El Presidente Piñera en sus últimas tres cadenas nacionales ha destacado -hasta la saciedad- que la economía chilena se recuperó porque el Imacec del segundo trimestre alcanzó un 5,2%.
Ahora conocemos el Imacec de agosto que sólo alcanzó un 3,2% -ya en julio fue 3,3%- y empieza a confirmarse los diversos pronósticos de los analistas serios que en el segundo semestre la economía andaría más lenta.
El Banco Mundial a partir de estos datos pronostica un 2019 con un crecimiento más bajo que este año -apuesta a un 3,4% para el 2019- y que está lejos del optimismo mostrado por Piñera en el presupuesto fiscal 2019 donde apuesta a un crecimiento de 3,8% para el próximo año.
El optimismo gubernamental no lo comparte la mayoría de la élite seria del país, ya que no reconoce los efectos internos de la guerra arancelaria entre Estados Unidos y China, que está repercutiendo en una desaceleración de la economía China y en un menor precio del cobre -ya lleva casi dos meses en US$ 2,80- lejos de los US$ 3,12 que pronosticó el Gobierno de Piñera, así también se ve difícil que la demanda interna crezca a 4,6% como anticipa porque no se han impulsado políticas públicas para una mayor productividad.
Esto lo confirma el presupuesto 2019 ya que lamentablemente el gobierno rebaja sustantivamente la inversión en Innovación y en diversificación productiva para el 2019, lo que ha sido criticado por ex autoridades del Gobierno de Bachelet. En Economía, el ministro Valente elimina los programas de diversificación productiva en siete sectores productivos destinados a generar bienes públicos para una mayor competitividad que el año 2017-2018 significaron una inversión de US$ 180 millones; además, el Fondo de Innovación y Competitividad que este año tenía US$ 240 millones lo reduce para el 2019 en 15% recortando programas de innovación y desarrollo tecnológico que empezaban a cambiarle la cara al desarrollo productivo del país.
O sea, Piñera elimina aquella inversión que produce valor agregado y diversifica nuestra canasta exportadora y sigue apostando a la vieja receta neoliberal que es rebajarle los impuestos a las grandes empresas como lo hace en el proyecto de modernización tributaria.
Para crecer hay que invertir en innovación, tecnologías y ciencia y lamentablemente Piñera ha recortado el impulso inicial que en ese ámbito impulsó Bachelet.
Pero el crecimiento de Piñera tampoco llega a las remuneraciones de los trabajadores. INE ha publicado el índice real de remuneraciones que revela una caída de los salarios reales en doce meses a agosto de -0,2% y la tasa de desempleo se sitúa en 7,3%, la más alta desde el año 2011, donde hay regiones incluida la Metropolitana que tienen tasas de desempleo superiores a las del 2017. Adicionalmente, la clase media ha sufrido por seis semanas consecutivas el aumento de las bencinas que está llegando a un precio de $900 el litro, precio nunca visto.
O sea, en la economía real, en estos siete meses de gestión piñerista no hay más empleos ni mejores salarios, lo que naturalmente ha impactado en las expectativas de los consumidores. En septiembre subsiste el pesimismo en los consumidores ubicándose en un nivel de pesimismo de 46,1 puntos.
Este resultado es 0,9 puntos inferior el obtenido en agosto y se erige como el registro más bajo en los últimos 12 meses -donde la confianza de consumidores empezó a caer en junio, ahí se quebró la luna de miel que partió en la segunda vuelta del año pasado-.
En la Moneda estos dispares resultados económicos pretenden morigerarlos con la capitalización política del triunfo judicial en la Corte Internacional de La Haya, de tal modo que las expectativas incumplidas en el ámbito económico puedan soslayarse por el triunfo judicial frente a Bolivia. Arriesgada apuesta política ya que fue el mismo Piñera que ha insistido que la base de su fortaleza política está en la economía y que sólo en el buen manejo de esa variable podrá la derecha sostener su opción de seguir gobernando.
En los próximos meses veremos qué escenario económico se consolida -¿el optimista o el realista?- y cómo se comportará la nueva clase media, la que finalmente se ha convertido en el gran elector democrático del Chile del siglo XXI.