Tercera parte
Ancho desde siempre, el río continúa su interminable recorrido, mientras sobre sus aguas descansa nostálgica una embarcación que acoge pasajeros para llevarlos a Nueva Orleans. Trotando por su ribera, me distraigo observando que los desperdicios que arrastra el agua viajan a la misma velocidad en la que corro. Acaba de amanecer y los primeros rayos del sol tiñen de reflejos dorados el río, que resplandece y, los absorbe regocijado, como si quisiera aprovecharlos para calentar sus aguas. A mí me parece que en cualquier instante me sorprenderá desde un árbol la silueta de Tom, el travieso muchacho de Twain, para acompañarme en mi trote, como alguna vez lo hizo durante mi niñez.
Es lo que escribí, algunos años atrás de visita en la ciudad. Ahora, mientras recuerdo aquel instante, admiro lo imperecedero del río que con apacible ímpetu, arrasa con todo lo que se opone a su paso. Siguiendo el curso del río, después de volar desde Cleveland hasta San Luis, continuamos en auto hasta Memphis, lugar en el que detengo mi trote para observar extasiado el enigmático rumbo de las aguas.
El paso por San Luis es dedicado a un intrínseco ocio, inquebrantable y no transable, como el ocio de los niños. Caminar, solo con la preocupación de caminar para conocer, observar, adentrarse en los desconocidos rostros y costumbres, y… volver a caminar.
Nuestro hotel se emplazaba a unos pasos del icónico Arco ubicado a la orilla del río, en el que es posible subir sus casi doscientos metros y tener desde la altura un completo panorama de la ciudad y de la extensa prolongación del cauce. En ascensor, alcanzamos la cúspide del Arco y luego abordamos una nave, réplica de los barcos de vapor de ruedas que dieron fama al Misisipi, y más tarde, en el Memorial Jefferson, muy cercano a nuestro hotel, conocimos la historia de la ciudad y cercano vínculo en el tiempo con el oprobio de la esclavitud, que nos parece superada, sin secuelas, aunque con sesgos, pues ellos persisten siempre enclavados en algún punto de la esencia de nuestra naturaleza.
Las nubes se enredan, se atan y desatan, forman figuras, no me resisto, tal vez por eso prefiero correr solo, me tiendo sobre el verde césped oculto y desde ahí me entretengo observándolas, rogándoles que viertan sobre mí el mensaje de sabiduría que reina en la naturaleza, y que ellas conocen y creo que el río, que antes me habló, ahora se burla de mi vulnerabilidad.
Elijo viajar en auto, porque el confinamiento al interior del vehículo nos obliga al maravilloso acto de charlar y admirar los cambios del paisaje. Alrededor de cinco horas ponemos entre San Luis y Memphis, y en ese lapso hablamos de muchas cosas, y también de género, y como cuando ello ocurre, cada uno suele abanderizarse con aquel al que pertenece.
Al inicio de la empresa -que como he dicho se motivó por el impulso fortuito de quedar sin trabajo- -necesité- cuando la imprevisibilidad de los resultados se dieron a favor nuestro - de contratar personal. Sabido es que el mayor patrimonio de una empresa se constituye por la planta de su personal, y eso lo tienen muy claro los empresarios que logran vigencia en el tiempo. Quien no se ocupa de aquello y no satisface las expectativas del buen colaborador, corre el riesgo de perderlo, y con ello, la inversión incurrida en su formación.
No hay que perder de vista que personas con igual calificación, edad y género, pueden tener distintas remuneraciones en una empresa determinada, porque su sueldo se relaciona con el aporte que ese trabajador hace al grupo, y eso, posee una dosis de subjetividad, que puede incluso inducir a emigrar a un trabajador capacitado. A veces la eficiencia de un colaborador se mide en términos distintos a los puramente técnicos: confianza, afinidad, cercanía, etc.
Definir que una persona - y aquí abordo el asunto del género - por ser mujer debe ganar lo mismo que un hombre, resulta indignante, porque acota el sueldo de una mujer hasta el de un hombre con iguales calificaciones. No es justo acotar el porcentaje de mujeres en una empresa. En una oficina, pueden trabajar más mujeres que hombres, y sus remuneraciones deben asociarse a su rendimiento o productividad, y nunca a su condición de género, ni a ninguna de otro tipo. ¡Cualquier forma de discriminación siempre resulta insoportable para el afectado y tiende un velo de injusticia que rechaza el resto de los empleados de la compañía!
Provengo de la sociedad machista en que nací, y he vivido al interior de ella, aceptando e incurriendo en conductas de abuso que hoy me avergüenzan y que motivan parte de las injusticias que han afectado por siempre a la mujer, y que solo hoy percibimos en su real magnitud. Es oportuno iniciar los cambios que permitan una total igualdad en torno a los derechos de la mujer, pero para ello es necesario que sus responsabilidades no difieran de las de un hombre, cualquier otro criterio las dañaría en el largo plazo.
En mi trote, conozco a una chica que va de prisa y que baja su ritmo para conversar conmigo, me habla de su vida, me cuenta sobre sus anhelos, y se abre hasta confidenciarme sus sueños. ¡El trote posee la voluntad de vencer cierto pudor! Compartimos luego, junto a mi mujer, en un café cercano el desayuno, y nos cuenta que está terminando sus estudios de enfermería y que continuará su vida en Denver. Algo de mi alma se queda con ella, pues le dejo uno de mis libros.
Ocurre en el trote, que la mujer es considerada en términos de igualdad con el hombre, y en sus resultados, que me atrevo a extender al ámbito laboral, lo superan con largueza: Excelente disposición, interés en capacitarse, perseverancia y una gran sensibilidad, es algo de lo que las distingue. Si tengo que elegir un competidor o un adversario, elijo un hombre: ¡Cuesta mucho vencer a una mujer! Son las conjeturas que provienen de las aguas oscuras del río, dominadas por corrientes extrañas que me hablan desde el fondo a través de misteriosas ondas que corcovean en la superficie como los inciertos y veleidosos estremecimientos de una víbora.
Hemos visitado antes Memphis, tierra de reyes, es usual acudir a Beale Street, para escuchar blues en el legendario local de B.B. King, o escuchar las inconfundibles baladas de Elvis, sin embargo, implacablemente, nuestros pasos nos guían de nuevo hasta Lorraine Hotel, lugar en que fue asesinado Martin Luther King y que se ha convertido en el Museo Nacional de los Derechos Civiles. Nada nuevo puede ofrecernos la visita, pues lo conocemos bien, pero estoy cierto de que aunque volvamos cien veces a la ciudad, las mismas cien veces volveremos al Museo, y no tengo explicación para nuestro acto, sino el sosiego emocional que nos ofrece, aunque la razón no logra justificarlo. En silencio y abrumados por la historia, salimos a la calle. Llueve, pedimos un taxi y nos dirigimos al zoológico, no es el mejor día, la lluvia dificulta la visita, pero en ciertos casos es más piadoso y fácil entenderse con los animales.
Caminaremos después por varias horas, hasta que agotados, ingresamos en un bus que solo lleva pasajeros de color. Nos miran con sorpresa, y como en cualquier parte del mundo, el pudoroso desconcierto inicial acaba en sonrisas de amistad y conversación. Afloran afectos y las personas se empeñan en asistirnos.
Coartar la manifestación de los afectos naturales del hombre es cercenar lo más dulce de su esencia. ¡Es amputarlo algo que habita en el alma! Un profesor teme acariciar a un niño que vive una situación de angustia; un jefe teme acercarse afectivamente a un subordinado en aflicción; un sacerdote teme la intimidad para encausar a un adolescente extraviado, y muchas veces, en estas formas de afecto, anida la solución del problema. ¿Qué sociedad queremos tener? La ley debe ser cuidadosa en proteger al débil de cualquier abuso pero debe cuidar de dañar el principio básico de convivencia que se inicia en el reino de los afectos.
Mientras caminamos a recogernos a la hora en que el crepúsculo decae, se escucha cada tanto, lejanos silbatos cuyo origen no alcanzo a identificar, ¿Procederán de una embarcación? ¿Provendrán de la locomotora de un tren? Suenan cada cierto tiempo, y al igual que el noble tañido de una campana trae siempre reminiscencias de la dulce época de la infancia.
Continuará en la siguiente edición