Con el resultado de la elección de este domingo, se genera un clima político nuevo, algo así como el otoño cuando caen las hojas y el interregno que espera por la primavera.
El país comienza a vivir una política ambiental diferente a la que en su momento permitió la elección del actual gobierno pero no se trata de la consecuencia del cambio climático.
El notable éxito electoral de Republicanos se inscribe en la historia chilena como un acontecimiento inédito, tanto por el porcentaje de votación alcanzado por un partido político, como por el dato no menor del amplio respaldo que obtienen las representaciones políticas de la derecha.
Así como en la fallida Convención anterior, con una izquierda sin contrapeso, que culminó en un fracaso rotundo con un 62% de rechazo en septiembre 2022, esta oportunidad de dotarnos de una nueva Constitución con un respaldo de participación mucho mas amplio que la elección anterior de convencionales, ya que ahora votaron mas de 12 millones respecto a los 6 millones de la elección pasada, tiene a una derecha que logra los 3/5 y el partido Republicano los 2/5 que le permiten ejercer el derecho a veto.
Las lecturas que se pueden hacer del resultado de este domingo 7 de mayo son diversas y variopintas. Sin embargo, sería un grave error pretender asumir militantemente que en poco mas de un año la ciudadanía salta, con una marca casi olímpica, de la izquierda más extrema a la derecha del mismo carácter.
Nada de ello, no hay en este resultado mensajes de apoyo partidario, de signos ideológicos o de ungir liderazgos para nuevos y próximos desafíos electorales, lo que si hay es una manera de asignar una dosis no menor de confianza y responsabilidad a quienes no han vacilado en condenar la violencia, el narcotráfico, la inmigración ilegal, el crimen organizado y las acciones terroristas en la macro zona sur. Estos hechos más la crisis que se vive por el alza de los precios y la incertidumbre en materia económica, previsional, de salud, entre otros, están en las causas que mueven en otorgar una apuesta de esperanza a fuerzas distintas del oficialismo actual.
¿Serán capaces de estar a la altura de tamaña tarea?.
Por el bien de Chile así debiera ser, sin embargo, la crispación y polarización que estamos viendo no hará precisamente que ello sea fácil. Alienta eso si las reacciones que en estas horas se han dado a conocer por personeros de casi todos los ámbitos políticos.
Es necesario asumir que nadie tiene clavada la rueda de la fortuna y que por lo tanto cuando ésta da una oportunidad, se debe aprovechar con sabiduría y generosidad, por lo tanto si hubiese que identificar una primordial estrategia, un esencial objetivo, que duda cabe esto es abrir puertas y ventanas para que todos quepan en la tarea de lograr un texto constitucional que obtenga el mas amplio respaldo en el plebiscito de salida el próximo 17 de diciembre.
De una manera u otra, la voluntad del electorado cuando es convocado responde a cuestiones de orden coyuntural presentes en el momento, pero también a otras manifestaciones que dicen relación con experiencias y con expectativas. Se añora la experiencia de un Chile que fue modelo de desarrollo y crecimiento por mas de 20 años y que viene experimentando un lento pero pronunciado retroceso. Debiera ser un urgente propósito, retomar una expectativa que vuelva a situar a Chile como el ejemplo que fue en América Latina para avanzar hacia el desarrollo.
La clave es la unidad de propósitos, la política de los consensos, de los entendimientos en una sociedad que por naturaleza es diversa, pero que para fines comunes debe saber convivir y dejar a la democracia, de manera serena, sensata que resuelva la cuestión del poder.
Da casi lo mismo si la historia otorga hoy a la derecha la oportunidad de conducir este proceso constitucional, si lo hace bien, si concluye exitosamente, si lo hace con sabiduría, convocando a otras fuerzas políticas democráticas.
Chile necesita como fue en los albores de la democracia, como nunca, de acuerdos y concurrencia de voluntades para construir mayorías estables que fortalecen las instituciones y la convivencia política, de manera tal que vean al país como un paradigma de intereses compartidos donde los partidos políticos son un medio para ese superior objetivo.