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Desde los pingüinos, Barrancones y hasta la caída de Rojas: Redes sociales y la calle, las nuevas trincheras ciudadanas

Por MLM

Cuando la clase política no da el ancho, no cuenta con la confianza y no es capaz de interpretar las necesidades de la gente, una nueva forma de expresarse se ha tomado la agenda política en más de una oportunidad y de manera letal.

No solo la masificación de internet justifica esta nueva forma de pronunciarse de parte de sectores alejados de partidos y organizaciones sociales. Lo que realmente está en crisis es el modelo vigente y las instituciones que lo representan.

El reciente cambio de parte del gabinete de Piñera y la súbita salida del exministro Mauricio Rojas, que duró solo cuatro días en el cargo, dan cuenta de un factor que recién se está empezando a dimensionar y que nadie puede declararse su conductor. Las redes sociales. Si a ello se une el poder de convocatoria y movilización (la calle) tras objetivos específicos, se transforman en una dupla letal.

No es este el primer caso que hace valer su fuerza. Lo fueron también emblemáticos temas de protección al medio ambiente (Barrancones, HidroAysén, Pascua Lama, etc.), y los casos de los pingüinos o el feminista, por ejemplo.

La manera de expresarse de los ciudadanos ha cambiado radicalmente en las últimas cinco décadas y cada vez esa transformación es mayor. De partidos generalmente polarizados e ideologizados que abarcaban buena parte de la ciudadanía comprometida con ellos y sus diversos signos, se coordinaba, sobre todo desde el centro con la izquierda, con poderosos movimientos sociales, también politizados, pero donde prevalecían sus demandas sectoriales.

La crisis del 73 y el nuevo modelo

Tras el golpe de Estado, un sector partidista se alió con los militares sublevados y se transformó en el soporte ideológico y económico de la dictadura. La derecha -y sobre todo la extrema derecha- monopolizaron el poder ante la desintegración, por la fuerza, de partidos y organizaciones sociales de centro e izquierda. La fuerza de las armas y la brutalidad con que actuaron agentes del Estado amparados por civiles cómplices, muchos de ellos aún influyentes actores del poder en nuestro país, desarticularon cualquier expresión ciudadana, política o de opinión.

Los medios de comunicación, también monopolizados por la dictadura cívico-militar o atemorizados y amedrentados, no permitían las expresiones de voces disidentes y, de hacerlo, eran fuertemente sancionados con el corte de sus transmisiones, la requisa de sus ediciones y hasta la cárcel, la relegación o el exilio de sus directores y periodistas. También la muerte.

El conocimiento de las atrocidades cometidas en la violación a los derechos humanos, las distintas crisis económicas internacionales que repercutieron en el país y el claro distanciamiento económico y social de una clase privilegiada al máximo frente a las necesidades de la gran mayoría de la población, fueron abriendo cauces que permitieron que voces distintas a las oficiales se expresaran en medios. El plebiscito de 1988 abrió las puertas para que esas voces tuvieran rostros y Chile se enterara que una ilusión era posible.

La vuelta a la democracia

Tras el regreso a la democracia, el país no era el mismo. Los partidos en la primera etapa, reunidos en la Concertación por la Democracia, canalizaron las aspiraciones de la gente y, de la mano de organizaciones sociales partidistas o con fuerte influencia partidaria, sobre todo a nivel de trabajadores, lograron un pacto social que permitió que las demandas de mejoras en ingresos se morigeraran y pudiera así darse un “paso” ordenado desde la dictadura a la democracia.

No fue fácil, pues el poder militar estaba entonces lejos de haber desaparecido; por el contrario, Pinochet mantuvo el poder de las armas y el de una institucionalidad creada para defender el “modelo” que la derecha política y económica habían creado para defender sus intereses.

“En la medida de lo posible” fue una frase muchas veces vapuleada, pero fue la mejor expresión de que en el primer gobierno democrático solo se pudo avanzar en libertades, pero no en desmantelar el aparataje montado por la derecha con la ayuda de las instituciones castrenses.

Las distintas administraciones que sucedieron a Aylwin en el poder se dedicaron más a “administrar” el modelo neoliberal que a intentar modificarlo. Es más, muchos se sintieron cómodos en él y se fueron “tejiendo lazos” impúdicos entre empresarios y dirigentes políticos de casi todos los sectores, que crearon un doble estándar, un discurso de cambio enfrentado a un financiamiento para mantenerlo todo igual.

Eso, destapado por la prensa, terminó de divorciar la relación del ciudadano con los partidos políticos e incluso con las organizaciones sociales, que ya no daban respuestas a sus necesidades, no solo materiales o sectoriales, sino que de calidad de vida.

Partidos, movimientos y redes sociales

La llegada de internet introdujo un nuevo factor. Elitista, por cierto, sobre todo al principio, permitió la expresión sin rostro y sin responsabilidades de la voz de la las elites intelectuales y económicas. A medida que se fue generalizando su acceso para las personas, en la misma medida se debilitaba el poder de partidos y movimientos sociales. Esto quedó patente al liberarse el voto obligatorio. Patente también la pérdida de poder de las organizaciones -sindicatos, centros de alumnos, juntas de vecinos, etc,- cuando en 2006 y 2011 y hasta hoy, las redes sociales han movilizado más gente que cualquier llamado de líderes formales.

Ya la gente no busca asociaciones formalizadas mediante estatutos que agrupan ciudadanos en torno a un programa político o una ideología, generalmente con el fin de conquistar o ejercer el poder a través de la conformación de cuadros políticos, quienes tienen vocación para representar a los ciudadanos, como las definiría Duverger. Tampoco se comenzó a sentir interpretada por las organizaciones sectoriales de carácter gremial. Basta ver la capacidad nula de movilización de la CUT o de las federaciones estudiantiles el día de hoy. Sus propias elecciones internas difícilmente logran movilizar a sus adherentes. También, sobre todo los estudiantes, perdieron el poder de convocatoria de hace unos años.

Por el contrario, la creación de una nueva manera de expresarse, los movimientos sociales, alimentados por las carreteras de la comunicación, las redes sociales, fueron creciendo en nuestro país. Desde Barrancones, Pascua Lama No a HidroAysén hasta la caída del ministro Mauricio Rojas, han mostrado que, a pesar de ser entidades informales, han sido capaces de articular demandas y movilizar en torno a ellas. El rechazo al abuso o la defensa del medio ambiente han permitido darle una identidad colectiva a temáticas conflictivas.

Una nueva trinchera

Sería sobredimensionar asegurar que Chile se expresa a través de redes sociales. Muchos ni siquiera acceden a ellas, por falta de medios -adquirir equipos que puedan soportar una buena conectividad o el tiempo para ello, y también las destrezas, en el caso de la tercera edad-, pero aun así se han transformado en un punto de encuentro de las elites que influyen en las mismas elites, incorporando sectores ajenos a la política partidista y organizaciones sociales de intereses, como los jóvenes, dispuestos a movilizarse por una “causa justa”.

Cuando los partidos y los gremios no son capaces de captar las necesidades de la gente, la discusión y la acción pasan del gobierno y el Congreso a las redes sociales y a la calle.

Más se agudiza esa distancia cuando para la gente los partidos carecen de validez o reconocimiento de autoridad en la representación. Sume a eso que hoy tampoco logran dar con la brújula para entender los nuevos tiempos, las nuevas demandas sociales y se han transformado en contestarios de movimientos que se expresan de manera no tan espontanea, como los feministas, No más AFP, Barrancones, Pingüinos, No a HidroAysén, causa mapuche u otros, a los que terminan adhiriendo más por conveniencia que por convicción.

La crisis del modelo

Si bien las demandas contenidas en redes sociales parecieran expresiones inconexas y de distinta naturaleza, tienen algo en común. Buscan no solo satisfacer necesidades económicas propias o de denuncia de abusos, sino un cambio profundo, esta vez de un modelo que hizo crisis y no responde a las necesidades de la gente. Esta está cada vez más empoderada en sus derechos y con mayor acceso a información, que facilita la transparencia y, por lo mismo, el escrutinio público y la consecuente condena, muchas veces adelantada y terrible y no siempre bien fundamentada.

No solo el sistema económico está en cuestionamiento, también las principales instituciones del país se encuentran en tela de juicio. Los partidos políticos, las iglesias, las FFAA, los Tribunales, el Ministerio Público y en general la propia Constitución hacen agua por todos lados. El modelo de pensiones, la extracción de recursos naturales, la salud, la educación, el uso de los recursos públicos, la seguridad, la identidad de pueblos originarios y tantas otras demandas no están siendo satisfechas en la actualidad.

No se trata de soluciones parches, esto es más que un reajuste salarial o el entregar un reconocimiento a un sector determinado (feminista, pueblo originario, tercera edad, etc.). Eso les ha costado entenderlo a todos los gobiernos democráticos post dictadura, pero de sobre manera al de derecha en sus dos versiones de un mismo autor, Sebastián Piñera. La demanda de más seguridad para las personas no se soluciona montándose arriba de un vehículo policial o mandando FFAA al norte, como lo acaba de hacer. Tampoco se soluciona el tema de pueblos originarios mandando carabineros y material de guerra a la Araucanía.

Existe una grave crisis política institucional que termina en un forzado cambio de gabinete y en la caída adicional de un ministro recién designado y en el cuestionamiento a un subsecretario por graves hechos de ocultamiento de información vital acerca del asesinato de un Presidente de la República, y Piñera va a hacer “presencia” en un hogar de ancianos que sufre un desgraciado accidente con una decena de mujeres muertas, donde, coincidencia, habla de nuevas pensiones, pero sin decir nada. Mientras miles se reúnen en el Museo de la Memoria en acto de desagravio y de demanda de respeto a los DDHH, se pasea “reinaugurando” el Puente Cau Cau. Eso, no es entender nada.

El poder de las redes

¿Quién botó a Mauricio Rojas? Desde luego no fue la prensa al dar sus declaraciones y luego canalizar el descontento. Pero apoyó en parte. El gran golpe tras la publicación de algunos trozos de sus memorias -“Diálogo de conversos”-, libro compartido con el actual canciller, Roberto Ampuero, provino de la reacción enconada de redes sociales de la mano con un influyente mundo de la cultura que se sintió agredido. Estas fueron capaces de movilizar no solo opinión, de poner presión al gobierno -y a Piñera en particular, tan preocupado de las encuestas, como reconoce el mismo Roberto Méndez, exdirector de Adimark-, sino que se unió al ciudadano común, que salió a la calle por miles frente al Museo de la Memoria.

El “montaje” que acusó Rojas y las posteriores consecuencias hasta su caída, no es obra de la oposición o de un sector de ella. Tan palmario es ello, que a pesar del peso de la Democracia Cristiana para el propio Piñera, ha sido incapaz, a pesar de contar con toda la oposición unida tras sí, e incluso con el apoyo de “sus propios conversos” tras la presión para sacar al Subsecretario Luis Castillo, no lo ha logrado. Ni siquiera el apoyo y preocupación expresado por los gremios médicos ha hecho entrar en razón al gobierno, dispuesto a pagar un tremendo costo a fin de no aparecer doblando la mano.

La “cruzada” -como la llamó la ministra Cecilia Pérez- por el respeto a los DDHH fue encabezada por el poeta Raúl Zurita y la actriz Aline Kuppenheim, quien comparó a Rojas con el “guatón Romo” -un peligroso “converso” que de presunto izquierdista pasó a ser un brutal torturador-, y convirtieron al hashtag #fuerarojas en trending topic. De Twitter a las demás redes sociales se expandió rápido y letal. Miles de firmas compartidas por las redes llamaban a pedir la renuncia.

Piñera diría más tarde que “no sabía de esas declaraciones negacionistas” que no compartía y le pidió la renuncia, declaración oblicua si se tiene en consideración que la propia ministra Pérez reconoció que tras el incidente el Mandatario le pidió a Rojas “seguir colaborando”.

Las redes sociales en Chile y el mundo, se han transformado en un arma de doble filo; permiten visualizar abusos y establecer demandas sociales, ejerciendo presión sobre autoridades, pero a la vez están también siendo manipuladas tecnológicamente en favor de oscuros intereses. Así se vio en la última elección presidencial norteamericana, en que Donald Trump utilizó bots para desacreditar a su contendora difundiendo mentiras en las redes, o como la usó el mismo Sebastián Piñera para -mediante el mismo mecanismo-, crear una sensación de quiebra en el país al que llamó “chilezuela”, instalando la idea que él sería el gran salvador de la crisis. Ni “chilezuela” existió ni los “tiempos mejores” han llegado.