Oh I'm just counting

GUETOS Y CODICIA. Por Jorge Orellana Lavanderos. Ingeniero, escritor y cronista

Anticipadamente, la bruma previa a la lluvia se había ido apoderando del cerro, que quiso ocultarse en su interior, avergonzado, mancillado por la irrefrenable codicia del hombre.
 
Esa fue la impresión que me aquejó al comenzar a subir - en mi trote - por el sendero del parque dispuesto sobre la ribera del río. Resultaba extraño ver colgando arracimados de la ladera del cerro, elegantes edificios de departamentos. Me sorprendió concluir que alguien, con mi misma formación de constructor, había dispuesto que una excavadora hurgara hasta las entrañas mismas del cerro, para emplazar ahí, los cimientos de los edificios que hoy lo avergonzaban.
 
Los cerros, no surgen dispersos al azar al interior de un centro poblado, están ahí para interrumpir la bulla citadina y permitir la reflexión de los hombres en su loca y desatada carrera, y las viviendas solo deben colgar de un cerro cuando miran hacia el mar.
 
La escena me conmovió y continué corriendo, pensando que nunca me hubiera permitido humillar de esa forma a tan imponente coloso natural. Siempre hubiera optado por construir en el plano ¡Nunca en el cerro! 
Pero… esa era mi impresión, y no todos tenían obligación de compartirla.
Mi amistad con los cerros que rodean la ciudad, nació por el vínculo de largos años de trote solitario, otros, al no haber tenido ese contacto nunca alcanzaron ese afecto, por lo que puede ser razonable que otros edifiquen sobre un cerro.
 
Una sensación que albergamos todos quienes pertenecemos al mundo de la construcción, la constituye el placer de ver como nuestra estructura crece, fruto del esfuerzo compartido, y al terminarla - y esto no sé si es generalizado - la forma en que nuestra obra mejora el entorno en que se inserta.  
Hace unos días, una importante autoridad, denunció la desmesurada construcción de edificios en una comuna central, denominándolos guetos verticales, y el alcalde de la comuna aludida, contestó en su defensa. Soy amigo de uno y conozco al otro, y me asiste la convicción cierta de la honorabilidad de ambos, por lo que me pregunto, intensificando el ritmo de mi trote:
¿Qué motiva el surgimiento de los guetos verticales?  Sería iluso buscar la culpa en una constructora que propone una oferta al problema habitacional, pues es evidente que ella responde a una demanda real, la que si se encuadra en la normativa vigente establecida por la autoridad exime de responsabilidad legal, no ética, a la empresa.
 
¿Pudo ser la empresa constructora más generosa en los espacios de las viviendas, en la calidad de las terminaciones, o en el tratamiento de los espacios exteriores? Claro que sí - pero en tal caso, qué duda cabe - el costo de las viviendas hubiera sido mayor, porque la empresa habría conservado la rentabilidad esperada en el negocio. 
 
¿Son los guetos, un problema solo de esta comuna? No, afloran también en otras comunas, tal vez con mejores estándares constructivos, pero nada impide suponer que - frente a la demanda impuesta por el crecimiento exacerbado de la ciudad - no continúen emergiendo, como emergen las callampas después de la lluvia, en otras comunas.
 
¿Constituyen los guetos una solución para el problema de vivienda actual? En apariencia, la respuesta es afirmativa, ya que - aunque solo cambian la forma de hacinamiento - se emplazan cercanos al metro, lo que ahorra tiempo de desplazamiento a sus ocupantes, y son una alternativa más segura para las balaceras por excesos del narcotráfico, habituales en poblaciones horizontales.
¿Son los guetos una solución de vivienda para el futuro? No lo creo, constituyen una esperanza para el poblador, pero con el tiempo, al igual que una enorme cantidad de viviendas que hoy persisten en pésimas condiciones en el centro de Santiago - sin que la autoridad se haga cargo del problema - desaparecerán, porque sus moradores no podrán hacer las inversiones requeridas para mantenerlas dignamente operativas. 
 
¿Merecen ser estigmatizadas las viviendas que los conforman? Creo que no, porque no estando cerrada la discusión sobre su conveniencia, al estigmatizarlos, como se ha hecho en otras poblaciones, se lesiona el patrimonio de quienes invirtieron en dichas viviendas.
La pregunta que me estoy haciendo, y que es la que debe responder la autoridad, mientras la lluvia empieza a caer y el cerro se pierde, tragado por las sombras es: ¿Han mejorado o perdido en dignidad los ocupantes de estas viviendas?      
 
La dolorosa historia de las torres de Cabrini- Green - con rasgos similares a las nuestras - abordada hace poco en una columna de un vespertino, da cuenta del aciago destino de las torres americanas construidas en el centro de Chicago en torno al año 60, y demolidas totalmente cincuenta años después, y permiten presagiar el destino de las nuestras.
 
A mí, en mi trote, me permite hacer un paréntesis en mis cavilaciones, y recordar la maratón que corrí una vez en Chicago, que en el circuito de la competencia es una carrera relevante. Con treinta grados de temperatura y una humedad cercana al cien por ciento, aquel día se presentó como un infierno. Al correr, sentía como una fuerza invisible me sujetaba, impidiéndome avanzar. Con poco oxígeno, mi cabeza razonaba incoherencias, y perplejo ante la lentitud de mi ritmo, solo atinaba a avanzar cumpliendo apenas - para no ser eliminado - con los tiempos parciales que la organización dispuso improvisadamente, por las imprevistas dificultades climáticas. En mi paso por el centro, recuerdo haber oído un permanente zumbido, que ahora, al conocer la historia de las torres, se me antoja que eran los susurros de desesperanza de aquellos que sufrieron entonces por los errores de planificación de las autoridades.
 
 Transcurre un día y yo repito el trote de ayer. El día, ahora luminoso, me permite distinguir con claridad las elegantes torres ancladas al cerro, con vista asegurada al río Mapocho. Una ráfaga de viento frío sacude mi alma, y como en las remembranzas de la Bombal, por su natal Viña,  divago con ella sobre este Santiago que siento mío: El viento cálido de ayer, inflamado de lluvia, y el viento gélido de hoy, filoso y cordillerano, es algo, que al haber corrido contemplando estos cerros, nunca dejaré de reconocer. He corrido por un largo rato y los días han acortado, oscurece temprano. Distingo al regreso, como el cerro durante la noche se engalana de luces que lo cruzan como si fueran guirnaldas.
 
Desde los arbustos, surge de improviso una liebre, que trata de cruzar hacia el río unos metros más adelante. Algo la perturba y se devuelve hacia mí por el sendero, es chiquita y tiene una cola encrespada que engalana con un borde blanco. Se detiene al verme. Nos miramos confundidos, ella asustada por mi presencia y yo temeroso de asustarla. Gira, avanza y busca un claro para internarse nuevamente hacia el río. Se pierde ahora, dejándome la certeza de que no volveremos a encontrarnos, lucía muy desvalida y en el lecho abundan los depredadores.
 
Mi confusión y la de la liebre, me inducen a pensar que solo los consensos ofrecen la luz que permite a las autoridades salir de la confusión por la que a veces transitan, para establecer las acertadas políticas públicas que la comunidad requiere y exige.