Oh I'm just counting

Acoso. Por Jorge Orellana Lavanderos. Ingeniero, escritor y cronista

Es mi último trote del año, correré y luego intentaré dormir una siesta, así tal vez no tenga problemas para llegar despierto a la imprecisa hora del cambio de un día por otro, que hoy, con marcada precisión, ocurrirá a las doce de la noche. Al salir, curiosamente - aunque la cocina de mi casa está inactiva – percibo un apetitoso aroma a pavo asado. ¡La ansiedad por el tradicional plato me permite disfrutar de su delicioso aroma!
 
La calle luce silenciosa, adultos y niños parecen haber adoptado la decisión de dormir para extender la jornada de Año Nuevo. Los perros descansan, los patos del estanque reposan sobre aguas quietas y las aves, en el cauce del río, se suman a la modorra del incipiente verano. Interrumpe el silencio de la apacible tarde una voz interior que viene a dialogar conmigo, siempre abierta a cualquier debate.
-¿Ahora que se acaba el año, hay algún tema que hayas deseado tratar y no te atreviste? – lanza desafiante como si me conociera desde siempre, y me deja estupefacto, porque su perspicacia ha dado en el clavo.
-Sí, reconozco de inmediato, pues no hay secreto entre nosotros, aunque estoy consciente de que ya no podré retroceder.
 
-¡Cuéntame entonces! – me insta con rasgos de femenina curiosidad.
-Leí hace unos días un artículo sobre una materia que me interesa abordar, y que no he tratado antes por el temor a ser mal interpretado.
-¿Tienes dudas sobre tu capacidad para expresar con claridad una idea?
-Puede haber algo de eso, pero por la sensibilidad del tema, me preocupa la interpretación que puede darse a mis palabras.
 
-¿Le temes a alguno de los tantos sesgos instalados en nuestra comunidad?
Sí. ¡Eso es! Y continúo - Hace unos días una modelo reveló acusaciones contra Woody Allen. Asegura que, en 1976, a los 16 años, tras coincidir con Allen - entonces de 41 - en un restaurante, le dejó sus señas, que el director aprovechó para iniciar un romance que nació y se desarrolló en la Quinta Avenida, en un departamento que miraba al Central Park. Confiesa no estar arrepentida, y afirma que la relación contribuyó a su formación y declara que el espíritu del affaire fue plasmado por Allen en su película Manhattan.
 
-Siempre que una persona ejerce una forma de poder sobre otra, la relación es condenable porque la desproporción entre las partes dificulta a una, la posibilidad de poner fin al asunto, lo que puede llevar a una condición de inaceptable abuso– declara con seguridad la voz e insiste - el vínculo afectivo entre un maestro y su discípulo, en términos genéricos, es muy delicado, y puede derivar en serias implicancias.
 
-Tienes razón, hay fronteras que es mejor no traspasar, sin embargo, esa es una conclusión lógica: ¡No resulta conveniente! Pero la atracción de una persona por otra surge desde el ineludible mundo de las emociones, en que se satisface un impulso sin medir las consecuencias del acto.

-¡Debemos tener control sobre nuestras pasiones! – reclama airada la voz.
-¿¡Cuál es el límite!? ¿Quién lo define? En el caso de Allen, él recurre al lado oscuro que le pertenece, y desde ahí, con maestría, expone la expresión de su arte y su obra traduce un prístino conocimiento de la esencia de nuestra naturaleza humana. ¡Magistral!
 
-Pudo haber esperado un par de años para iniciar la relación con la chica.
-Era lo sensato, ¿Pero…? ¿Hay sensatez en las materias que involucran al corazón? Además, la moral involucrada no hubiera cambiado por posponer dos años el encuentro – replico medio amedrentado. 
 
-El conflicto de Allen es que su moral en las relaciones de pareja anticipa a su sociedad, lo que lo trasforma en un transgresor. Un ser inexpresivo, insensible a la tentación, difícilmente entenderá su conducta, con la misma lógica de que un valiente es quien no siente miedo, cuando en realidad lo es, quien logra vencerlos, y por otro lado, alguien que tenga esa motivación y se reprima, asumirá su renuncia al placer como un gesto de nobleza – señala concluyente.

-Aunque muchos actos de Allen no me gustan, no es correcto juzgarlo - 50 años después - cuando la sociedad ha cambiado en las conductas morales que la rigen. Esta circunstancia puede establecer que una denuncia actual de acoso se descalifique por extemporánea – comento.

- El mayor conflicto es la deslealtad, que siempre será repudiable, puesto que solo sirve al interés del que la comete– y me permito preguntarte – dice - ¿Qué piensas del caso Neruda? 
- Es curioso – respondo midiendo mis palabras y el contacto de mis pasos sobre el duro e irregular cemento de la acera – no he dejado de sentir afecto por Allen, en cambio, he sentido cierto rechazo por Neruda, al no poder desprenderme de su imagen condenando a una hija por el involuntario hecho de nacer con una deformación congénita. ¿Qué clase de individuo puede adoptar esa actitud con una hija en tal estado? Y me horrorizo, porque mi sentimiento se extiende hasta sus obras, lo que me impone el repudiable pecado del prejuicio.  
 
-Te has transformado en un intolerante – reclama la voz – si analizas la obra de muchos grandes artistas, descubrirás cosas que jamás soñaste. A veces, sin preguntar evitas respuestas devastadoras. Almas atormentadas viven en contacto permanente con el dolor humano y desde ahí brota a raudales aquello que nos conmueve, y esa: ¡Es la gran misión del arte!

Nos quedamos en silencio por un largo rato. Alcanzamos hasta un lugar de profundo silencio y rodeado de mansiones. Separa las calles, un amplio parque central que se ha poblado de árboles por los que la luz se cuela en desorden, generando un lugar de mágica placidez.   
-Tuviste un teatro y estoy seguro de que fuiste testigo de situaciones en que el acoso alcanzó hasta el abuso de poder.
 
-Toda forma de abuso es repudiable y se presenta en toda institución en que los hombres se relacionan. Los tiempos cambian y se modifican las conductas que nos vinculan. No eludiré tu comentario. Sí, efectivamente, observé increíbles y vejatorias formas de seducción. Diálogos descarnados y destempladas propuestas que pertenecen al mundo del espectáculo y que supongo, se originan en escenas eróticas desinhibidas que confunden al actor, qué en la pasión de su rol, proyecta tales sensaciones a la vida real. Se crea un ambiente diferente, difícil de entender en otra actividad, de similar complejidad a la comprensión de la civilidad por ciertas prácticas usadas en el mundo militar. 
- Relaciones consensuadas y la aceptación de un rechazo están permitidos, pero en ciertas ocasiones, la relación inicialmente aceptada termina en denuncia, lo que puede tener dos causas: el descubrimiento tardío de la víctima de la condición de abuso a la que estuvo sometida, o el despecho de una parte - que al ver finalizada la relación por otra - pierde los privilegios que esta le reportaba.
 
-Claro, la opinión pública, enfurecida ante las imágenes de vulnerabilidad de las víctimas, ha tenido en cuenta solo una parte soslayando la otra, y para dirimir en justicia, al legislador tiene la difícil misión de determinar si quien se dice víctima efectivamente lo es y permaneció sometida y abusada por largo tiempo o, si en realidad quien se dice víctima actúa por resentimiento ante un beneficio perdido – coincide la voz conmigo.
 
-Hubo casos – continúo – en que vi comparecer ante el camarín a hermosas chicas que sometían a un demoledor acoso a un joven y solitario actor.
-Había que estar allí para soportar tal asedio – se burla de mí la voz.
 
-Los actores – replico con ironía- tienen códigos que no transan. Cuando producíamos una obra, establecíamos una forma de cooperativa en que todos, sin importar su rol o popularidad, recibían igual remuneración, y en cada fracaso, el sistema funcionó a la perfección, hasta que un día tuvimos éxito y con él, alcanzamos resultados no imaginados. Ahí surgieron los problemas, y con ello la pregunta destructiva: ¿Merecemos ganar todos lo mismo? ¡El código había llegado a su fin!
 
Los artistas – continúo, actúan según sus emociones, y nuestros jueces dictan sus sentencias basados en la razón de la ley. Con independencia del tribunal civil al que se los someta, hay - como en la aplicación de la justicia militar - ciertos códigos que pertenecen al artista y que obligan a que trasgresiones en el arte deben ser sometidas al veredicto de sus propios pares. ¡Serán más válidos y efectivos!

-La voz se queda en silencio, y mientras el sol se pierde entre la aridez de los cerros, arroja una última pregunta: ¿Y tú, te sientes ingeniero o artista?

- Yo, en ambas áreas – respondo estirando las palabras – siempre me he sentido un impostor.