Oh I'm just counting

Consecuencia. Por Jorge Orellana Lavanderos. Ingeniero, escritor y cronista

En pleno trote, a través del celular, me sorprende la festiva voz de un amigo - ¿Cómo estás?
 
-¡Mal! – Respondo espontáneo, atacándolo impiadoso solo por su involuntario acto de interrumpirme.
-¡¿Por qué?! – Pregunta desconcertado.
-Porque estaba pensando que - entre otros - en cincuenta años más tú y yo nos habremos transformado en polvo.
 
Después de un largo silencio, que maliciosamente disfruto, intentando traspasarle a través de un invisible sistema de vasos comunicantes parte de la inasible molestia, que me hastía con la misma falta de misericordia que yo he aplicado con mi amigo.  
 
-¡Con tanto pesimismo! mejor hablamos después – señala incómodo, y corta. ¿Para qué me ha preguntado? ¿Debí mentirle acaso?- Me pregunto y en ese instante ocurre el milagro de mi transformación, me invade una sensación de inagotable piedad. Con la misma facilidad con que un millennial hace una trasferencia bancaria a través del celular, he transferido a mi amigo todo el peso de mi agobio, del que ha debido hacerse cargo.  
 
¡Claro! - Pienso mientras troto observando el imperecedero río, y el sol, que alumbra aún, se pierde detrás de los cerros y la luz se somete con lentitud a la fuerza trágica de la noche - Mi mujer ha enfermado y su vulnerabilidad ha incidido en mi estado de ánimo. ¡Padezco la infelicidad y dolor del ser amado! Es la forma de esclavitud que nos impone el amor. ¡Si amas, sufres! Si no amas ¡Eres nada!
 
He estado revisando un gran libro grueso: “Diarios completos de Sylvia Plath”, en el que la autora abre su alma al lector describiendo su vida, que oscila entre la exaltación y el hastío, y su placer al descubrirse, que se quiebra, destruido por un monstruo especial, nuestra propia conciencia.  ¡Sintiéndome amado por ella, que abre su intimidad, con inusitado fervor, correspondo a su amor! Y no hablo de un amor físico, hablo del encuentro de dos seres que caen por el mismo abismo, en un tiempo y lugar distinto, inalcanzables, compartiendo dolores y vivencias comunes.
 
A mi regreso a casa, debo escribir, y escucho una voz que me alerta. - No lo hagas, estás muy amargo - aconseja. Espera un nuevo día hasta dulcificar tu alma. ¡No atiendo la voz!... Llego a casa. Me refugio en la lectura del diario que siempre provee cierto material que a veces rechazo usar. ¡Hoy lo usaré!
 
De inmediato, llama mi atención la fórmula aplicada por una Diputada de la República, que para contar con la imprescindible asesoría de su conviviente, recibe servicios de éste en calidad ad honorem, y como no se consigna otro tipo de remuneraciones que él perciba, se entiende que por su trabajo, de parte de la Diputada, recibe solo techo y comida. Es grave que ella comente que su Jefe de Gabinete no cuente con previsión alguna. Aun siendo hombre, envejecerá, o puede enfermar, ¿quién asumirá sus gastos en tal caso? ¿Se imaginan el debate que se desataría si un Diputado comunicara que ha contratado ad honorem a su pareja? No hablo desde una postura feminista, solo desde una perspectiva ética. La consecuencia nos obliga a proceder con igual estándar ante similares situaciones, y aquello será agradecido o repudiado - según sea el caso - por la comunidad.
 
Doy vuelta la página y me encuentro con que nuestra anterior Mandataria viaja a Brasil a saludar y respaldar al ex Presidente, preso por un dictamen judicial que lo acusa de corrupción. El hecho, resulta imprudente, y no diré más, solo señalar que dicha actitud es de inconsecuencia con la de repudio que se ha anunciado reiteradamente contra tales acciones.
 
Me encuentro en la página siguiente con un pequeño artículo que destaca la figura juvenil de un actual Ministro, alabado por un poeta, a quien me une un especial afecto, surgido por el placer de haber asistido a sus talleres, y encontrado en ellos, el coraje necesario para vencer el pudor de escribir con la intención de editar.
Aquello sin embargo, no me inhibe de disentir de él, al contrario, aunque nuestra peculiar idiosincrasia establezca erradas pautas respecto de la lealtad, es indiscutible que las redes de la amistad se tejen desde la franqueza, y aquello nos obliga a disentir cuando nuestro juicio es adverso, lo otro, sería omisión, y se convertiría en el grave pecado que hoy afecta con fuerza a la Iglesia.
 
Mi profesor, ídolo en materias literarias, y brillante, en su dedicada y acertada forma de enseñar - presionado tal vez por la concurrencia de alumnos con pensamiento de derecha que acuden a sus charlas - ha querido congraciarse con el gobierno y dar una señal - nunca tardía y claro, siempre oportuna - de buena crianza, consignando certeramente que el joven Ministro posee sensibilidad y conexión con la gente, y hasta ahí debió dejarlo, pero con injustificada pretensión, continúa, señalando que nunca había visto en gente con pensamiento de derecha tales condiciones.
 
En mi adolescencia, junto a mis compañeros en el régimen de interno, cuando exangüe por la acción primaria del deporte, el cuerpo en rebelión nos exigía volcarnos hacia reflexivos mundos de inspiración idealista, cada uno, en tiempos de guerra fría, exponía sus ideas libertarias y nadie hubiera jamás dudado de la sensibilidad del resto en la búsqueda del anhelado bien común, inequívoca fuente de nuestra inspiración.
 
¿De dónde proviene la potestad de mi maestro para acusar de insensible a aquel que tenga pensamiento de derecha? Para evaluar la conducta de un político o de un hombre, es bueno pensar en la forma en que se le juzgará ante la presencia de Dios, es decir, considerando el sentido que inspiró un acto y no la aparente consecuencia en que éste derivó. Para enjuiciar la sensibilidad social de un político se requeriría entonces conocer su alma y el sentido que inspiró sus actos.  
 
La sensibilidad, presente en todo ser humano, surge en términos sociales al ocuparse de una condición que afecta a grupos de individuos que padecen un desarraigo social, pero no se asocia a un pensamiento político ya que aflora espontánea ante la detección de una situación injusta.
 
La ausencia de la bendita sensibilidad social en un político frente a la sociedad, sería tan lesiva como la maldita indiferencia que un ciudadano puede sentir ante el sufrimiento de otro. Hablo de la indiferencia, que no nos deja percibir que un hombre muere de frío en la calle; o no nos impresionemos ante el cadáver de un desconocido en la autopista, o nos molestemos con la caída de un hombre a la vía porque aquello finalmente atrasa nuestra rutina.  
 
Políticas orientadas a erradicar la indiferencia y humanizar nuestras conductas, representan por su complejidad importantes desafíos para las autoridades, y son insoslayables de atender si se quiere armonizar las relaciones y lograr el desarrollo de una sensibilidad social integral.
 
Estoy en Puerto Montt, tierra de mis ancestros y con la desesperación de un animal herido de muerte, me aferro a la esperanza que incesante, brota del dolor humano, y corro, y corro… Aun oscuro, la noche persiste, y las luces del alumbrado iluminan mi camino hacia el borde costero. Surge de las casas el inconfundible olor a fuego y leña quemada. El pan se cuece en la estufa y el hombre se apronta al inicio del día. El mar, con la apacible calma de ayer, me recibe con imágenes de lejanas épocas de jolgorio y juerga, de frustraciones y amarguras, de ilusiones y amores, de viento y lluvia, de aliento y fracaso, de casorios y divorcios, de bautizo y funeral.
 
Una afilada brisa que apenas mece las aguas mansas de la bahía me acaricia el rostro, mientras corro hacia la playa conocida en que habitaron mis abuelos, y que en sus primeras épocas viajaban a la ciudad en vehículos a tracción animal. Mi esperanza crece al avanzar mi trote, el estrecho camino en que he corrido mil veces haciendo equilibrio en la base superior del muro que contiene las aguas, se ha transformado en una carretera de dos pistas. Con orgullo infantil, corro por la flamante autopista recién inaugurada y que cuenta además con una ciclovía y un veredón peatonal, por la que corro observando las aguas de la bahía y las luces de la ciudad. Gran regalo me han hecho las autoridades, y como ciudadano poco me importa saber al partido político al que pertenecen, me basta con la obra que me entregan y valoro la sensibilidad social que los ha inspirado para llevarla a cabo.