Por Luis Casanova R.
Si usted nunca vio “El manso Asado”, “Cartagena Vice”, “Los años dorados de la Tía Carlina” o “El vengador del hoyo”, es claro que no tiene cultura underground corriendo por sus venas.
Pero no importa. El comediante Ernesto Belloni, reconocido por siempre como el “Che Copete”, se encarga de recordar este legado, cuyos orígenes se remontan a una época donde todo se censuraba, pero en el que se encubó gran parte del vanguardismo que hoy se observa en la cultura popular criolla.
Gran contradicción: se le ponen cortapisas al humor en plena democracia más que en la misma dictadura. ¡Viva Chile!
Chatos de Sábados Gigantes
- Usted ha pasado por casi todos los formatos: shows en vivo, VHS, televisión y cine. ¿De qué forma mira ese recorrido casi 40 años después de su debut en los escenarios?
- Creo que todo nace por la necesidad que se presenta en el público de ver algo distinto. Reconozco que fui un poquito transgresor cuando parto con mi espectáculo de “Los años dorados de la Tía Carlina”, que era un show de transformistas. Mira la época, 4 de julio de 1984 y con 25 años más o menos (tengo 61). Ahí me di cuenta de que se abría una brecha distinta al humor del “Jappening con Ja”, que era blanco, y donde la televisión era solo el chiste. Yo miraba a Hermógenes Conache contando un chiste que decía: “sacarlo, sacudirlo” y no sé cuánto. O el “soapiza” (pone fina la voz), y era censurado. Ahí vi un espacio para hacer un humor más fuerte sin ser actor ni mucho menos. Con la Tía Carlina tuve la suerte de que fue un éxito. Después vinieron las películas, que cubrieron otra necesidad ante una televisión que tenía aburrida a la gente y que no salía de “Sábados Gigantes”. Lo más transgresor era… ¡no había nada poh hueón! Hasta los estelares eran censurados.
- ¿Y cómo se atrevió? No era nada de fácil ser transgresor. Había normas, una dictadura.
- Sí. Me costó mucho debutar con la Tía Carlina. Yo presentaba mi espectáculo a los empresarios de las salas de la época. “Si, fantástico”, me decían (engruesa la voz). Pero al otro día me llamaban para comunicarme que no iba. Por lo mismo nace lo de los videos, donde la gente sí podía escuchar garabatos y veía niñas en ropa interior o en topless. Todo eso va creando una atmósfera underground. Años después viene la TV, pero casualmente, porque nunca fue mi objetivo. Desconocía la televisión. Le tenía miedo y temor. Entonces, con el video igual vino la TV, donde tuve la suerte de entrar bien a la primera con el Jappening con Ja (1996), aunque no fue un paso muy vertiginoso. Fue un proceso largo y difícil.
- Hasta fines de los ’80 todo era en vivo.
- Solo shows en un bar en Apoquindo.
- ¿Y qué tal el público?
- Al principio era muy exclusivo. En ese tiempo los diarios no aceptaban la publicidad con el nombre de la Carlina (cabaret cerrado en 1973). A ese nivel estábamos de censura. Recuerdo que a ese bar llegaba un muy buen público, llamémoslo ABC1. Y cuando se comienza a correr la voz nos fuimos a trabajar a hoteles, restoranes y lugares así. Pero también nace otra necesidad: masificarnos. Ya se terminaban los escenarios. Así que partimos a los gimnasios, donde entró el público popular.
- No me diga que competían con el Circo Timoteo.
- ¡Claro poh! Aunque llevaban mucho tiempo con su carpa, que era una tradición, nosotros también salíamos de gira en carpa, pero yo iniciándome. Así que éramos competencia. Nunca en mala onda eso sí. De hecho, en una ocasión quedamos frente a frente en Arica y siempre lo tomamos con humor. Fue muy divertido, porque ellos estaban en una esquina y nosotros en la otra.
El Kike y don Ricardo
- ¿Cómo fue trabajar con VHS? ¿Era muy caro?
- Para mí todo era caro en cualquier formato. No tenía el capital. Era barato en comparación al cine eso sí. El cine es prohibitivo, aunque hay más posibilidades de hacerlo más barato hoy. En ese entonces no. Recuerdo que lo que hacíamos era en “Súper VHS”, que tenía mejor calidad y era lo mejor que había. Costaba mucho la producción. Por ejemplo, en “Cartagena Vice” (1991), debía tener un auto para romper, una propiedad para quemar y plata para viajar a Cartagena. Era caro y oneroso el asunto. Se me escapaba un poco el presupuesto. Pero con la juventud, el desafío, la osadía y la perseverancia lo pude lograr. Con todas las películas fui más popular. Con eso llegué a la TV.
- ¿Hubo un cambio de público entre los ’80 y los ’90 o se mantuvo el filtro? Con la democracia debía venir la apertura.
- Se mantuvo. La masificación se produjo con los videos, que entraron a todo nivel social y económico. Con la TV pasa todo lo contrario. El “Che Copete” pasa a ser más popular que el gusto de un público más exclusivo. Al comienzo era la novedad, pero en la tele fue el enemigo del ABC1, ¿te fijai? Y lo recupera con el Kike Morandé, porque si con el Kike uno se podía “tirar un chancho” y hacer “psss” y soplarlo, y la gente del barrio alto lo aceptaba, entonces estaba bien.
- ¿El Kike fue una especie de escala o espacio intermedio y de transición entre el empaquetamiento de la TV y el Che Copete?
- Sí. El Kike vino después del paso importante que fue el Jappening, donde empiezan las rutinas escatológicas con las niñas semidesnudas y en ropa interior. Por eso fui muy criticado por la misma gente del Jappening. Hasta se dijo que se acabó por culpa mía porque traje otro humor. Pero yo estaba obedeciendo a lo que la gente estaba pidiendo, que se ve por el rating. Cuando salía el Che Copete se disparaba el rating y después bajaba. Eso acusaba que el sistema y los gustos de humor estaban cambiando. Con el Kike hago escenas muy fuertes, aunque pasa otra cosa: me junto con Marlén Olivarí.
- Una bomba.
- Ahí se produce un fenómeno importante con rutinas que nunca pensé que se iban a permitir en televisión. Reconozco hasta el día de hoy que fueron extrañas, por decirlo de algún modo. ¡Es que eran muy osadas poh hueón! Y frívolas y muy al límite. Estábamos en un canal súper conservador (Mega) y con un dueño (Ricardo Claro) que era Opus Dei, pero me dejaron hacer lo mío.
- Mientras den las cifras los filtros ideológicos y valóricos pueden esperar.
- Fue eso por un lado. Por el otro, era distraer un poquitito -ante los problemas que estaban ocurriendo- con una TV más transgresora. La dejaron para que la gente tuviera más libertad.
- Nunca Claro habló con usted y le dijo: “mire don Ernesto…”
- ¡Nooo! Jamás. Ni una posibilidad. Mira, el primer año que entré a Mega (’96 o ‘97) fue muy bueno para el Jappening estando conmigo. Por eso que en la fiesta de fin de año que hizo el canal pidieron que el Che Copete fuera el animador. Don Ricardo Claro estaba en esa fiesta con su señora y sabía que se venía algo fuerte. Entonces, él pidió excusas y se retiró y nos dijo que disfrutáramos del show. Creo que no fue capaz de ver lo que íbamos a presentar. Seguramente sabía y no estaba en condiciones de ver algo tan frívolo. Se fue, pero no en mala.
Pongámonos musulmanes
- Todo lo polémico que usted hacía en humor en los ’80 hoy es cosa normal. Lo curioso es que ahora hay sanciones sociales hacia los chistes en doble sentido con las mujeres. ¿Son reacciones exageradas?
- Hay un causante y un responsable, que son las redes sociales. El público se sensibiliza con temas como la homosexualidad, la obesidad y la protección y respeto hacia la mujer, lo que obliga a ciertos cambios. Ya es mal visto hacer chistes de gays. Es criticado, como pasó una vez en el Festival de Viña (con “Tony Esbelt”, personaje de Mauricio Flores). Las mujeres comienzan a tener voz y voto en las redes y empiezan a criticar y a “funar” todo lo que es abuso, lo que a veces encuentro algo exagerado. Aunque por otra parte tienen razón. Nosotros cambiamos también. Ya se llegó a un límite que no se podía superar más. Es como partir con marcha atrás (ríe) e hicimos caso de las redes, que es la opinión de la gente.
- Esto involucra blanquear en exceso y cranear rutinas y textos más hilvanados, lo que no quiere decir más pitucos. ¿Ha sido muy complicado?
- Lo que pasa es que cuando tienes un tipo de humor vas creando un nicho de gente que te sigue. Y al cambiar y dar un giro tu afición y tus fans se sienten desilusionados. No están viendo lo que quieren ver. Es como cuando me contratan para un evento de empresa donde trabajan obreros. Ellos quieren un show frívolo y fuerte. Y en eso aparece la familia de los dueños, el papá y la abuelita. Y ahí tenemos que bajar el tono por mucho que la fiesta sea para los trabajadores, que nos les queda otra que entender. Ahora, los dueños son los que tienen que comprender que la fiesta no es para ellos. En fin, uno ha tenido que adaptarse.
- Con las actuaciones en vivo viene el desquite.
- Ahí yo no permito que se pierda la esencia de los personajes y mi tipo de humor, pero con su cuota de exigencia de respeto del público femenino. Eso sí, hay gente que dice que viene a ver al Che Copete para ver “qué le hace a las niñas”. Siempre está esa incertidumbre. Así que yo tengo que cumplir con el equilibrio.
- Leí en otra entrevista que se mostraba arrepentido por algunas tallas fuertes que ha lanzado en sus shows.
- Más que las bromas, eran las actuaciones un poquitito osadas de parte mía… de sobrepasarme. Eso sí, todo se hacía con el beneplácito de las mujeres. Pero como cambió la mentalidad empiezo a leer críticas en mi contra. Que era un aprovechador, un degenerado. Y yo me comienzo a preocupar de eso, lo que me hace revisar para atrás. Y si tú lo miras a simple vista, sin el ojo humorístico, te das cuenta de que hay una actitud de un personaje medio degenerado para hacer las cosas. Y yo me arrepiento un poquitito de eso, a pesar de que estaba autorizado por las mismas niñas… se hacían cosas, como ese manoseo con crema en el cuerpo en los sketch, que era muy delicioso en su momento (ríe), pero que hoy día -a lo mejor- digo que no era tan necesario hacerlo.
- Ahora se habla de acoso.
- Sería acoso. Es algo que está muy delicado. Hasta saludar a una mujer en la calle puede ser tomado como un acoso. La mujer se está protegiendo y quiere igualarse al hombre en todos los asuntos. Es una situación bien compleja lo de la mujer. En algunos aspectos tienen razón, pero en otros no. Como que exageran un tantito. Para eso tendría que terminarse la prostitución, que es un ejercicio legal de la mujer como cualquier otro trabajo. El hombre está utilizando a una mujer por plata. Entonces, si empezamos a escarbar, vamos a encontrar que hay una posición media exagerada del feminismo. Se tendrían que terminar las modelos, las fotos donde lucen sus cuerpos, los desfiles de modas, los concursos Miss Universo y Miss Mundo, qué sé yo. Si nos vamos a ese extremo, pucha, tendríamos que ponernos musulmanes con las mujeres.