Por O.R.P.
La semana recién pasada se abrió la Escotilla 8, puerta del Estadio Nacional por donde los prisioneros políticos eran conducidos al interior del campo de detención que la dictadura cívico militar instaló entre el 11 de septiembre al 9 de noviembre de 1973.
Cerca de veinte mil personas en cifras extraoficiales, entre hombres, mujeres, niños, niñas y extranjeros, pasaron por las instalaciones del ahora vetusto Estadio Nacional, el principal campo deportivo del país.
El estadio cuenta con ocho escotillas, una especie de camarines gigantes, todas utilizadas como celdas colectivas, que albergó cada una entre 300 a 500 detenidos. La escotilla o camarín número 8 es un lugar simbólico, ya que desde ahí los detenidos podían ver y reconocer a sus familiares -a unos cien metros- que esperaban en Avenida Grecia noticias de sus seres queridos.
La escotilla 8 había permanecido cerrada desde abril de este año, debido a los trabajos de recuperación y puesta en valor de los grabados y marcas que dejaron en sus muros -mensajes, calendarios, fechas, frases en inglés, iniciales, etc.-, los cuales fueron realizados por los ex prisioneros, con llaves, alambres, vidrios y otros elementos que encontraban en la misma escotilla y sus inmediaciones.
El horror de unos militares sicópatas y dementes
Chile era gobernado por Pinochet y tres jefes militares de la Aviación, Armada y Carabineros.
La idea en los primeros meses e incluso el primer año, era infundir el terror en todos los chilenos y chilenas, sean o no de izquierda, de centro o de derecha. Para ello se inventaron varias acciones comunicacionales como el denominado Plan Zeta, donde supuestamente se iban a asesinar a personas que fueran de pensamiento de derecha y a la denominada familia militar.
Se agudizaron los allanamientos masivos en todas las poblaciones y villas del país, donde todos los hombres mayores de 12 años eran sacados de sus viviendas y casas y eran llevados a canchas de fútbol, o grandes sitios donde eran registrados sus datos y muchos de ellos, torturados y golpeados frente a la muchedumbre. Todos vigilados por tanques, sí tanques, no tanquetas que apuntaban su cañón hacia los detenidos.
Se dejaban los muertos, botados en las calles con claras muestras de una verdadera matanza y ensañamiento, como fue el caso de Víctor Jara, encontrado en las cercanías del cementerio Metropolitano en el sector sur de Santiago, el 17 de septiembre con 44 tiros en su cuerpo.
Era común ver los cuerpos de jóvenes y no tan jóvenes, muertos, flotando por ríos y lagos de nuestras ciudades.
Las imágenes del río Mapocho con cadáveres en su pequeño lecho de agua eran impactantes. Uno de esos cuerpos fue el del sacerdote chileno-español Juan Alsina, que fue asesinado por militares del Ejército en el puente Bulnes de la capital, y su cuerpo lanzado a las aguas.
Pero había otro lugar del horror y del terror: el Estadio Nacional de Ñuñoa.
Utilizan al estadio para encarcelar a 20 mil personas
Entre el 12 de septiembre y el 9 de noviembre de 1973, el principal recinto deportivo de Chile se utilizó como el centro de exterminio y tortura más grande del país. Un verdadero campo de concentración como a la usanza nazi. Nuestro propio Auschwitz criollo con cascos y vestimentas prusianas vigilando a indefensos e indefensas hombres y mujeres.
La cifra de detenidos que pasó por el Estadio Nacional es una aproximación. La Junta Militar dijo que fueron siete mil los presos. El año dos mil, el tenebroso ex jefe de la policía política de Pinochet, la DINA, Manuel Contreras, señaló en su libro "La verdad histórica", que por el centro deportivo pasaron 9 mil detenidos. La Cruz Roja cifró en más de 20 mil los presos.
La escritora y periodista Pascale Bonnefoy que escribió el libro "Terrorismo de Estadio" señala que "el problema del Estadio Nacional es que fue también un lugar de tránsito, donde habitualmente no se fusilaba tanto dentro como afuera. Por eso en casos de detenidos desaparecidos, no se tiene certeza si pasaron por el estadio o por una comisaría o regimiento".
El informe de la Comisión de Verdad y Reconciliación señala que en el Estadio Nacional fueron fusiladas 41 personas. Sin embargo la cifra es fácilmente controvertible y no es exacta.
Personas que viven al frente del estadio, por Pedro de Valdivia y Guillermo Mahn, señalaron a Cambio21 que decenas de camiones salían todos los días con cuerpos sangrantes y mutilados desde el velódromo, la zona de la piscina y del propio coliseo o donde se juegan los más importantes partidos de fútbol. Luego eran botados en el río Mapocho, en las calles, en sitios eriazos, o en una muralla del cementerio Metropolitano, como ocurrió con Víctor Jara.
Ex detenidos en el Estadio Nacional indican que todas las noches entre el 12 de septiembre y los primeros días de noviembre se escuchaban el estruendo de las ráfagas de metralletas o fúsiles, acompañados de gritos desgarradores.
Al día siguiente, los guardias armados, especialmente los conscriptos les decían que "anoche se fusilaron a 10 personas"...
Película por preso de EE.UU.
Entre los fusilados se cuenta el preso más famoso en el mundo que pasó por ese recinto: el periodista norteamericano Charles Hormann Lazar. Su caso fue tan impresionante que el afamado director de cine Costa Gavras lo llevó al cine en la película Missing que incluso fue postulada al Oscar. Incluso se escribieron libros sobre su desaparición.
Hormann fue asesinado el 18 de septiembre de 1973 a los 31 años junto a su amigo, otro joven norteamericano, Franck Teruggi. Ambos habrían sido asesinados en el Estadio Nacional para ocultar la participación estadounidense en el golpe de Estado, hecho que ambos habían investigado.
La Escotilla 8
La escotilla Nº 8 también es un símbolo de estas vejaciones, esta puerta de entrada conduce a la llamada galería norte del recinto deportivo, allí los presos pasaban las horas y casi la totalidad del día de pie o sentados en las graderías. Es en este lugar por dónde se paseaba el conocido encapuchado del Estadio Nacional, ex militante del Partido Socialista quien colaboró con los aparatos de seguridad de la dictadura de Pinochet, famoso entre los detenidos por su frialdad y reconocer a militantes de la izquierda chilena identificándolos, con el objetivo de separarlos del resto de sus compañeros y facilitar su posterior tortura, muerte o desaparición forzada.
También se determinó la identidad de este temible delator, identificándolo como Juan Muñoz Alarcón, quien posteriormente fue encontrado asesinado con múltiples heridas de arma blanca en un sitio eriazo en las afueras de la capital santiaguina en octubre de 1977. Días posteriores a su deserción de los aparatos de represión y antes de su concurrencia a los organismos de Derechos Humanos para dar su testimonio.