Al salir de la cama – desvaneciéndose en murmullo el reclamo soñoliento de mi mujer: ¿Por qué tan temprano? - me recibe el escenario de la noche en retirada. Los astros aun brillan y dispuestos al azar al interior de la bóveda esférica infunden la esperanza del nuevo amanecer, y envuelven a la luna, que quiere ser árabe, pero su línea interior carece de fineza y solo logra latosca forma de un gajo de naranja. Vasto, el cielo los encierra en acogedor abrazo, mientras lentamente, en forma imperceptible, durante mi trote la noche se irá haciendo día.
Desde la víspera me persigue un pensamiento hosco: ¿Cómo pudo la DC derrochar el esplendor del que gozaba hace un tiempo? La pregunta me trae el recuerdo que alguna vez un amigo compartió conmigo:
Rumiaba el sabor amargo de la separación, y su vista estaba clavada en el mar que cobijaba las imágenes de niñez que dejaba, cuando sentado a su lado, un desconocidose interesó en saber por qué viajaba a Santiago.
Cuando alguna circunstancia separa a dos hermanos, convinimos con mi amigo, cada uno debe seguir un camino propio, pero cuando se cercena el miembro de un cuerpo, el cuerpo continúa viviendo con la incomodidad del órgano ausente, en cambio el miembro queda inerte, sin poder continuar con su vida. Al interior de aquel tren, él era el miembro desmembrado del gran cuerpo que era su familia, que seguiría viviendo, mientras él, desalojado, iniciaría unlargo camino para recuperar su lugar en la unidad. Con esa sensación de amarguraen el alma, debía responder al áspero personaje que además, tenía cara de pocos amigos.
-A luchar para recuperar el esplendor perdido por mi familia - respondió con fiereza, superando su timidez aunque morigerando el tono, porque me contó que la bondadosa tierra sureña había sido pródiga en cariño y atenciones perorespondía con brutal rudeza a las impertinencias de un adolescente.
El tipo – dijo mi amigo, respondió con una carcajada tan sonora como humilladora, e insistió agresivo: ¡¿A qué?!Como acostumbran a hacer los estúpidos cuando quieren ganar tiempo porque han quedado atónitos.
Consciente de que había asestado el primer golpe, mi amigo fue por el segundo: ¡A recuperar el esplendor perdido! – repitió, imponiendo a susemblante una mueca de determinación,que supongo hizo efecto–agregó, porque su risa torpe mutó hacia el asombro - y pareció que ahora lo tomaría en serio, pero ya era tarde para él, pues mi amigo, dando cuenta de una temprana arrogancia intelectual, con la previa autorización del funcionario, se mudóun par de asientos hacia adelante, desde donde pudo continuar cavilando respecto al incierto futuro, al que con implacable certidumbrelo acercaba cada paso del carro sobre los durmientes de la vía.
En los coches de aquel tren, venían muchos estudiantes del INBA. A todos nos invadía una tristeza suma, pero la sacudíamos de prisa, porque nos unía el sentimiento común de determinación por acudir a superarnos entre los viejos muros del gastado colegio.
Vuelvo a la DC, aquel otrora importante partido político. Tal vez porque prefería la moderación del centro, y ese era el domicilio conocido de esa tienda, siempre tuve simpatías por ese partido, tanto así, que un día, hace muchos años, mientras trotaba con un amigo, destacado miembro de esa colectividad, le planteé mi interés por integrarme al partido.
Disminuyendo el ritmo de su tranco me dedicó una mirada de sorpresa que incluyó el reconocimiento por mi gesto, y algo que interpreté como un sincero agradecimiento. Quedó en que una secretaria me llamaría para oficializar el asunto. Cuando hubo transcurrido el prudente plazo de dos meses comuniqué a mi amigo que nadie me había contactado, y su rostro se alteró sorprendido - ¡Qué extraño!- comentó mi amigo, y denotando molestia, agregó ¡Yo me ocupo del asunto, te llamarán pronto! y yo me quedé temeroso - por la contrariedad mostrada por mi amigo - de la sanción que iba a recaer en alguien. Pasó el tiempo y nuevamente el llamado nunca se produjo, por lo que ingenuamente, narré a mi amigo lo que pasaba, a lo que éste respondió ahora con suma molestia: ¡No puede ser! Lo veo de inmediato y te aseguro que se contactarán contigo.
Mucho tiempo después, cuando hube entendido que nunca me llamarían –algo de lo que me costó mucho convencerme, solo porque esa opción jamás formó parte de mi estilo – y mientras corría otra vez con mi amigo, le pregunté directamente por qué nunca me habían llamado, y curiosamente, tampoco pude desentrañar el misterio porque él se escabulló entre otros corredores y la respuesta, si la hubo, fue tragada por los ruidos de la ciudad.
Amanece, levemente el nítido borde azul que rodea el contorno de los cerros, sutil frontera entre realidad y ficción, aclara en forma paulatina.
¿Hubiera el hombre llegado a la luna si no hubiera existido en otro hombre la determinación de hacerlo? ¿Habría sido posible descubrir las Américas, sin determinación? ¿Es recomendable emprender un negocio o un desafío si no se cuenta con la determinación para lograrlo?
¡Jamás el hombre cambiará nada si no cuenta con la determinación para hacerlo!
Cualquier emprendimiento exige impregnarse en el momento de suscribir el compromiso de la convicción de entregarse con pasión a la causa elegida. Es decir, nos apoyamos en la racionalidad para definir nuestro objetivo, y para lograrlo apelaremos a toda nuestra pasión, si queremos evitar el fracaso.
¡Y no hay más opciones! Ahí subyace la armonía entre razón y emoción.
¡Qué triste ejemplo el de la DC!
¿Qué ocurrió a sus líderes? ¿Cómo fue posible que destacadas figuras del partido, antiguos militantes, se marginen abandonándolo? ¿No eran líderes aquellos que lo parecían? ¿No eran ellos los llamados a recuperar el esplendor perdido del partido?¿Dónde quedaron sus convicciones? ¿Quién responde al ciudadano que por años ha buscado en el centro su representación? ¿Es posible ceder ese patrimonio político a quien, venido de otro ámbito, ose ocuparlo? ¿No está obligado un líder a defender aquello que ha formado hasta amar como propio?
Hace no muchos años, sorprendido por un decaimiento de la economía, me vi enfrentado a una crisis en la empresa. Había generado inversiones, pero ante la crisis los activos perdieron valor, alcanzándose un equilibrio entre estos y los pasivos, lo que significaba que mi patrimonio se reducía a cero. Me había endeudado más de lo conveniente y sin caja, mi empresa no valía nada. Preocupado, convoqué a mi familia para comunicarles que era posible que perdiéramos nuestra casa y un negocio en el que había hipotecado algo de mi alma. Mi mujer y mis hijos mayores mantuvieron un indulgente silencio, pero mi hija menor que debió tener doce años rompió en llanto y dijo: ¡El negocio no! Y su emoción me desbordó también a mí. Ella no se preocupaba por la casa, a ella le afligía que yo perdiera el negocio porque entendía que ahí estaba puesta mi alma, y por tanto, me instaba a luchar aun a riesgo de perder la casa.
Salimos adelante, superamos la crisis y como regalo me quedó la lección de mi pequeña hija, la de luchar con ahínco por lo que se ama.
Desconozco los problemas internos que pueden asolar al partido, pero se escuchan nombres para dirigirlo que carecen de los méritos y la capacidad de recuperar el esplendor perdido. En tales momentos, como después de un fuerte terremoto es cuando ocasionalmente emerge la generosa solidaridad entre los grupos humanos, salvando a este del colapso.
Ha amanecido, llego a casa, y los perros intentan ingresar conmigo, sin embargo, interpretando por el tono de mi voz, mi determinación, se retiran lentamente y con resignación vuelven al patio.
Quienes sueñan con repartirse el poder en la DC, deben evitar esa diabólica tentación, flexibilizar sus posiciones, e impedir que dejen el barco aquellos que verdaderamente pueden hacerse cargo del timón y enmendar el rumbo de la nave, y estos, con todo respeto y perdonando la expresión: no pueden tirar el poto pa’ las moras, por el contrario,debensaber ponerle el poto a la jeringa.