La tarde se interna en las primeras sombras del crepúsculo, la casa se ha vaciado y aun reina, flotando al interior de sus muros, las risas y la inefable presencia de mis nietos, y aquello que ya inicia su viaje hacia un camino deineludible nostalgia, horadacon pesada letanía la soledad en que he quedado, porque un hachazo brutal del destino – inexplicable -ha roto la armonía. ¡Y no puedo entenderlo! mi limitado intelecto se resiste a asumirlo, y a la hora de oración y reflexión, no encuentro las respuestas que mi alma herida clama con angustia.
Había amanecido hoy -por el cambio horario - más temprano que ayer, y el sol se anunciaba como un poderoso destello de luz tras las montañas del oriente y todos nos vestimos optimistas para enfrentarnos al milagroso prodigio de un nuevo día. ¡Nada hacía presagiar el inescrutable futuro que la providenciaaprisionaba en su seno!
Surgió de pronto un torrente de luz que se derramó generoso y la mañana deslumbró con gallardía. ¡Treinta mil corredores irrumpieron desde cada punto cardinal para congregarse en la plaza! Frente a la Casa de Gobierno, me aposté junto a mi hijo - temeroso de mi incierto desempeño deportivo - en la línea de partida para correr los 42K. Saludamos a una pareja de amigos, nos deseamos suerte y esperé… Más allá, en algún punto cercano, en espera de su propia largada, en similar rutina, hacían tiempo cuatro compañeros de grupo que correrían los 21K.
La serena mañana otoñal - en comunión con la naturaleza - daba cuenta de la felicidad apacible que nos invadía, aquella satisfacción que nos hace sonreír y nos enmudece por el placer de contemplar en torno nuestro la armonía de la creación. De súbito, un estruendo, como un relámpago fugaz, anunció la largada, y la masa seinundó del desatado jolgorio que dio paso a la fiesta. ¡Todos! Como en un campo habitado solo por niños, ¡Seríamos iguales! Unidos por la ilusión del desafío y la tentación de exigir a nuestro cuerpo hasta su máximo esfuerzo.
Temprano, mi tranco me anunció que seríauna jornada dura, calurosa, y me vino el recuerdo de Chicago, año 2007, alta temperatura y humedad. Temprano sufrí el embate y ahora, doce años después, percibo la similitud con la distante maratón. Temprano asumo el fracaso, quejumbroso, mi cuerpo se resiste en silencio, sucumbe a la exigencia a que lo sometoy me resigno dolido, rengueando, no quiero dañarlo más allá de lo prudente, no arriesgo lesionarmey junto a mi hijo, que solidarizó conmigo, nos despojamos del número de competencia y nos vamoscaminando como viejos camaradas - ¡Hermanados por mi fracaso! –Fuimos por calles que me recordaron antiguas moradas de mi inicio laboral. 42 años atrás – le digo. Un año por kilómetro – comenta, y reímos rememorando a Matusalén, el longevo patriarca antediluviano.
Minutos más tarde, uno de nuestros amigos, pasó por el mismo lugar en que yo había abandonado. Llegó hasta allí en un tiempo mayor al esperado pero continuó corriendo, sintió la asfixia del aire enrarecido, notó en su cuerpo un comportamiento extraño, desconocido, y su paso se hizo lento, perdió contacto con el mundo situado más allá de la esfera que envuelve nuestra intimidad y solo oyó el ininteligible zumbido del exterior que no quiso atender y no supo descifrar, murmullos, voces, susurros ¡Nada!Siguió adelante, obstinado, como un Quijote, sin lucidez, con voluntad, bravo como cacique y porfiado como conquistador ¡Fiel estirpe de chileno! Rasgos grabados a fuego en su corazón exultante de ardiente pasión. Perplejo, sin embargo, constató que estaba tardando demasiado, pero..., continuó adelante…
Caminando, alcancé junto a mi hijo hasta Salvador con Providencia y desde ahí, más tarde, en un acierto de la organización, corrimos con mis nietos 3K, hasta la Moneda, y llamó mi atención que en esa distancia, en el tramo entre el K39 y la meta, no existiera algún abastecimiento. Recuerdo Chicago, ante las condiciones adversas, junto con definir puntos de hidratación cada dos kilómetros, la organización reaccionó cerrando la prueba para aquellos que no pasaban por un determinado punto en un tiempo máximo. Los bomberos se volcaron a las calles para mojar a los corredores, ambulancias de socorro asistían a los afectados y por parlantes se invitaba a los corredores a desistir del esfuerzo. Al terminarla, caminé desorientado, y la falta de oxígeno en el cerebro me llevó a confundir un taxi con un vehículo policial, divertido, el moreno y corpulento policía me sacó de mi error y del auto.
Después de correr con mis nietos, volví a casa, para iniciar la placenterajornada de un domingo en familia. Mientras tanto Claudio, nuestro amigo, había llegado hasta el lugar en que estaba su madre, ahí, atribulado, ante la presencia de los suyos, se desplomó para siempre. Un poco antes de las dos, un escueto mensaje en el chat da cuenta de su muerte. Incrédulo, lo comento en voz alta y se extiende un pesado silencio por la habitación, y el almuerzo para mí - atenuado por la alegría infantil - transcurre entre la aflicción y el desconcierto. Un rato después, mi nieta de seis años, que me ha observado perspicaz, me sorprende pensativo y me pregunta por el significado de la muerte. Percibo que en su juvenil rostro ha germinado la inquietante pregunta del cautivante misterio, y leo en su gesto madurez y premura. Cuando sus padres se marchan, ella se resiste, como si anhelara rescatarme de mi angustiosa soledad. Ven – le digo – te acompañaré caminando hasta tu casa.
Acepta, y ante la indulgencia de sus padres, nos vamos conversando tomados de la mano, y mi improvisada explicación del misterio, mitiga mi propio dolor, hasta que nos separamos y me acosa nuevamente la pregunta incesante ¿Por qué? Repaso los hechos una y otra vez: Se quejó de un dolor en el pecho, lo asistieron como pudieron, sin poder evitar el destino que un mandato extraño, incomprensible, le tenía reservado. La ilusión restallante de la mañana, se interna en la tarde misteriosa hasta un lóbrego recinto hospitalario. La carne henchida de brío y vigor del amanecer, yerta y desnuda descansa posada sobre los azulejos de una fría losa, mientras la tenue luz de la tarde coquetea con las tinieblas del ocaso, que ante la belleza del otoño se encuentran hasta amarse.
A la Iglesia, acude mucha gente y yo me doy cuenta de lo poco que le conocí y advierto además de lo mucho que me perdí, por no haber horadado la esfera invisible que nos rodea y que cubre nuestra intimidad. Capaz de gozar de un apasionado presente destinando su energía a nobles causas, concluí que vivió sin arrastrar ningún pesado fardo del pasado, ni la inquietud del futuro, aceptando el designio de la providencia y acogiendo alegre el presente sin intentar descifrarlo.
Pasan los días y llega al chat un artículo sobre la carrera del domingo, escrito en un diario por un conocido periodista. Su título: “Hasta que alguien murió” suena capcioso, porquetiende a inferir que la causa de la muerte radica en la precariedad de la organización, y el autor sabe que eso no fue así, por lo que su consideración junto con herir a la familia del corredor malogrado, desacredita el artículo, pues como se colige de su lectura, él se aprovecha de una desgracia para pasarcuentas pendientes a la organización, y escribir una columna con tal fin, merece mi repudio. Otra cosa es que tenga razón en varios aspectos que señala, pues como escribí en este mismo texto, la reacción de la organización ante la condición del clima, fue tardía e inoperante. Como lector, pido al periodista sacudirse del aspecto emocional y de acuerdo al conocimiento y autoridad que dice tener contribuya a elaborar undocumento que mejore la calidad del maratón, que al correrse en las calles de Santiago, patrimonio de la comunidad, deben pagar un derecho a los municipios que recorre.
Organicé dos maratones en mi vida y se de las dificultades que ello implica. He corrido 45 maratones por el mundo, en marzo recién pasado, la corrí en Jerusalén, y creo honestamente que aunque la nuestra cumple un estándar aceptable, es susceptible de mejorar, y quienes amamos el deporte debemos trabajar para lograrlo, en todo lo que guarde relación con la calidad y transparencia que el desarrollo y el negocio de este evento incluye.
Transcurre la semana, me refugio en Schubert, y el tercer Impromptus de la primera serie me estremece con la honda melancolía que transmiterta, una campanada, algo como el inicio del primer Impromptus escrito por . La mañana es brumosa y fría, buen día para el trote, no sopla una brisa y el jardín permanece inmóvil, como una pintura. Persiste mi desasosiego, una aleel afamado compositor, que flota indefinido, misterioso, implacable. No es solo la ausencia de Claudio, pues he dicho que debí conocerle mejor, ¿Qué es entonces lo que me doblega? La respuesta proviene de uno de los varios troll que comparten mi estudio: Es la vulnerabilidad de tu especie lo que te aflige – dice con su eterna sonrisa preñada de ironía – Y aconseja¡Vive el instante junto a los que amas! Porque no somos más que eso: ¡Un instante! Y lanza una sonora carcajada.