Oh I'm just counting

Agradecimiento. Por Jorge Orellana Lavanderos. Ingeniero, escritor y cronista

El rugido del viento azotando los cristales me despertó sobresaltado. La noche pareció suspenderse en un instante mágico, se detuvo, y mientras yo observaba el cielo poblado de estrellas, una nueva embestida me recordó la sensación de fragilidad que este mismo viento solía transmitirme en la niñez, cuando hacía crujir con sarcasmo las maderas de mi casa. ¡Recuperé el viento olvidado, el que sopla solo aquí!

No es sensato oponerse a las fuerzas de la naturaleza, concluyo mientras continúa el inextinguible silbido que para mí, es la furia agazapada que habita al interior del corazón del viento. 

Estoy solo en Puerto Montt, es mi primera noche en el edificio que hemos construido y que permanece aún deshabitado. He venido para agradecer a la vida, al destino, y a quien haya tenido injerencia en la veleidosa forma de ocurrencia de los acontecimientos. Compartí un día - con un hombre que ya no está - un sueño que él había incubado, que le pertenecía. Juntos alentamos el crecimiento del proyecto al que dio luz. Resistimos por un tiempo los crueles embates del mercado y superamos condiciones magras, ya no está, perdido el rumbo, hubo de alejarse, y no está más con nosotros. ¡Cómo juega el azar con el incierto destino del hombre!

Durante toda la noche, despiadado, el viento acude a fragmentar mi sueño, ¡Ya no le temo! Perdido el miedo, hoy, es un adversario que alienta en mi alma el placer melancólico de una época feliz, extinta. Persiste en su susurro inexpresable, y cada cierto tiempo, despechado, arremete con implacables ráfagas contra la estructura, que no cruje, entonces, decepcionado, se retira, pero obstinado, vuelve con inusitada fuerza, perpetuando sus indescifrables murmullos de lamentos.      

Con otros hombres, debí continuar solo y alentar la flama que se apagaba, y desarrollarla hasta llegar al día de la consolidación de una primera etapa. ¡Debo dar las gracias! Lo haré en silencio, de la única manera en que sé hacerlo, mascullando durante mi trote y meditando sobre este logro para definir mi rumbo, de igual forma, supongo, en que un escalador alcanza un hito en la montaña, se detiene, mira hacia abajo, y elige la ladera por la que continuará su ascenso.

Nuestro proyecto contempla una pista de trote que está terminada y es el lugar que he elegido para correr en cuanto amanezca este día sábado. Llevaré 52 pedazos de papel, que dejaré caer al final de cada vuelta a la pista, hasta completar los 21 kilómetros que me he propuesto hacer.

El recinto que habito se ubica entre un cerro y el mar, hacia el que miro. En un despertar, aún oscuro, veo reflejada en el cristal dispuesto entre el mar y mi vista, la imagen de un árbol situado en la colina trasera, y asemejo sus formas a la de un fastuoso castillo que emerge sobre el mar coronado por la majestuosidad del hermoso árbol. Contemplo por un largo rato el fantástico retrato reflejado en la ventana, hasta que de súbito, sin que me haya dado cuenta, el misterioso surgimiento de otro día se instala en el horizonte, como una franja horizontal apenas tenue, que raudamente se extiende y ensancha, destellando reflejos de oro y plata que van a caer al mar. ¡Habrá un día hermoso! Y yo, subyugado, observo su gestación.

A punto de levantarme, concurre un enigmático pájaro, que instalado sobre la cubierta del octavo piso parece venir a saludarme, lo atiendo, tratando de captar su mensaje o señal. Desconcertado, el pájaro me observa a través del cristal, se trata de un polluelo, lo delata la torpeza de sus movimientos y su inquieta mirada que deambula intentando descifrar el mundo en que le ha tocado vivir, y yo, intento descifrar a qué a ha venido. ¡Somos iguales!

Es hora de bajar a la pista, me visto y salgo, una garúa fina se deja caer sobre la obra que continúa su avance hacia la segunda etapa. La temperatura es grata y recién aclara, cuando empiezo a dar las vueltas que me he propuesto. Concluyo temprano que solo hay dos posibilidades, han medido mal el circuito que me han informado en 405 metros o yo estoy en muy malas condiciones, algo, que en todo caso no detecto. Pronto, establezco que la medida es incorrecta, pero decido que daré las 52 vueltas. ¡Ya tendré oportunidad de saber que distancia corrí!

Me dejo llevar por mi trote y mientras en la obra, la actividad empieza a tomar ritmo, me pierdo en el refugio de mi alma. Pasa un largo rato, me doy cuenta de cierta ausencia de oxígeno en mi mente que se embota, continúo corriendo sin atender a nadie ni a nada, de pronto, uno de mis ancestros, que pulularon tan cerca de aquí, se acerca y reclama con un lenguaje añejo. ¡Es una canallada! ¡Gente de baja estofa! Y de inmediato, hago la conexión con el misterioso pájaro y adivino lo que mi antepasado ha venido a decirme, aunque él continúa: La mofa de un rival asesinado, es algo imperdonable y debiera ser repudiado por todos los legisladores, otra cosa es simplemente cobardía.

Es verdad contesto, que un pelafustán tenga la desfachatez para calzarse una polera con la imagen impresa del único senador asesinado es inadmisible porque es algo que incita al odio. Pero… en justicia, debo hacer una salvedad, para demostrarte que estas mentes afiebradas están en cada sector extremo. Tuve una vez un Club de rácquetbol, al que a proposición de alguien bautizamos Killshot, algo así como tiro de muerte, en atención a que esta es una jugada en este deporte que paraliza al rival porque es un tiro incontestable, como un as en el tenis.

Nuestro club, se emplazaba a una cuadra del lugar en que había sido asesinado el malogrado senador, lo que dio pauta a un personaje para reclamar por lo que definió como nuestra ofensa en contra del destacado hombre público. Me negué rotundamente, porque aquello, correspondía a una interpretación rebuscada ya que por cierto, condenábamos de manera drástica el hecho. Pasó el tiempo, y un día, un cliente, se acercó a mí en la recepción para decirme: ¡Bien puesto el nombre compañero! Me quedé pasmado, frío como el mármol. El tipo corría a vestirse y no contesté, pero fue la confirmación de que - sin mala intención - el nombre fue mal elegido, pues dividía. Al poco tiempo lo cambié, y es el fin de la historia que solo quería comentarte para consignar que las ideas que se encierran al interior de la cabeza de un hombre, son de muy diverso contenido e interpretación por lo que debemos alentar la tolerancia. Miro en busca de mi ancestro, pero se ha esfumado y me queda la sospecha de si estuvo alguna vez, o fue simplemente el polluelo quien alentó mis ideas.

Corro por un largo rato, bastante más de lo esperado, termino mis vueltas con exactas 2 horas y 30 minutos. ¡No puedo haber corrido 21 kilómetros, sospecho que a lo menos fueron 24 y me alejo con esa convicción que puede ser errada, el tiempo se encargará de aclararlo.

Subo al departamento y me extasío con la vista de la bahía, desde la Isla de Tenglo, hasta la Puntilla de Pelluco. El día se abrió mientras corría, se oye el vibrador de inmersión y la bomba de hormigón que - en este día luminoso - motiva a los artesanos de la construcción a seguir plasmando el crecimiento de la ciudad.  
 
Durante mi niñez, mi cuarto miraba hacia el mar, y con desplante, cada mañana yo me levantaba, y apoyado en la ventana, observaba la bahía. Muy poco tiempo después, mis padres debieron deshacerse de la casa, y muchas veces pasé por fuera sin atreverme a entrar, porque no quería remecer ni alentar recuerdos. Pasaron así muchos años y la casa mantuvo siempre los colores con que mi padre la había pintado, y en el patio, continuó creciendo el rododendro que mi madre había plantado tantos años atrás.
 
Fortuitamente, un día, alguien comentó: tu casa está en venta. Hice una oferta y recuperé la casa. Entonces, controlando la emoción ante los otros, subí a mi cuarto y miré hacia el mar, pero me volví, decepcionado. Entre mi casa y el mar se habían construido muchos edificios, y la vista que me habían dejado solo me permitía ver retazos de mar. Había recuperado la casa, pero no recuperaría la vista al mar.

Ahora, desde el octavo piso, recién lograba tener la vista de entonces. ¡Eso era lo que había venido a agradecer! Me quedé pensando un instante y cavilé mi conclusión: Nací escuchando el rumor de las olas y crecí mirando el mar, tal vez, tenga la suerte de también, morir mirando al mar.