Oh I'm just counting

Bolsonaro. Por Jorge Orellana Lavanderos. Ingeniero, escritor y cronista

Desde los jardines del barrio, sumidos a esa hora en el silencio apacible que un perro - alertado por los rítmicos pasos de los corredores – interrumpe, bruscamente brota, transportado por la fresca brisa primaveral, la esencia de frugales aromas. Quebrando la armonía del irrepetible instante, uno de los cinco deportistas pregunta al lote, que lucha con el pronunciado descenso, esforzándose por controlar la inercia de sus cuerpos que amenaza con desbocarlos por la empinada calle. 
 
-¿Qué les pareció el triunfo de Macri? – Sin permitir que su voz delate la sorpresiva alegría que la noticia le ha producido, y espera un prudente lapso, sin que el resto, entre los que están algunos adeptos a nuestra vieja concertación, responda a su pregunta.

-Parecía difícil que los Kirchner perdieran el control del país, pero creo que será un buen cambio – insiste el mismo, con la esperanza de ser atendido esta vez, y perdía ya la paciencia, cuando desde atrás, interviene una voz femenina.

-¡Fascista! – Fue el escueto y lapidario comentario, coreado por las risas de los otros, que transportó al aludido a un lejano recuerdo de infancia: Jugaba en la calle, que en aquel entonces conocía apenas del tránsito de autos, cuando vio pasar, en dirección a la iglesia - acompañada por otras ancianas- a su abuela, pequeña y delgada, con la barbilla levantada y la cabeza erguida - como la llevan quienes no temen más que a la ira de Dios - que coronaba con un reluciente moño que ataba sus espesos cabellos negros. En aquel instante, pasó frente a ellas un grupo de muchachos humildes – muchachones, era como ellas los llamaban - portando la ilusión y el júbilo que invadía a la ciudad, cuando alguien del grupo gritó: Lo primero que haremos cuando lleguemos al gobierno, será cortar el moño a estas viejas momias – lo que fue celebrado con sonoras risotadas por los otros, mientras todos se perdían calle abajo.
 
Consternada, la vieja abrió con desmesura los ojos y se llevó las palmas de ambas manos a la boca para expresar la frase que ahora, al ser tildado de fascista, acudió a la memoria del corredor: ¡Los comunistas no tienen Dios ni Ley! Estoy segura – agregó al borde de la histeria – Que si ganan van a comerse a los niños. Ese era, en el Chile de los años 60, la lógica que los conservadores, temerosos de los cambios que anunciaba la fuerza de la masa inquieta, habían instalado en la ciudadanía. 

A casi 50 años del triunfo de la Unidad Popular, ha habido en el país muchos cambios, pero hay aspectos que habitan al interior del hombre y tienen su raíz en la desconfianza ante cualquier forma de cambio. Cuesta remecer viejas y anquilosadas estructuras.

Se alejaron las golondrinas de nerviosos y veloces desplazamientos sobre el río y otra vez fue invierno. Abrigado, con las montañas blancas al fondo, el grupo corrió por las mismas calles. Sus cuerpos registraban el milagroso proceso en que activos microrganismos vaciaban las toxinas generadas y las incineraban, para usarlas como fuente de energía en el metabolismo de ese mismo cuerpo. ¡Sincronía perfecta entre el cuerpo y la naturaleza! El mismo de hace unos meses interrumpe nuevamente.

-¿Qué les parece el triunfo de PPK en Perú?

-Cae la dinastía de los Fujimori. Es la respuesta que se escucha y el grupo sigue su marcha en silencio.

-¿Qué está ocurriendo en el mundo? ¿Por qué se ha volcado a la derecha?

Igual que todos los chilenos que tenían más de 50 años, todos ellos habían sido marcados por el proceso político del país: Primero fue el sueño de la Revolución en libertad. Con el desencanto del fracaso de la utopía se instaló en el país, por la fuerza de las armas y con la fuerza del sentido común un gobierno autoritario que decantó hacia una Dictadura, que violó los derechos de sus oponentes. Más tarde, otra vez Democracia por casi 30 años. Entre los corredores había algunos activos participantes del proceso político reciente, y solo uno de ellos, casualmente el que abordaba al resto con la impertinencia de sus preguntas - por ser el mayor - contó con pleno uso de razón durante el período completo en que ocurrieron los hechos, el resto, se había enterado del inicio del proceso por fuentes ajenas, por lo que anidaba entre ellos, para uno y otro lado, el inevitable sesgo de la diferencia entre vivir y leer la historia. 
 
La vida sigue su curso incontenible, arrastrando las penas y alegrías de los hombres. Crecen las dificultades para los gobiernos de los países. El trote en el grupo es de un cauteloso silencio frente a las novedades políticas. Los casos de corrupción se instalan en las noticias. Aumenta la inseguridad y se incuba en la población el sentimiento de engaño y vulnerabilidad.
 
Han vuelto las golondrinas a sus vuelos rasantes sobre las inquietas aguas del río. Nadie duda del triunfo de Clinton. ¡Es imposible! Cómo un tipo tan vulgar podría ganarle a una dama – ironizan algunos, sin embargo, aun obteniendo menos votos, el sistema existente en los Estados Unidos, permite al republicano Donald Trump, sorprender al mundo y ganar las elecciones del país más importante del globo.
 
-¿Quién crees que ganará mañana? – Pregunta el más político al más viejo, mientras trotan optimistas, tal vez por la endorfina que sus cuerpos van generando por las calles del escondido valle, aunque ambos saben que sus votos son de signos opuestos y que solo uno vencerá.


-Mañana ganará Chile, contesta el viejo, ante la decepción del otro, y no sé quién triunfará, pero sospecho que lo hará por una contundente diferencia, lo que me gusta, porque legitimará cualquier resultado. 

Ha pasado casi un año, y nuevas golondrinas se ciernen en vertiginosos vuelos sobre el imperecedero río. El nuevo gobierno lleva un poco más de medio año. Sagaz, el Presidente ha intentado conciliar el cumplimiento de su programa con la voluntad de la ciudadanía. Los políticos de hoy, en su renuencia a enfrentarse a la masa, denotan su falta de liderazgo, que consiste justamente en proponer caminos de audacia, y no en ajustar la agenda a la pobre exigencia de la multitud. ¡El líder señala el camino! Y aunque las expectativas económicas se han postergado para el próximo año, el evidente desconcierto e incapacidad de recuperación por parte de la oposición ha facilitado el andar del gobierno.
 
Veleidosa, la mañana de primavera es helada, se ilumina por un rato, pero vuelve a oscurecer de prisa. A unos metros de mi trote, un zorzal aguza el oído en espera de un sonido que acuse la presencia del gusano que le proveerá alimento. Esta misma mañana, en Brasil se celebra la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, y todo hace suponer que triunfará el candidato de derecha.


-¿Qué nos ha pasado? – pregunta alguien en el trote, en algo que parece esbozar una autocrítica.

-Es increíble que la izquierda, aun asumiendo la continuidad del sistema neoliberal desde el reinicio de la democracia, se haya negado a reconocer frontalmente, que ha sido ese el éxito que el país ha tenido en los últimos 30 años. Ha persistido, con majadería en un gastado mensaje que fastidia a la opinión pública, mientras hemos presenciado que países que hacían gala de sistemas económicos socialistas, con total desparpajo, han instaurado en sus economías los postulados del capitalismo.
 
-Es verdad – dice otro con melancolía. Hay gente que se comprometió en el mundo por el socialismo, se jugaron la vida por un sistema muerto, y hoy, navegan a la deriva, frustrados, sin ánimo ni capacidad para recomponerse, porque carecen de cielo.
 
-¿Y eso otorgará el triunfo a Bolsonaro?
 
-No, si es que gana mañana, su triunfo no será mérito de Bolsonaro, como no lo ha sido en general en los gobiernos de derecha triunfadores, será una derrota de su oponente y por cierto, una nueva derrota de la izquierda en el continente, que en vez de proponer acciones públicas que satisfagan las aspiraciones de la comunidad se ha dedicado a denostar a los gobernantes de derecha, lo que finalmente, pareciera favorecerlos.
 
Entre los años 1950 y 1985, nuestro país pasó en crecimiento de 100 a 137, llegando a 475 el año 2017. Aquello significa que en los primeros 35 años el país creció un 37%, mientras que en el segundo período de 32 años el país creció del orden de un 246%, es decir, casi 7 veces más que en el anterior y más largo período. ¡Esa es la realidad! Y hay consenso de que sin crecimiento jamás saldremos del subdesarrollo, y el ciudadano común así lo entiende.
 
Dentro de un rato el mundo “progresista”, que no ha sabido traer progreso, seguramente con estupor, será testigo del triunfo de un candidato insípido, que representa la última esperanza de los desesperanzados que ellos mismos han generado, y los seguirán observando, si como único argumento se apoderan del viejo eslogan de asustar a la población, instándolos a no votar por la derecha, pues sus dirigentes comen niños.