 
Luchábamos, hace ya muchos años, contra una crisis que asolaba a la región y yo acababa de finalizar mi primer trabajo como administrador de una construcción, cuando el azar, preñado en apariencia de infortunio me llevó a dirigir una obra en una localidad rural, al sur de Santiago. Ese trabajo quedaría grabado en mi vida como un lento y paulatino descenso al infierno. Impotente, vi como la colocación de cada tubo que el contrato demandaba, representaba un costo muy superior al calculado. El gasto en agotamiento - ante la incesante y agresiva presencia del agua - pulverizó mis estimaciones presupuestarias. Tenía que instalar en el lecho del río - bajo la calzada que debía demoler - algo así como cinco mil tubos de 6 metros. ¡Tempranamente condenado! Mis errados cálculos harían perder a la empresa un monto equivalente al contratado, es decir, el costo total del proyecto doblaría mis iniciales estimaciones. ¡Debía estar ahí y prodigarme para entregar la obra en el menor tiempo y con la menor pérdida posible!
En aquel escenario de persistente angustia y culpa, una noticia vino a alertarnos sobre el estado de salud de mi pequeña hija: padece una cardiopatía congénita y su vida será breve, anunció impertérrito el eminente doctor, clavando una aguda lanza en mi pecho.
 
Hace un rato – pienso ahora mientras corro – una amiga escribió: Camila nació como una guerrera, hoy a sus veinte años, está gravemente enferma, y esto que me está pasando se me antoja como un mensaje para disfrutar cada momento como si fuera el último… He sido – agrega – de aquellas personas que por los compromisos ha postergado lo fundamental, sin pensar que la muerte es nuestra fecha de vencimiento…
 
Y yo volví a sentir el despiadado rigor, asfixiante, que al despedir al doctor en la lejana primavera del 84, me forzó a seguir. No cedí y seguí adelante con la sombría rutina de mis cuentas, pues sabía que mi hija estaba cuidada por las mejores y delicadas manos de su madre. Piadosos, los jóvenes hoy ceden ¿Será que ellos tienen una distinta concepción del rigor?
 
Un día, estábamos en la consulta, en frente, tal como nosotros, otra pareja esperaba su turno, cuando tuvo lugar un extraño incidente que hasta hoy, al recordarlo, me conmueve. Súbitamente sorprendido, dirigiéndose a ella, el hombre preguntó: ¿Y el anillo? ¿Qué ha ocurrido con tu anillo?
 
Advertí un evidente temblor en sus labios y umbrosas nubes en su mirada de desconcierto, que sin temor, extendían una sombra de recato de quien sin abrigar culpa se avergüenza de su candidez al desnudar la inocencia que la hizo víctima de un engaño. Empequeñecida por la pena y disminuida al interior de un abrigo roído por la lluvia y gastado por el tiempo, reveló: Llegaba al hospital, un poco antes que tú, cuando me abordó una gitana – balbucea estremecida. ¡Sanaré al niño! Pero debes darme tu argolla para invocar un conjuro. ¡Ya te la devuelvo! ¡Confía mujer!
 
Se desató al interior de la atribulada mujer la esperanza que guía la irracionalidad del desposeído, ¡La lógica agonizó mordida por la ilusión! Hubiera dado lo que me hubiera pedido – continuó ella llorando ante la emoción del hombre que la abrazó con amor – por el sueño de que nuestro hijo mejoraría. Y continuó - la gitana cogió el anillo, lo puso al interior de un pañuelo, jugó con él, rezando unas palabras extrañas, me confundió y luego de un rato sentenció: ¡Ya basta, tu hijo sanará! Pero debo guardar el anillo. ¡Y yo no la contradije para no romper el hechizo! Y en su ultrajado desconsuelo rompió en desatado llanto, aferrada al pecho del hombre que la contemplaba con el rostro trémulo de amor y compasión.       


Nos miramos con mi mujer, y lloramos con ellos, porque su dolor y anhelo eran los nuestros. Nuestra desesperación hace que a veces nos aferremos al nimio instante que provee la esperanza de un relámpago, efímera, por la que sin embargo estamos dispuestos a darlo todo.     

El cielo se ha encendido con el misterio que arde en el ocaso, meditan los hombres a esta hora, corriendo entre alboradas y crepúsculos, y aunque los cambios entre un día y otro parecen imperceptibles, vaya como hemos cambiado en las cuatro décadas transcurridas. Para enterarme entonces sobre la salud de mi pequeña hija - desde mi trabajo en el sur - acudía a la oficina de teléfonos, en donde una operadora se comunicaba con una central, le daba el número que yo había solicitado y después de un rato, me anunciaba la caseta en la podía atender mi llamada. Hoy, un whatsupp nos permite la comunicación permanente; con la llegada de cada Navidad, me extasiaba entonces acumulando tarjetas navideñas, difumadas hoy, y cada vez que debía comprar un material para mi obra de construcción, recurría a las páginas amarillas, cuya sola mención motiva risa entre los lectores jóvenes que no alcanzaron a conocerlas; se baten en retirada las bibliotecas y hasta el diccionario resulta innecesario; algunos – en una conducta que nunca adoptaré porque me deleita el olor a hojas viejas de un libro - leen textos digitales.

Charlaba en los escasos momentos que nos lo permitíamos con mi jefe de entonces, cuando con treinta años hacíamos planes que se extendían hasta nuestra vejez, trabajar de por vida en una empresa era lo deseado y aunque no fue así, porque las implacables necesidades cotidianas y mi ansiedad por reinventarme en el incesante y nunca entendido juego de la vida separaron nuestros caminos, persiste hasta hoy entre ambos una peculiar y sincera forma de amistad.

Y…? ¿Cuánto dura hoy un empleo? Cierto individualismo - del que nunca me eximí en el trabajo ni en el deporte - lleva a los jóvenes hoy a deambular por erráticos trabajos en que no está ausente el privilegio por la independencia, afanados en la realización de sus propios proyectos. Por definición, el objetivo de la empresa debe orientarse a servir: a las personas a quienes toca el servicio y con igual énfasis, a quienes hacen el éxito en la gestión de la empresa, y debe estar al servicio del hombre, para que éste libremente decida - sin olvidarse nunca de él mismo – cuanto de sus capacidades está dispuesto a entregar a la empresa.

No hay gran diferencia entre mi generación y la actual, pero ha cambiado el aporte que cada uno entrega hoy a la empresa, y la generación mayor tiende a sospechar del joven que detesta cierto compromiso con el rigor, pero creo que aquello es solo falta de madurez. El que desarrolla feliz un trabajo finalmente cede al beneficio del rigor que reporta siempre un mejor resultado en la vida.

La humildad además, evidencia que no es conveniente empoderarse por anticipado de los beneficios que otorga un cargo, ya que estos fluyen naturales con el cumplimiento de las exigencias que dicho cargo impone. Y la vocación en la realización de un trabajo amado puede conducir hasta un estado de éxtasis ¿De otra manera, como explicar que Miguel Ángel en cada amanecer acudiera, sin interrupciones, a la Capilla Sixtina para plasmar sobre sus cielos sus inigualables frescos?

Me ha hecho pensar la madre de Camila en mi propia hija, y evocar la tristeza de momentos que con su recuerdo traen el insuperado dolor de su ausencia y vuelve a fustigarme el ineludible remordimiento por el poco tiempo que pasé con ella, y la persistente duda muerde mi alma una vez más, pero he tenido la fortuna de estar acompañado en este trote por el melancólico regreso de su inolvidable presencia que, como cada vez que reaparece, restalla alegre, volcando sobre mi espíritu el inextinguible regocijo de su imagen. Como una mariposa, se acerca en esta ocasión hasta mi oído y desliza - en fragante susurro de su dulce aliento - la respuesta que siempre he estado buscado, y el júbilo se extiende generoso por mi rostro hasta inundar mi alma con deleitosas chispas de placer.       

Como en un maratón – dice en su mensaje la madre de Camila - siempre hay que ir hacia adelante, no porque detrás haya gente sino porque hay mucha gente adelante que nos lleva ventaja, y yo abrigo la última certeza que este trote me entrega: Será Camila quien - en un día muy lejano aun para la exigua vida de un hombre - despedirá a su madre, y no al revés, como ella teme en forma infundada.