Oh I'm just counting

Bullying. Por Jorge Orellana Lavanderos. Ingeniero, escritor y cronista

¡Fría mañana de sábado! Junto a un par de amigos, correremos la vuelta a la Laguna de Aculeo. Se celebran cuatro versiones en el año y yo la corro al menos una vez en ese lapso de tiempo. Posee la nostalgia del recuerdo de personas que ya no pueden acompañarnos; me permite recuperar por un instante la infantil ilusión que se lleva el catastrófico tráfago cotidiano y además, porque Rodrigo -merecedor por ello de nuestra incondicional gratitud - se esmera por organizarla cada vez mejor y nos prodiga -junto a Marcela - con delicadas atenciones que al final hacen los detalles que fortalecen nuestra amistad.
 
Me despierto temprano y mientras hago hora para ir por mis amigos hojeo la Revista del Sábado, y me entretengo con una entrevista a un científico que ha incorporado a su vida el noble propósito de acercar el universo al ciudadano común, y a quien fortuitamente, he escuchado en una entrevista radial hace solo unos días. Mayor que yo por unos años, proviene del mismo colegio en que estudié, del que egresó el año anterior a mi ingreso y me sorprendo con algunas declaraciones íntimas, en las que habla de su paso por el INBA, al cual entró a la edad de 11 años.
 
Parte la carrera por la laguna hoy seca y que incluye una vuelta completa y una distancia de 26 K. Aunque partimos juntos, fieles a nuestro personal ritmo, nos distanciamos de inmediato. En medio de ambos, corro pensando en la entrevista del connotado científico y rememoro mi propia experiencia de incorporación al querido colegio…
 
Tenía 14 años y vestía un terno café a rayas cuando en la puerta de entrada me separé de mi padre, que previamente, me había advertido que al día siguiente - antes de regresar al sur – volvería para despedirse de mí. -¡Yo ya viví esto! – Había comentado apesadumbrado antes de irse y mientras me recorría un leve estremecimiento, continuó - ¡Será una experiencia dura! Tú insististe, y ya no podemos volver atrás. Mañana regresaré para despedirte, y habrá solo dos opciones: Me dirás que estás feliz y anhelas quedarte - caso en el cual - me iré plenamente satisfecho; o, me dirás que no estás feliz y quieres volver conmigo - caso en la cual también tendrás que quedarte – y yo volveré muy amargado.
 
Volvió sobre sus pasos y se marchó acongojado, mientras yo - guiado por un profesor - me internaba hasta una sala en clases, ubicada en un recinto conocido como “Patio Verde”. Después de una breve espera, el profesor me presentó ante el curso y se retiró. Entonces, lentamente, me rodearon mis compañeros del 4° C, haciéndome notar cada uno de los innumerables defectos que padecía y que hasta ese momento yo no había detectado. Se rieron de mi vestimenta -con franqueza -ingenuamente inapropiada. Luego se burlaron de mi estatura, y establecieron que sería el segundo de la fila, pues el primero continuaría siendo el enano Melo. ¡Hablé! Ni siquiera para defenderme, simplemente para expresar algo, pero fue peor, porque mi cantarino tono sureño estimuló la diversión.
 ¡No quería sufrir la derrota del llanto! Me mordí los labios hasta sentir el sabor de mi sangre en la boca, y humillado, alcancé el pupitre que me habían asignado, e inicié el orden de mis escasas pertenencias.
¡Es dura! La vida… y la primera parte de la carrera, pues se corre sobre senderos de tierra circundados por hermosos valles encajonados y verdes plantaciones. A partir del 5K los numerosos ascensos y bajadas por las irregularidades del suelo, nos demuelen. Las bellas vistas que solían tenerse desde las alturas han cambiado por el desolador panorama de la laguna seca. ¡¿Quién sabe? !Tal vez un día la vista vuelva a ser la de antes.
 
Reflexiono remecido ante los recuerdos de la laguna de hace diez años y el de mi tormentosa llegada al colegio de hace cincuenta años…Al día siguiente, después de almuerzo, mi padre cumplió y vino a despedirse. ¡Amarga noche la anterior! Había dormido poco y había cavilado sobre mi decisión de viajar mil kilómetros para estudiar en Santiago. Mi deseo de superación me había forzado a dejar la cálida mano de mi madre, siempre atenta a compensar mis fracasos y la generosa mano de mi padre, siempre atenta a materializar mis deseos. Había llorado mucho y aunque en la mañana había hecho un par de amigos - que padecían tribulaciones similares - sufrí ese día, que situé entre la deliciosa melancolía del ayer y la pavorosa incertidumbre del mañana.
 
-¿Cómo estás? – dijo mi padre y entendí que el brillo de sus ojos verdes obedecía a la emoción que ellos contenían. La presión de mis dientes sacó sangre nuevamente de mis labios, pero… ¡Aguanté! Ya dispondría de soledad para vaciar el torrente reprimido.
 
- ¡Bien! – respondí, fingiendo una seguridad que no dejara lugar a dudas.  ¡Gracias chinito! – contestó, nos abrazamos y lo vi partir feliz, y yo caminé a refugiarme en un solitario patio de luz, sintiendo que muchos años se acumularon en ese instante en mi vida. 
 
Con cuestas que se suceden devastadoras, como en la vida, la carrera se endurece. En el K13 dejamos el cerro, distingo a mi amiga, que identifico por la peculiar forma de correr que nos caracteriza y por un gorro calipso que usa con frecuencia, tal vez porque le recuerda a alguien, o simplemente, porque la provee de suerte. Alcanzamos la mitad de la carrera y siento el rigor en mis piernas, pero de aquí en adelante el camino es pavimentado y plano. ¡Mejoraré mi tiempo! Es la convicción que me asiste, y… ¡Solo debo aguantar! Y me parece que aquella sentencia no deja de perseguirnos a través de la vida.
 
Es cierto que en el colegio vi muchos casos de bulling. En mi caso, enfrenté el costoso proceso de adaptación con temor, que de a poco fui superando, cuando misteriosamente, cierto día, descubrí que en mis salidas echaba de menos el colegio y que aunque deseaba salir, prefería regresar para volver a dormir en él. Había sufrido el fuerte embate de la integración, pero algo mágico, me había llevado a descubrir en esos viejos pabellones la presencia de hermanos en vez de compañeros, y fluyó desde la sordidez de sus muros un extraño sentimiento tonificante, cuando mis profesores dejaron de serlo para pasar a ser maestros, que generó una férrea pertenencia por el nuevo hogar, que ya no quise dejar.
 
Tiene razón el científico cuando habla del comportamiento que nos hacía parecer salvajes, trasunta bien esa brutal expresión la actitud que regulaba nuestras relaciones en la privación de libertad en que vivíamos, y es muy doloroso que no todos hubiésemos salido airosos. En la indescifrable conducta que rige al ser humano anidaba también, sin embargo, al interior de aquellos muros de encierro, el generoso espacio de discusión y reflexión que cuajó nuestro destino.
 
En el plano, flaneando, corro como autómata, despreciando las molestias que vengan a aquejarme. Mantengo un ritmo constante y seguro, que aprovecho para reflexionar: ¡Debe reprobarse toda forma de bulling! Y… No hay que perder de vista que aquello forma parte de nuestra naturaleza humana. ¿Pueden imaginar lo doloroso que debe ser la incorporación de un niño al Sename?  ¡El bulling debe combatirse! ¡Ningún niño lo merece! Y su combate, debe plantearse a través de la detección precoz del problema, cuando se incorpora un niño a un curso; a la llegada de un empleado a un trabajo; o al ingreso de un anciano a un asilo, es decir, siempre que alguien enfrenta el poder de un grupo consolidado, procurando reforzar la seguridad del nuevo, destacando ante el resto y ante él mismo sus capacidades y la forma de superar sus limitaciones, en la certeza de que nadie sobra y que todos podemos aportar tanto. Aquello implica destinar recursos para asignar profesionales que contribuyan a la solución del problema, lo que nunca eximirá la presencia de afectos, imprescindibles para las personas de temperamentos más sensibles.
 
La carrera ha terminado y cruzo la meta feliz. Un año más viejo y he bajado mi tiempo en 14 minutos. Aunque el recorrido de 26K me ha tomado 2 horas y 48 minutos: ¡Nadie me convencerá de que ello no representa un enorme éxito deportivo! Cualquier forma de bulling, resbalará como el sudor que corre por mi piel.
 
En cuanto a Pepito, que según propia declaración, era como le llamaban, me permito expresarle como INBANO todo mi reconocimiento por su brillante labor, que enorgullece a su familia, al colegio en que se formó, a la comunidad a la que pertenece y a todo un país que reconoce sus méritos, y recuerdo a José que cada año celebramos un almuerzo de camaradería en el colegio, en que el menú sigue siendo el consabido plato de porotos con riendas… Espero abrazarlo ahí en una próxima oportunidad y…No tengo dudas de que al besar los lúgubres muros del amado colegio, extraeremos de ellos la fuerza y la dulce savia de la sabiduría que habita en su interior, para defenderlos de la brutal acción de quienes - actuando como salvajes - lo han conducido hasta su actual estado.