Oh I'm just counting

El error de indignados y resignados: La abstención, cómplice pasivo de la derecha

Mientras menos ciudadanos sufraguen el 19 de noviembre más alta es la posibilidad de triunfo de Piñera. Incluso podría lograrlo, paradojalmente, en primera vuelta. A eso se ha jugado el candidato derechista.

Por Mario López M.

Electoralmente el centro y la izquierda son mayoría. Pero las matemáticas no cuentan en política. Una campaña friccionada entre Guillier, Sánchez, Goic, ME-O,  Navarro y Artés es funcional al postulante de Chile Vamos.

En las comunas económicamente más pudientes, urbanas y con mayor nivel cultural, votan más personas que en las comunas más pobres y rurales. Cerca de un tercio de diferencia. Los jóvenes son los más apáticos.

Una primera lectura de por qué la gente no va a votar es la que hacen los “resignados” y dice relación con un país en que existe la creencia de que no es mucho lo que va a cambiar, salga un candidato u otro. Algo de ello dijo el ministro de Economía, Jorge Rodríguez Grossi, para quien el país no será mejor “gane quien gane, porque hay algunas diferencias no menores entre los candidatos. Sin duda quienes tienen las principales chances no van a hacer cambiar la tendencia positiva que tiene la economía chilena”.   

Para esa gente votar no se ve como algo de tanta importancia para los destinos del país, pues existe una especie de consenso internalizado de que “el país está razonablemente bien, sus instituciones son sólidas, no existen grandes riesgos económicos o institucionales y ninguna de las alternativas políticas provoca miedo en la población”. Esa es, ciertamente, una mirada desmovilizadora.

Hay que cambiarlo todo, pero no voto

Otra mirada es desde la vereda del frente, la de los indignados. Con niveles paupérrimos de respaldo ciudadano y en un clima de absoluto descrédito de la política, pensar en no votar es, para algunos, la solución. “Mañana igual me tengo que levantar y trabajar, nadie me da nada, los políticos solo miran a sus intereses, enriqueciéndose. Para qué votar si son todos iguales, un gastadero de platas para el Estado”, se suele decir.

Nadie puede discutir que existen algunos políticos que justifican con creces esas y otras críticas, muchas de ellas asociadas a actos de corrupción, financiamiento ilegal y hasta cohecho, donde no pocos confundieron ser servidores públicos con servirse de lo público. Tampoco parece serio cuestionar que existe una sensación bastante generalizada de que los abusos que sufre la gente a diario en sus jubilaciones, salud, educación, seguridad, etcétera, parecen no ser parte de la agenda de políticos más preocupados de otros temas bastante más banales.

Durante años la dictadura nos dijo que la política era mala, que los políticos eran un estorbo, que los partidos solo servían para dividir a los chilenos y eso generó una merma, sobre todo en las generaciones que nacieron durante ese periodo, desarraigadas de la cosa pública, centradas solo en el aquí y ahora, sin sueños de un mundo mejor, solo con aspiraciones económicas, donde el tener más superó al ser más.

Los que lucran con su desgano

Al instalar las políticas del empate, donde todos roban, mienten o lucran, se inoculó el virus de la desconfianza y el desapego. Todos son igual, entonces da lo mismo por quién votar e incluso, da lo mismo votar, era la conclusión lógica. Lógica para los que se benefician de ello, claro. Los que promovieron el individualismo, el descrédito de la política, los que controlan los medios y promueven el consumo, los que se aprovechan del poder, los que abusan y se coluden, son los únicos que se benefician con que justamente los chilenos pensemos así.

Los que se benefician de las desigualdades no quieren que usted vaya a votar. No quieren que existan sindicatos, centros de estudiantes, juntas de vecinos. Los consideran un lastre, incómodos por reclamar reivindicaciones sociales. Un partido político fuerte controla, y al que por años ha hecho lo que ha querido, amparado en una institucionalidad retrógrada, no le conviene que lo controlen, no le convienen los partidos políticos. Les es más fácil enfrentar a los “consumidores” que a los ciudadanos.

Reclamar es parte de la libre expresión, pero insuficiente como única herramienta en democracia. El sufragio es el arma con que los pueblos pueden derrotar las desigualdades y eso lo saben los poderosos. Lo supo Pinochet.

¿Es usted cómplice pasivo?

Entregar o renunciar a esa herramienta propia de la democracia es renunciar a una jubilación digna, una educación gratuita y de calidad, a regiones empoderadas y autónomas, a una salud humanitaria, a la protección y seguridad pública que debe entregar el Estado, entre otros temas de interés de la ciudadanía. Si se permite que solo unos pocos voten, serán ellos los que mantendrán el poder, minorías motivadas por intereses distintos a la gran mayoría que solo se conforma con acatar.

Se suele definir al cómplice como aquella persona que ayuda a cometer un acto ilegal sin tomar necesariamente parte en su ejecución material. Y ese cómplice es pasivo cuando permite que el hecho acontezca sin hacer nada por impedirlo. Renunciar al derecho –y posibilidad- de cambiar eso que está malo y es injusto es permitir que sigan a cargo del país los malos empresarios que se coluden, que lucran de manera indebida, que expolian sus derechos, los políticos corruptos, los grupos que se apropian de los dineros públicos entregados para la seguridad del país y de las personas, los abusadores.

Resulta inconcebible por ejemplo que en recientes elecciones en la acomodada comuna de Vitacura haya participado el 63,14% del electorado y en Lonquimay, una de las con mayor tasa de pobreza, solo haya sufragado el 36,66%. Es cierto que la desesperanza, el agotamiento y otras razones puedan anestesiar justamente a los más necesitados, pero si la gente no se empodera y hace valer su poder democrático, el voto deja de tener el mismo valor.

El truco: la minoría es mayoría

Eso ocurre mientras menos personas votan. Cincuenta en un universo de 1000 equivale al cinco por ciento. Los mismos cincuenta en un universo de 100 se transforman en el 50%. La derecha en 2009 en la primera vuelta con Piñera de candidato obtuvo el 44,05%. Las fuerzas progresistas que llevaban tres candidatos lograron con Eduardo Frei (29,60%), Marco Enríquez-Ominami (20,13%) y Jorge Arrate (6,21%), el 55,94%. Sin embargo la centroizquierda se concentró en luchas intestinas y permitió el triunfo de la derecha en el balotaje por 200 mil votos, aumentando la abstención.

Las recientes elecciones municipales arrojaron nuevamente una mayoría a las fuerzas progresistas en la votación más política, que es la de concejales. De 2.240 puestos a concejal, 1.208 fueron obtenidos por candidatos de la Nueva Mayoría, mientras que el pacto de derecha consiguió solo 915. Además, de un total de 4.545.005 sufragios, 2.140.696 fueron de la Nueva Mayoría y 1.793.780 de Chile Vamos. Si a eso suma lo obtenido por el PRO y el Frente Amplio, los resultados matemáticos serían aún más amplios.

Pero claro, esto es política y no matemáticas. Más si hay quienes no están “ni ahí”. Allí es entonces donde la minoría se transforma por arte de magia en mayoría. Más bien un mal truco que deja al espectador-ciudadano con algo menos que su reloj.

Mientras menos voten, gana Piñera

Para el director del Programa Electoral de la Universidad Central, Kenneth Bunker, hay datos interesantes que arrojan las proyecciones de la Facultad de Gobierno de esa casa de estudios de cara a las elecciones de noviembre: lo primero que destaca es que Sebastián Piñera se ha mantenido los últimos meses “pegado” en aproximadamente dos millones ochocientos mil votos y, como no puede aumentar su caudal, “le conviene que vote menos gente” en los comicios para que esos adherentes logren representar el 50 por ciento más uno de los sufragios y así pueda ganar en primera vuelta.

Lo claro para Bunker es que el ex Mandatario hoy está estancado en cerca del 40% y no tiene los votos suficientes para ganar en primera vuelta con el cincuenta por ciento más uno. Si no puede crecer, a él “le conviene que vote menos de seis millones de personas, así su base de votación alcanzaría al cincuenta por ciento más uno y, al contrario, en la medida en que más gente vota es probable que vayan a tomar partido por los otros candidatos”, asegura.

Eso es tan claro como que “mientras más estén peleados Beatriz Sánchez y Alejandro Guillier, eso es más funcional para la campaña de Piñera, porque ambos van a querer llegar a segunda vuelta y van a luchar voto a voto y van a hacer una campaña destructiva. Y si no logran unir a sus votantes para segunda vuelta, entonces Piñera la va a tener fácil”, dice.

El propio Piñera está lanzado en la tesis que mientras menos voten mejor para él y ello quedó en evidencia al criticar la campaña que lanzó el Gobierno con la que busca incentivar a la ciudadanía para ir a sufragar en las elecciones del próximo 19 de noviembre bajo el slogan “No te restes, súmate”.

“Durante la campaña de primarias el Gobierno no movió un dedo por promover la participación de la gente. Ahora ha cambiado de actitud, no sé cuáles son las motivaciones detrás de ese cambio de actitud. Si son electorales, me parece que no son legítimas”, alegó el candidato derechista.

Un buen ejemplo lo muestra el triunfo de Evelyn Matthei en Providencia en las municipales. Allí obtuvo menos votos que su antecesor, el exalcalde derechista Cristián Labbé, cuando perdió su escaño municipal frente a la independiente Josefa Errázuriz.

Voto privatizado

Desde que se instituyó el voto voluntario la participación ha ido cayendo cada vez más. En la elección municipal reciente, llegó a inéditas cifras. Pero la abstención no fue lo único a destacar, pues ella no fue pareja. Por ejemplo, en Ñuñoa, Providencia, Vitacura, Las Condes y La Reina, las comunas de mayor estatus económico del país y con gran número de electorado, la votación promedio fue de 41.8%, frente a comunas igualmente grandes pero más pobres, como Renca, El Bosque, Lo Espejo, San Joaquín y La Pintana, donde la participación promedio fue de 32,7%. Hubo cerca de un tercio más de votantes en las comunas de mayores ingresos.

Eso se suma a estudios acerca del “sesgo de clase en la participación”, que determina que las clases altas y educadas participan en proporción mayor que los sectores menos aventajados en esas cualidades. En Chile quedó en evidencia en 2016 con algo más de un cuarenta por ciento de electores. A eso se suma que los que votan son las personas mayores de 40 años, más tradicionales y conservadoras que los más jóvenes.

Servel entrega un detalle no menor acerca de la participación distinta de estratos sociales desiguales en una misma edad. En la elección presidencial de 2009 –con voto obligatorio e inscripción voluntaria-, en La Pintana 300 de un total de 8.000 jóvenes entre 18 y 19 años se inscribieron para votar. En Las Condes se inscribieron 5.000 de un mismo total. Esa proporcionalidad se observa a nivel de todos los padrones electorales del país, comparando comunas con más o menos recursos.

Y ojo, porque al cambiar a voto voluntario, ese mismo sesgo se trasladó a todos los electores y no solo a los jóvenes. A mayor nivel de cultura y capacidad económica, mayor participación, así como a menor cercanía urbana –comunas y poblados rurales-, más desapego y menos participación. Y todo eso favorece, naturalmente, a la derecha.

Eso incentiva asimismo el que fuerzas corporativas minoritarias como la llamada “familia militar” o sectores de las iglesias evangélicas se vean tentados, dada su cobertura de nicho y mayor capacidad de movilización e identidad, a participar e influir en política. Eso la derecha lo sabe y lo ha usado. Baste ver la cantidad de candidatos que representan a esos sectores y que llevan hasta dos abanderados presidenciales, ambos de derecha.