Oh I'm just counting

Crear. Por Jorge Orellana Lavanderos. Ingeniero, escritor y cronista

Persiste una brisa fresca e incierta bruma matinal, y el sol ha derramado una fuente de intensa luz sobre el valle cuando inicio mi trote. Mi cerebro, despertando, lucha por dejar atrás tortuosas imágenes que la noche aún envuelve, y mis ideas, agitadas en su interior, deambulan desbocadas en todas direcciones. Cada miembro busca quejumbroso su acomodo antes de alcanzar el ritmo que otorga placer a mi cuerpo y en mi cabeza las ideas decantan ordenadas en torno a una materia, los engranajes de mi cuerpo ceden, dejan de gemir, y me inducen a flanear.
 
Encausado tal vez por el delicioso entorno, en armonía, mis pensamientos concurren a una curiosa imagen… Un pesado carro se ha detenido y un conjunto de hombres trata de ponerlo en marcha; un grupo lo empuja en una dirección y otros - en cantidad parecida - intentan hacerlo en la dirección opuesta. Al tratarse de fuerzas similares, el vehículo avanza, pero retrocede al aumentar la fuerza contraria. Continúan así por un rato, desplazando el carro en pequeñas distancias hacia uno u otro lado, pero éste, vuelve de inmediato a su posición original.
 
Fatigados, después de un tiempo, los hombres de ambos bandos descubren abrumados que su esfuerzo es estéril y se detienen a cavilar por separado. Observo - en la imagen que nace en mi imaginación - que cada grupo se congrega en torno a un líder y se orienta una discusión en cada uno de los círculos que se han formado. Cuando el diálogo decae, advierto que los líderes - mientras los hombres los miran desde lejos - conversan animada y acaloradamente.
 
Vuelven a los suyos, los instruyen y todos concurren nuevamente al carro, que permanece estático, en espera de una decisión. Haciendo causa común, ambos grupos se confunden ahora y unidos, según las instrucciones de sus jefes, giran el carro, y una vez que le han ubicado en la posición deseada, lo empujan, y este inicia su marcha. Desde el reposo, acelera, aumentando gradualmente su velocidad, hasta que se aleja a toda prisa, mientras a torso desnudo, los hombres festejan, agitando felices sus camisas. 
 
Los veo desaparecer en el misterio de mi trote fantasioso, y a medida que se enturbia la imagen del carro con los hombres corriendo a su lado a velocidades desproporcionadas hasta encaramarse y perderse en los cerros que tengo a la vista descubro que son los acontecimientos que a diario leo en la prensa los que motivan mis antojadizos sueños irreales. ¡Que los hombres debatan, alcancen acuerdos y los lleven a la práctica!

-¡Para! – Surge una voz interna autoritaria. ¿¡Qué leíste!? – me interroga.
-Veo que los políticos no alcanzan acuerdos, los que gobiernan pretenden ir en una dirección, y quienes se oponen, no los dejan avanzar, pues hacen fuerza en la dirección opuesta. ¡Se ha instalado el síndrome de destruir, de des-crear!

-¿A qué te refieres? Aclara un poco más – tercia él, impaciente.

-La joven que ejercía el cargo de agregada comercial en Nueva York y que debió renunciar, es la guinda que corona la torta de lo que quiero decir.

-Todos coinciden en que nominarla fue una imprudencia del gobierno, porque aparentemente no tenía las competencias.

-¿Cómo pueden saberlo sin conocerla? ¿La entrevistaron quienes la atacan? ¿Cuáles son los méritos que la gestión del cargo requiere? No, me sume en la tristeza, porque hace rato un garante de la moral husmea estos casos, los sube a las redes sociales, muchos “enganchan” y se organiza un ataque al gobierno, improductivo desde mi punto de vista.
  
-Pero… ¿Estarás de acuerdo en que su sueldo era demasiado alto?
-No sé si alto, pero sí desproporcionado en relación a lo que ganan otros funcionarios públicos.


-Bueno, pero… ¿No te preocupa el nepotismo? 

-Sí – respondo arrinconado. ¡Claro que me preocupa! Siempre que en aras de no incurrir en nepotismo no se acabe discriminando: Por ser joven, por ser mujer o por ser pariente. El objetivo final del nepotismo es el de tener siempre en un cargo a la persona idónea.

-¿Qué se requiere para ejercer correctamente un cargo?- insiste la voz.

-Bueno – contesto, yo pienso que: Conocimientos, compromiso, capacidad y un carácter adecuado.

-Por todo lo que hemos hablado parece que esta niñita no cumplía en nada para el cargo.

-¡Mira! – respondo airado y subiendo el tono ¡No has entendido nada! Te refieres a ella como “niñita” - trato que utilizó un Senador de la República afín al gobierno - y que me parece indignante. Pero lo peor es que crees que la defiendo, y lo que ocurre es que aún desconociendo sus méritos para ocupar ese cargo, me molesta que se la ataque sin la certeza de los argumentos y de paso, se transforme su caso en uno de los tema del día ¡Como si no hubieran temas más importantes! La historia de la joven es un ejemplo del que me valgo para describir que lo que en realidad me abruma: el feble contenido del discurso de la oposición la ha conducido a la innoble función de destruir. ¡¿Por qué no se ocupan de crear?!
 
-¡Porque es más difícil! Es práctica de los incapaces destruir en vez de construir – contesta y continúa. Pero el hombre, desde que Dios lo puso en el mundo, se ha dedicado a crear. ¡Déjame hablar! – me acorrala, antes de que alcance a abrir la boca. ¡Vamos al origen! – prosigue impertérrito. Piensa en una imagen… Instalado en un lugar impreciso para el hombre, Dios observó el planeta Tierra, y en seis días, se dedicó al proceso de la Creación. Y creó Dios el cielo y la tierra; y al día siguiente creó el firmamento; y al tercer día llamó Dios a lo seco tierra y mar al conjunto de las aguas; y un día después creó Dios el sol y la luna para separar la noche del día; y al día siguiente creó los seres vivos para que se multiplicasen; y al sexto día a su imagen y semejanza creó Dios al hombre; y dejó el séptimo día para el descanso. Y desde ahí ha sido el hombre quién se ha dedicado a crear. Y mira, ¡Cómo ha evolucionado el mundo desde que Dios lo legó al hombre! ¡Estás siendo demasiado pesimista! – remata el impertinente.
 
Había escuchado con atención sus palabras, pero algo de su contenido, que no lograba descubrir, me incomodaba. Yo había expuesto mis ideas y había quedado satisfecho, pero su discurso me imponía un sesgo contradictorio, amargo y profundo, que se ampliaba a una discusión superior.

-Pero… Ciertos inventos han resultado devastadores para la humanidad – fue lo que atiné a decir.
-El hombre inventó la rueda, el papel, la penicilina, el telégrafo e internet, por señalar solo algunos inventos que han alterado nuestra vida. El hombre logró un desarrollo en el mundo que ni el mismo Dios hubiera imaginado, que le permite comunicaciones impensadas ayer; control de enfermedades que extienden la vida en forma casi ilimitada; insospechados alcances de la biología genética; traslados en pocas horas por todo el planeta, disposición de bibliotecas digitales con acceso a cualquier documento literario o musical; hasta llegar a la Luna le permitió su habilidad creativa y se espera que en algún tiempo más llegue hasta Marte. El hombre ha incursionado en terrenos que solo pertenecían a Dios. ¡El hombre está desplazando a Dios! Y Éste, atribulado, espera temeroso, que un día de estos un hombre se arrime hasta sus mismas barbas para usurparle el trono.
 
-Pero aunque haya sido capaz de inventar alimentos, no los ha distribuido de manera equitativa, y no puede evitar que hermanos mueran de hambre y tampoco ha podido evitar que se maten en horrorosas guerras.

-Tú hablaste de crear, y el hombre ha creado. ¡Distinto es que detestes o no te guste lo que ha creado!

- ¡Claro! Es obligación del hombre crear, para eso se lo ha creado, pero su creatividad debe estar siempre al servicio del hombre y para ello debe contar con el consenso de los involucrados en cada propósito. El hombre debe crear de acuerdo al interés del grupo, no del propio. Creó inventos destructivos: del arco y la flecha - necesarios por cierto - pasó al revólver, y luego, con la ametralladora, aumentó la productividad de éste, pero no le bastó, entonces con la fisión de los átomos de uranio provocó el desastre… Primero fue una luz tan brillante como el destello del sol de aquel día, amplificado muchas veces. Luego se formó una bola apocalíptica de fuego que competía en energía con el sol, y más tarde una lluvia de cenizas cayó sobre la ciudad devastada, quemando todo a su paso.