Oh I'm just counting

Chiquinquirá. Por Jorge Orellana Lavanderos. Ingeniero, escritor y cronista

La mañana luminosa que se hará tórrida en breve, invita a la actividad física, a saltar desde la noche hacia el mundo que renace y despierta en cada recodo a modo de discretas formas; un pichón que intenta su primer vuelo ante la atenta mirada de la madre; un perro que sacude la modorra oteando indiferente; un insecto cautivado por sus encendidos tonos merodea en torno a una flor de efímera vida; un gato que camina ufano con sigilo de felino por la angosta barda de un muro. ¡El silencio del amanecer atrapado inmóvil en la inexistencia del viento! ¿Por qué nos empeñamos en destruir tal armonía? Es lo que pienso al trotar por la ribera del río inextinguible, imperecedero, y les comparto una reflexión que me ronda: La aceptación de un cargo cualquiera nos exige cumplir los compromisos que demanda, y si no lo hacemos, la ética nos prohíbe usufructuar del mismo.  
 
Chiquinquirá es mi nombre - expresó con timidez la mujer sentada frente a mí, que en gesto humilde, mantenía los dedos de sus manos enlazados sobre su sencillo atuendo de trabajo, y yo la dejé explayarse en su historia, que yo mismo le había pedido me narrara.  
Salí de Maracaibo el 19 de octubre del 2016 – continuó ella, y guarda un silencio que respeto como si su alma se evadiera hasta la Basílica de la Virgen del Rosario, de quien lleva el nombre. - El pueblo alcanzó una situación jamás vivida, de suprema angustia. Mi madre, muy enferma, necesitaba medicinas y una serie de artículos que - aunque nos turnábamos con mis hermanas - no podíamos conseguir. ¡Ni siquiera sus pañales!
 
Con mi marido, atendíamos un carrito de venta de provisiones, pero llegó un momento en que la gente no tenía dinero para pagar, había que fiar, el negocio decayó. Soportábamos hasta 15 días sin comer ¡El cuerpo se acostumbra al hambre! – revela con bravura esta mujer corajuda que a sus 49 años conserva vestigios de una juventud hermosa, y de cierto esplendor que alguna vez la hicieron reina de belleza. ¡Pero a mis hijas no! – prosigue con la determinación de una leona herida de muerte. ¡No! No vería morir a mis hijas. ¡Buscaría una mejor suerte para ellas!
 
¡Y me decidí! Un día avisé a mi hermana que dejaba el pueblo, me despedí de mi madre que quedó en su lecho de muerte. Mi nevera de dos puertas fue un lujo que no pude mantener ¡La vendí! Dejé a mis hijas y al padre y convencida de que no había otra opción, marché hacia el aeropuerto.
Mientras voy repasando el relato fresco y conmovedor de Chiquinquirá, en esta mañana apacible, corro rodeado de una armoniosa paz y me cuesta entender la ambición ilimitada de algunos hombres.
 
En el aeropuerto – añade ella, un funcionario del gobierno me preguntó por el dinero que llevaba - ¡Cantidad y origen! – exigió amedrentador. 500 mil bolívares, que obtuve de la venta de mi nevera y otras cosas menores - le respondí - No iba a mentirle – se justifica conmigo. Si no me muestra la factura es mi deber llevarla esposada al cuartel. Temprano moría mi ilusión - señala. Desesperada, recé por iluminar el destello de luz que subyace al interior de cada uno. ¡Y ocurrió el milagro! - el funcionario, transformado en hombre, acogió mi historia, me miró, en la certeza de que no nos veríamos más y dijo emocionado: ¡Anda, ve y lógralo! Y se marchó.
 
Corro por una calle poblada de árboles y sembrada de un extenso prado desenmarañando la actitud del hombre, a fin de cuentas en una dictadura hay solo víctimas, transformado en bestia por el sistema político al que adhirió por temor a represalias o al costo de acciones en su contra y tocado por la misteriosa esencia de un ángel, intentó redimirse, y ella, con su historia, le devolvió mucho de la dignidad perdida.
 
¡Y llegué a Chile! Luego de un viaje cargado de peripecias, me extasié observando la inmensa cordillera nevada que me recordó la nevera, cuya venta me había permitido llegar hasta acá. ¡Murió mi madre y yo no estuve!
¿Anhelas volver? – interrumpo. No - responde sin resentimientos, he sido acogida y feliz aquí, necesito volver solo para cerrar ciclos. Tocar el lecho en que la dejé y acudir a despedirla al cementerio.
 
Aquí gastaba muy poco, compraba salchichas – explica sonriendo, porque una caja me duraba mucho y era barata. Tomé dos trabajos y pude ahorrar. Comía poco y trabajaba harto, fue la forma que ocupé para juntar dinero y no permitir que la depresión doblegara mi carácter. En un año y medio reuní el dinero para traer a mis hijas y mi marido.
La llegada de mi familia se programó para el 31 de diciembre del 2018 – continúa narrando regocijada con el final feliz de su historia. Fue un gran día cuando volvimos a reunirnos. En la calle Salvador, en un hostal en que nos dieron una pieza superior a la que había contratado, volvimos a pasar juntos un Año Nuevo.
¿Cuál crees que fue la causa de lo que ocurrió en Venezuela? – Le pregunto, consciente que de su respuesta brotará la genuina voz del pueblo.
-Dios dado es el corrupto que dirige la droga. Maduro es un hombre rudo, burdo, carente de educación y empatía. Chávez fue un populista, quiso dar todo a la gente que se acostumbró a recibir, pero aquello fue como poner un cuchillo en la garganta venezolana. El ser humano debe esforzarse por lo que logra, solo así lo apreciará y sabrá conservarlo – remata con la sabiduría del pueblo que no sabe de doctrinas políticas, con un análisis sin sesgos ideológicos, y se va, regresando a su función en nuestra oficina.
 
A veces – concluyo en el trote, pensando en mi constructora – hay ejemplos de agotamientos de napas freáticas, o comportamientos de suelos en que, como ingenieros, absortos y confiados en nuestros procedimientos, adoptamos erróneas formas de trabajo, sin detectar la solución evidente, que muchas veces proviene de la sabia voz del poblador. Lo mismo suele ocurrir a ciertos líderes políticos. ¡Disfrácense para no ser reconocidos! Sáltense la aduladora barrera de los asesores que se equivocan o actúan motivados por su propio beneficio y ¡Acudan a oír el genuino mensaje del pueblo! Ajeno a la acción de dirigentes ambiciosos contaminados por la contingencia y por su propio interés de acceder al poder. 
 
En mi niñez, recibí como regalo en algún cumpleaños, una colección de libros amarillos entre los que estaba una biografía de Albert Schweitzer. La leí y de su actitud, me impresionó su capacidad de conciliar conocimiento y acción, Su lección fue: ¿De qué sirve aprender si no lo aplicamos en términos prácticos? ¿Tiene sentido una hermosa biblioteca si nadie lee sus libros? ¿Sirve a alguien que un lector acumule conocimientos si no los aplicará en beneficio de nadie? Se dirá que, como una joya, o una obra de arte, la conversación con un erudito recrea el espíritu, pero la ineficaz acumulación de conocimiento constituye una poderosa señal de egoísmo que no ayuda a superar nuestros desequilibrios.  
Muchos después de mi lectura, leí una entrevista a quien era Presidenta de nuestra República, y ella destacó la importancia en su propia formación de la lectura en los años sesenta de la misma biografía, y aquel simple dato me produjo una cercanía con ella, al compartir la admiración por Schweitzer.
 
Cuando supe que asistiría a la inauguración de una obra construida por nuestra empresa, me preparé para obsequiarle una biografía del Premio Nobel, pero no encontré una edición adecuada y ella tampoco asistió. Tiempo después - estando yo en Alemania - acudió ella a la inauguración de otra obra nuestra, entonces, en el puerto de Hamburgo, compré una biografía de Schweitzer que le hice llegar a través de un amigo. Hubiera comentado con ella el libro - en una inauguración en la que finalmente coincidimos - Si el persistente interés de todos por abordarla me lo hubiera permitido.
Han pasado los años, y desde aquella entrevista Bachelet ocupó diversos cargos políticos, hasta que hace poco, en la ONU, fue designada como Alta Comisionada de Derechos Humanos, lo que sitúa sobre sus hombros un peso ineludible y la imposibilidad de desoír la resonante voz popular que clama su presencia en el lugar del conflicto. ¡Qué orgullo! ¡Que haya tantas Chiquinquirá en Venezuela que te estén esperando!
 
El mayor descubrimiento de cualquier generación es que un hombre puede alterar su vida modificando su actitud mental - Dice Schweitzer, y tiene razón. No permitas que el frondoso bosque ideológico te impida ver el árbol que asedia y agobia al pueblo. No se proyecta un real liderazgo si no se cuenta con el coraje para enfrentar realidades insoslayables, porque al fin de cuentas, y vuelvo a citar el generoso mensaje de amor por la humanidad de Schweitzer: el propósito de la vida humana no es otro que el de servir, mostrar compasión y tener voluntad para ayudar a otros.