La mañana diáfana ilumina el jardíncon la alegre y apacible calma del primer movimiento de la sinfonía con que he despertado. Hago tiempo, falta aún para la hora en que me reuniré con un grupo de amigos para trotar por la ribera del Mapocho. Con los compases musicales impulsándome corro hacia el punto de encuentro, en bajada y solitario, allá me encontraré con el grupo, y la subida, acompañado, será charlando sobre las elecciones en que elegiremos mañana a nuestro próximo Presidente.
La mañana fresca sacude la noche, que retrocede vencida.Imperecederas imágenes en torno al río restan importancia al proceso político, que como todo aquello que atañe a los hombrespasará vertiginoso, a diferencia del río y su entorno, que permanecerán por un tiempo que solo superará la escritura, que en cambio, permanecerá para siempre.
Mi cuerpo goza con el trote y se deleita con el descubrimiento nuevo de un nuevo día; pimientos cargados de terrosos racimos melancólicos; Jirones de nubes transparentes tiñendo el cielo; pájaros que transitan sin temor a mi paso; cerros moteados de arbustos verdes, en los que desentonan las rígidas estructuras metálicas rojas de las grúas que traerán progreso. ¿Acompaña siempre el progreso a la felicidad del hombre?
Anclado al efímero instante del presente, que a cada paso ya es pasado irreversible,conjeturo - entre hálitos de vejez a los que me arrastran mis pasos y el incierto futuro -sobre recuerdos de un lejano proceso político vivido, reciente en la vida de un país.
Terminaba el invierno Santiaguino, acababa de cumplir diecisiete años y me preparaba para viajar al sur, días antes a las elecciones presidenciales del año 70. Preparando las clases de educación cívica, acostumbrábamos a pasearcon un compañero por los ya entonces, viejos patios del querido internado. Tal vez nuestras divergentes orientaciones políticas era el mejor estímulo que nos atraía para reunirnos a debatir. Simpatizante del MIR, él, adscribía a un sistema económico de planificación central - al que en mi caso - siempre fui contrario.
En nuestras caminatas de estudios, que alcanzaban hasta las canchas de tenis, lejano sector en que residían los inspectores generales del colegio, discrepamos, como era usual, por el incierto futuro inmediato, y en bravuconadas de estudiantes apostamos una cena para cuatro sobre el ganador de la elección. ¡Me ganó la apuesta! Y aquello no me afectó tantocomo el recuerdo aciago del despertar del día siguiente al triunfo de la Unidad Popular. Hube de pagar la apuesta, y soportar a mi amigo el pavo, como le llamábamos,que se vanaglorió del triunfo, mientras preparábamos la Prueba de Aptitud Académica, cuyo resultado nos separó, llevándonos por distintos caminos.
Del proceso político iniciado, llamó mi atención, el nombramiento de cuatro obreros en el equipo ministerial. Ingenuamente, pensé en la importancia de contar en tal posición con la sabia voz popular, pero a poco andar, cuando los problemas fueron insolubles, comprobé algo que intuía: la necesaria importancia del estudioy la preparación en la ocupación de un cargo público.
Como el dulce y melancólico inicio del segundo movimiento de la sinfonía, el país se mantuvo en un andante camino de esperanzas. Todo parecía andar bien, el pueblo, al que aludía el Presidente, se cubrió de una vigorosa pátina de dignidad y comenzó una devota idolatría por el líder. Me ilusioné, dejé de lado mi inicial desconfianza de joven provinciano viniendo de un ambiente conservador, y me acerqué a los kioskos en busca de libros de la Editorial Quimantú, que alentaban los nobles ideales de ir en ayuda de los desamparados. Me conmoví con los Cuentos de Gorki, exhibiendo historias de dolor y miseria de vagabundos y rebeldes; me emocioné con la historia de conventillos cercanos a mi colegio, representados por la pluma de Nicomedes Guzmán en la sensible mirada del niño Quilodrán; y lloré la muerte del Cabeza de cobre en las páginas de Baldomero Lillo. ¿Cómo no comprometerse con la causa? El país andaba, y yo intentaba flotar en la universidad en mis primeros años, pero… igual que la sinfonía, que a medida que transcurre se interna en escenas de desgarrador dolor, el país avanzóhacia un ineludiblecamino de tragedia.
Continúo mi camino observando el río, de vez en cuando el teléfono me indica el contacto de alguno de mis amigos anunciando su llegada, El sol, como si me acompañara en mis sombrías reflexiones, se oculta tras una extraña y densa masa de nubes.
Con la fuerza incontenible con que se extiende el fuego empujado por el viento, el país se dejó llevar por extremas fuerzas irreconciliables. El desconcierto se apoderó del obrero, se tomaron empresas, la marcha del país se detuvo, desesperado,el gobierno activó emisiones inorgánicas.Había dinero, más no había que comprar, se desató un desabastecimiento de dudoso origen y una gran parte de la población alzó la vista hacia los cuarteles. Y ocurrió lo insospechado, unidos, los militares se hicieron del poder. Y se quebró la ilusión, el anhelado sueño se esfumó rotundamente, el ignominioso poder de la bota sometió al país, y los desposeídos, aquellos a quienes se quería ayudar, padecieron el oprobio de la dictadura, mientras sus líderes huían del país.
En el debate del presente, el uso de la imagen del ex Presidente Aylwin, ha dado curso a la declaración de algunos miembros de su familia afirmando que él jamás votó por la derecha. ¡Eso es cierto! Pero… en aquella ocasión, aunque no votaron, porque no hubo un proceso eleccionario, los dirigentes DC, al igual que la mayor parte de la población, esperando superar la crisis que asolaba al paísapoyaron el golpede Estado. ¡Esa es la verdad! Y en justicia…, y a mi modesto entender, creo que obraron bien, aunque no adivinaronlas consecuencias impredecibles al exponerse a caminar sobre la cornisa, en constante equilibrio inestable.
La alegría - concordante con el exultante inicio del tercer movimiento de la sinfonía - fue breve. En mi caso, solo duró unas horas. Se extendió sobre nuestras vidas un opresivo manto y el mundo civil hubo de resignarse al poder militar. Aunque debe reconocerse ciertos méritos al nuevo gobierno, el país cayó en la noche más larga y amarga que su historia registra.
Llego al punto de encuentro, mis amigos también llegan, nos saludamos y volvemos al sendero, atraídos por el cautivante rumor y el constante viaje de las aguas. La elección próxima es tema obligado, y el desconcierto respecto al resultado es absoluto, nadie osa prever lo que ocurrirá mañana, salvo que la voz del pueblo sonará severa.
¡Nadie podría comparar este escenario con el acto eleccionario del 70! Pero es bueno recordar, y como entre mis amigos corredores, están algunos importantes líderes DC, me arriesgo a darles un consejo.
Cualquiera sea el ganador de la elección de mañana, tendrá un duro camino para cumplir lo ofrecido, y enfrentará una poderosa oposición, y la DC, el partido que en apariencia más ha perdido en el proceso, tiene una ardua y noble tarea: ¡Reinventarse! ¡Devolver al país la moderación del centro! Como después de un incendio arrasador, resurgir desde las cenizas ¡Porque el país confundido demanda la necesaria voz ausente!
Sus líderes deben anteponer el beneficio del país a suspropios intereses. Debe fluir la desaparecida solidaridad, austeridad y generosidad que permita el surgimiento de un liderazgo real, que cuente con el apoyo del grupo para imponer los criterios del partido que no deben ser ajenos al interés de la mayoría, y que son los que el país reclama.
El que fue hasta hace poco el más grande de los partidos políticos debe reformularse desde la base, reconstruirse y asegurar el progreso, con postura inflexible e implacable que lo consolide en el escenario político nacional, porque es aquello lo que el paíshoy le demanda.
Con independencia de lo que ocurra mañana, la DC deberá imponer una conducta coherente para rescatar la imagen del partido, recuperando esa necesaria moderación del centro.
He corrido con ganas, como hacía tiempo no lo había hecho. Parece que definitivamente he superado la rebelde lesión. Me sumerjo en la tina con el diario en las manos y escucho las angustiosas y frenéticas notas del cuarto movimiento de la Sinfonía 40 de Mozart, que parecen representar el ascenso hacia un castillo encantado y que decantan en el alegre escenario al que esperamos ser conducidos.