Oh I'm just counting

Break en Buenos Aires. Por Jorge Orellana Lavanderos. Ingeniero, escritor y cronista

Me detengo frente al estante colmado de libros, de entre ellos, atrae mi atención el título de una portada: “Informe sobre ciegos” de Sábato. Lo hojeo y me interno en la apasionante obsesión de Sábato y las ilustraciones del texto. Los roces de los visitantes de la feria del libro que circulan a mi lado por el estrecho pasillo, no alcanzan a sacarme del entusiasmo con que la obra ha logrado conquistarme.
 
Aunque solo me asiste la curiosidad y ciertamente mucho de avaricia por la posesión del libro, y sabiendo que con independencia del precio igual lo compraré, llamo al vendedor para preguntar su valor. Me indica el monto, pero no llego a hacer la conversión para conocer su costo, porque mi interés ya ha viajado hasta “Fausto”, de Goethe, también ilustrado, que descansa un poco más lejos, lanzándome seductores reflejos que me atrapan. Cojo ambos libros, y el dependiente - conocedor de su oficio - al detectar mis gustos, se acerca con una edición de un libro de Kafka, y sin mediar palabras, con seguro acento argentino, me plantea una invitación: Si tiene dos minutos lea la página 17
 
Al seguir su invitación, detecto que se trata de un texto breve, titulado: Somos cinco amigos, lo que genera en mí un gran asombro, porque somos precisamente, cinco seres humanos unidos por la amistad, los que estamos repartidos entre los diferentes stand de esta feria del libro de Buenos Aires. Antes de iniciar la lectura del texto, me pregunto, ¿Habrá sido simple casualidad lo que motivó la misteriosa elección del vendedor para inducirme a la lectura de ese texto?
 
Después de leerlo, comento con el hombre la sorpresa que la lectura me ha producido, y le cuento que cinco amigos estamos de paseo en la ciudad, y que almorzaremos juntos en un rato. Entonces - me indica - no deje de leer el texto en el almuerzo, y continúa con sus ajetreadas funciones, mientras yo me alejo protegiendo entre mis manos los tesoros que he comprado, celoso de cualquier mirada impertinente.
 
Conformamos un reducido grupo heterogéneo, con diversas visiones y motivaciones ante la vida, y que en el azarosoy agitado trazado denuestros recorridos, hemos hecho una pausa para reunirnos a compartir un fin de semana en Buenos Aires.
 
Nos une la afición por el trote, y aunque su práctica nos propone objetivos diferentes, existe un misterioso e indeleble hilo que nos ata en la actividad, y que nos lleva a separarnos de nuestra rutina por un fin de semana, para hurgar el interior del resto, y a través de esa mirada, encontrar en nosotros mismos las respuestas que requerimos extraer de la convivencia. 
Tal vez, la carrera de quince kilómetros en la que los cinco nos hemos inscrito, para pisar con apasionada fuerza el asfalto de las calles que circundan los bosques de Palermo, no sea más que una justificación para distraernos y sacudirnos de la rutina vacua, no del ocio necesario, que a veces nos agobia implacable.

Leo el texto, ante el silencio del resto, que para imponerse respetuoso, debe sobreponerse al descollante ego que nos consume corrosivo, porque es verdad y es justo reconocer que a todos nos gusta más hablar que escuchar, porque pensamos tal vez, que nuestras ideas son más atractivas que las del resto, por lo que escuchar llega a transformarse en un sacrificio, y tal vez sea esa otra de las causas por las que nos buscamos, para imponernos la exigencia de atender las ideas de los otros.

Alguno estará pensando en los compromisos políticos que abordará la semana que viene, otro, en el contrato que deberá firmar prontamente, alguien, en el resultado que obtendrá en la próxima carrera, y otro en la planificación de la táctica para enfrentar una futura elección. Yo, deambularé en las cavilaciones ante mi permanente conflicto entre la empresa y la escritura, que gatilla en mi interior la poderosa y ancestral lucha entre las fuerzas de la razón y del alma.   
 
Del texto, sobrecogedor, como todo lo que atañe a Kafka, me asiste la idea de que un disímil grupo conformado por algunos, pasa a ser como una sencilla máquina que funciona con la participación de cada uno de los accesorios que la componen. La espontaneidad, da curso al conocimiento de las virtudes y defectos de cada uno, lo que configura la identidad de la unidad creada. Se alcanza una intimidad propia en el lenguaje, actitudes, desenfados y redenciones, las que pasan a pertenecer solo a los integrantes del grupo, estableciéndose a veces una furiosa y otras, las más, una delicada complicidad entre todos.
 
Nos hemos vinculado porque hemos querido formar un cuerpo solidario, pero aparentemente, alcanzaremos ese estado cuando al interior del círculo cerrado en que navegan nuestras relaciones, solo haya cabida para alguien que no incomode el orden preestablecido. Como suele ocurrir en el curso de un colegio con la llegada de un nuevo compañero, el que solo será aceptado por el resto cuando cumpla con los códigos misteriosos y secretos que relacionan a los integrantes de ese curso.
 
El argumento, parece ser certero en nuestro almuerzo, que transcurre entre exabruptos libertinos que nos inhibirían frente a un invitado externo. Nos excedemos, se desata una fuerte discusión entre algunos, lo que amenaza con alterar el curso de nuestras relaciones y el destino de nuestro grupo. Se superan las diferencias, y solo si la disputa se olvida, seguiremos siendo un grupo. ¡El tiempo hablará con su voz implacable!
 
Amanece. Desde la ventana del sexto piso, observo el horizonte restallante de colores. Tenues y pálidos reflejos se intercalan entre doradas placas de cielo. El milagro del alba se instala en Buenos Aires. Los destellos mágicos del cielo bajan hasta posarse sobre el río lejano, y más acá, frente a mi ventana, los ángeles que parecen querer salir volando desde las tumbas en que descansan empotrados, se llenan de reflejos plateados.
 
Los árboles ocultan parcialmente la cúpula revestida de cerámicos que corona la iglesia, que pertenece a los mismos religiosos que un día hace un par de siglos, plantaron aquellos mismos árboles. Me ducho y me visto de prisa, calzándome las prendas que he dispuesto sobre la alfombra del cuarto en la noche anterior, y salgo en busca de la línea de partida. Algunos, más expectantes y ansiosos que otros, esperamos todos la largada, riendo satisfechos, preparados para la carrera.
 
La mañana fresca, la presencia numerosa de hermosas jóvenes, el otoño descolorido con la opacidad de sus hojas muertas sobre el césped, y nuestra costumbre de correr 21K, hacen que estos 15k, resulten gratificantes.
¡Nos dan una medalla a cada uno! Y… Recuperamos por un instante efímero la felicidad de los niños. Un relámpago agita la flama de la infancia.
 
Celebramos, el logro obtenido, en un concurrido boliche de San Telmo, con vino tinto y una parrilla generosa y nutriente. Nuestras expresiones dan cuenta de nuestra satisfacción, que por instantes es plena. Ya no queremos discutir, se alejan distantes las noticias que ensombrecen al mundo, mudos, los celulares nos observan gozar de la amistad. Como una unidad corpórea que yace fatigada, en que sus miembros ya no quieren oponerse, la mente rechaza discutir con el alma.
 
Alcanzamos un momento de aceptación plena, nos instalamos en un páramo de placer, que extenderemos por unos minutos. Nos encumbramos hasta los frágiles albores de la felicidad y yo percibo que me mantengo ahí un tiempo muy breve, como el péndulo en su extremo, Pero…regreso de inmediato, porque para mí, eso: la felicidad, se ha tornado un lugar inalcanzable.