¿Cómo huele el dolor?
Hace dos años, en 2021, poetas de América escribimos un libro sobre Palestina y su gente llamado
“La Fragancia de las Olivas”.
¿Huelen las olivas a estas horas en la tierra milenaria?
Por miles de años, diversos pueblos de origen semita – árabes en definitiva –habitaron este espacio mágico que fue usado por ejércitos y tiranos como puente entre diversas civilizaciones.
Mientras se escribía en el fondo de su cielo y de su suelo un relato de sabidurías eternas, tierras de sabios y profetas, gente de paz, sus tierras eran atravesadas por egipcios, hititas, hicsos, tribus viajeras, asaltantes camineros, nómades dispersos que se iban quedando allí.
Se cuenta la historia de algunas tribus que inspiradas por un dios guerrero atacaron con singular ferocidad a los habitantes de valles y montañas de esta ribera mediterránea, con la intención no lograda de exterminarlos. Toda esa historia mítica y real al mismo tiempo, se basaba en la idea de que un dios más poderoso que los otros dioses locales les daría a ellos una tierra que ya estaba ocupada por pastores, agricultores, sabios, todos pacíficos.
Eso está contado en segmentos conocidos como Números y Deuteronomio, parte del libro inspirador de varias religiones denominado la Biblia. La creencia de ser un pueblo elegido por un dios guerrero y poderoso, un dios que hace una alianza para quitar a otros dioses de en medio exterminando a sus seguidores, los ha hecho sentirse superiores. Politeístas desde su base, han
derivado en proclamar un monoteísmo que les acomoda: nuestro dios es el único dios y nosotros somos su pueblo elegido; por lo tanto, solo el que sea de los nuestros entrará a la vida eterna que se nos ha prometido; tenemos derecho a todo en nombre del dios todopoderoso y quien trate de impedirlo será exterminado, como el mismo dios lo ordenó. La invasión fue violenta sobre pueblos que no estaban en guerra con nadie. Para que no quedara duda sobre las intenciones, el dios guerrero les ordena matar a todos y así lo hicieron con los varones. Pero el enviado del dios guerrero reprende a sus soldados. “¿Pero habéis dejado con vida a las mujeres? Y ordena no
sólo matarlas a todas ellas, sino también a todos los niños varones.
Esta violencia es la que inspira hoy a los que dicen ser sus seguidores, aunque en verdad los que son más religiosos y una buena parte de sus intelectuales se oponen a estas matanzas y creen en el derecho humanitario. Los que dirigen, siguiendo una doctrina surgida en el siglo XIX llamada “sionismo”, pretenden reponer esa situación y exterminar a todos los habitantes que no sigan su voluntad y que crean que tienen derecho a un país, a un Estado, a una sociedad.
Muchos reinos existieron en Palestina (Filistea), variadas religiones, todos ellos del mismo mundo y raza, hasta que la bota romana se impuso en el lugar por muchos siglos. Fue allí donde un joven rabino alzó su voz para derogar leyes de odio y venganza. Él proclamó algo inédito y no repetido por religión alguna hasta hoy: “amad a los enemigos”, que es la forma del amor más exigente.
Los habitantes de esta tierra han buscado la paz, pero sus espacios han seguido siendo campos de batalla. Luego de largos tiempos de paz, llegaron los europeos y tras ellos los turcos. Luego de dos mil años de invasiones, de dominaciones militares extranjeras, surgió una generación que buscó la independencia. Los gobiernos de Francia y Gran Bretaña, manejados por intereses económicos y ambiciones desatadas de poder, dominan la zona. Dicen apoyar la causa de la independencia contra la dominación turca, pero en verdad lo que quieren es quedarse con ese territorio. Entonces, se alían con el sionismo, con el argumento de que quieren regresar a la tierra que un dios guerrero les había regalado. Añadiendo el apoyo de los gobiernos sucesivos de
Estados Unidos, les prometen un territorio en Palestina que llamarán “Hogar Judío”. Y les dan armas. Bajo el amparo de esos aliados, los recién llegados a una tierra que nunca fue de ellos – muchos de los cuales ni siquiera descienden de semitas – desatan la guerrilla y el terrorismo. Quieren, por la fuerza, apropiarse de esa tierra bendita y sagrada, de sabidurías excelsas.
Repiten su argumento: su dios guerrero, hace miles de años, les dijo que sería suya. Bajo el yugo de las deudas y el hálito de la corrupción, las potencias colonialistas cedieron a las ambiciones de grupos sionistas altamente ideologizados y les permitieron apoderarse de una tierra que pertenecía a un pueblo pacífico y sabio, que no era guerrero, sino que conoció el terrorismo de
manos ajenas.
En Palestina convivían diversas religiones, creencias, doctrinas, ideas políticas, orígenes raciales, como parte de un solo país. El terrorismo de personas que invocaban una religión como la única válida y la idea de ser el único pueblo de un dios, de su dios guerrero, forzó guerras y confrontaciones. La cobardía de los ingleses de esa época les dio pase libre a sus armas. Mientras a los demás habitantes naturales del país se les privaba del derecho a organizarse y tener un ejército. Pese a sus promesas de apoyar la independencia.
La antigua solidaridad musulmana con las demás religiones, que creó espacios protegidos para cristianos de diversas denominaciones y judíos de todas sus fracciones, fue aplastada por quienes querían adueñarse de un territorio en el que con la paz en la mano podrían haber tenido cabida.
Pero llegaron con armas y gritos de guerra. Después de la barbarie nazista, que ocasionó millones de muertos – 20 millones de soviéticos, 6 millones de polacos, 30 otros millones de europeos y asiáticos – entre los cuales se encontraban casi 6 millones de personas que seguían la religión judía, se agitó esa circunstancia como bandera de lucha y de sensibilización, que terminó con la decisión de Naciones Unidas de dividir el territorio de Palestina para entregarlo a personas que decían profesar esa religión. Quien condujo a esos inmigrantes hasta Palestina fue el movimiento sionista, estructura política que quiere recuperar las fronteras del reinado de David y Salomón, según se ve en el dibujo instalado en piedra en el frontis del parlamento israelí.
Pero más allá de división del territorio, la estrategia militar sionista, apoyada por Inglaterra y Estados Unidos, condenada por la mayoría de los países del mundo, desató otras guerras, si así se puede llamar a invasiones de militares bien armados contra grupos indefensos de la población o guerreros irregulares que no encuentran otra forma de defenderse.
El pueblo palestino – de diferentes religiones – fue aplastado por la alianza del gobierno invasor, con el apoyo de países, estados, gobiernos, militares, todos de las más grandes potencias, en sucesivas guerras.
Judíos de muchas partes del mundo, religiosos de distintas fracciones, se oponen al plan sionista. Ciudadanos nacidos en el creado Estado de Israel sobre la tierra palestina, israelíes por tanto, rechazan el argumento del derecho del “pueblo judío” y abogan por la convivencia de todos los
habitantes de esta tierra más allá del origen racial, la opción religiosa, las ideas políticas, como sucede en los países civilizados. Son intelectuales y políticos de Israel muchos de los que denuncian el intento de eliminar a todos los palestinos “árabes”, especialmente musulmanes y cristianos, haciendo lo que llaman “una limpieza ética” que no es otra cosa que una genocida
política de exterminio.
No son solamente los propios palestinos árabes, sino que en muchas partes del mundo entero se alzan voces independientes pero impregnadas de humanismo, que reclaman por estas conductas y quieren una solución pacífica que consista en el reconocimiento de las fronteras que impuso Naciones Unidas en el siglo pasado y se devuelva todo el territorio ocupado con el amparo militar. Aunque esa partición haya sido esencialmente injusta e infundada, aceptarla en los términos que estableció Naciones Unidas, podría ser una verdadera solución.
Para resolver sus propios problemas políticos, mediocre táctica usada en muchas partes del mundo, se provoca violencia hacia otros tratando de unir en torno al cuerno de la guerra y al sonido de la metralla.
¡No me gusta la violencia! Aun así me pareció digna de respeto la Intifada que hace muchos años alzó a niños y jóvenes a luchar por su tierra y su pueblo, por su propia libertad y tras condiciones dignas de vida.
No me gusta la estrategia de Hamas. Sospecho de ella. Cada vez que se avanza en espacios de paz, aparecen ellos para provocar una violencia que origina una represión mayor por parte de las fuerzas armadas israelíes. Daniel Matamala escribió sobre el asesinato de Rabin. Yo agrego el “Sé tú el cambio que quieres ver en el mundo”, dijo Gandhi posterior asesinato por envenenamiento de Arafat. Matar a los líderes que buscaban la paz es la
manera de los extremistas de sobrevivir. ¿No se dieron cuenta los gobernantes del estado de Israel, con todos sus servicios de espionaje aquello que venía? ¿O más bien digitaron, manipularon, inspiraron esta horrorosa situación? Todo parece posible.
Pero la mayoría de los palestinos sigue queriendo la paz. Aun en las condiciones injustas de la partición de hace 75 años.
¡Detesto la guerra y las armas! Pero puedo entender la desesperación de quienes quieren vivir en dignidad y que entonces se alzan contra un ejército despiadado que protege las invasiones de nuevos colonos con bombardeos sobre la población civil y la construcción de muros que aíslan al
pueblo.
Con realismo y tristeza, podemos aceptar la existencia de dos Estados que puedan convivir en paz, con respeto y fronteras estables. Más nos gustaría un solo Estado que recupere el nombre de Palestina en el que puedan vivir personas de todas las razas, religiones, idiomas, colores, procedencias, como habitantes de un solo país. Tal como sucede en nuestros países de América
o en el mundo entero, salvo allí.
Quiero recuperar la fragancia de las olivas, en una tierra en que el dolor y la muerte dejan sus pestilencias en todo nuestro ser.
Imploro al Dios único, aquel que ama a todos los seres humanos, aquel que pidió que amáramos a los enemigos, para que nos ayude a encontrar el camino.
Oh, Dios, como duele.
Los ojos de los niños
angustias repetidas y un cañón que construye muros.
La sangre y las madres muertas
los muchachos y las muchachas enturbiados
la sangre dominando el escenario.
Duele, Dios, esta Palestina,
duele tu tierra de sabios, la que evoca a los profetas
duele desde el corazón hasta la mente,
nos arranca a jirones la historia mal escrita
Y alzamos la voz, una rama de olivo, una paloma.
Miramos al cielo, tu cielo, mi Dios,
pedimos solo justicia y libertad,
solo respeto y agua,
¡no más dolor, mi Dios!