Oh I'm just counting

Hiperventilados, hiperansiosos e hipercomunicados: es la fiebre del WhatsApp

Por Guillermo Arellano
 
 
Llega ser molesto hasta que nos pasa a nosotros. Hombres y mujeres, grandes y chicos y expertos tecnológicos y analfabetos digitales, todos, caminamos, manejamos, viajamos, conversamos y chocamos en la calle mirando el teléfono inteligente, en especial, las charlas por WhatsApp.
 
La popular aplicación, fundada en 2009 por el ucraniano Jan Koum (junto al ingeniero Brian Acton) y adquirida por Facebook en 2014, hace rato que pasó a ser parte fundamental del quehacer diario alrededor del planeta.
 
Sea en contactos personales o en grupos de la más diversa índole (familiares, amigos y compañeros de estudio, trabajo, actividades deportivas, juergas y lo que sea), se trata de una APP que, de acuerdo con las cifras calculadas hasta mediados de 2017 por sus propios administradores, supera los 1.300 millones de usuarios activos por mes, quienes por día envían 55.000 millones de mensajes y comparten 4.500 mil millones de fotos y 1.000 millones de videos.
 
Hoy “whatsappear” (o guasapear en español) es tan normal como escribir un mail. Informes, documentos, registros, presentaciones, audios, memes y abundante material pornográfico (no nos hagamos los lesos) constituye el amplio espectro de archivos que viajan por el ciberespacio sin ningún tipo de limitaciones.
 
Y lo mejor, dicen sus defensores, es que las funciones que se han agregado con el correr de los años lo tienen como un instrumento cada vez más amigable para los nuevos usuarios. Veamos.
 
 
Quién regula
 
De acuerdo a Marco Nilian, ingeniero informático, “las conversaciones van ‘cifradas’ de extremo a extremo y teóricamente no se debieran poder ‘pinchar’. Por ende, el mensaje no anda libremente por la web, sumado a las opciones de privacidad que tiene, que no son muchas, pero que hacen posible ocultar el estado y las fotografías del perfil”.
 
“A nivel de empresas, permite tener múltiples contactos y generar grupos con diferentes actividades dentro de los equipos de trabajo y con personas ubicadas geográficamente en diferentes partes del mundo, lo que hace que la comunicación sea mucho más fluida desde el punto de vista de la gestión. Además, como muchas veces no hay tiempo para escribir un texto, se pueden mandar audios con toda la información resumida”, señaló.
 
Cristina Gross, ‘gamer’ y estudiante de psicología, alabó “el ‘doble check’ azul, que antes no existía y que sirve para ver si los mensajes mandados fueron leídos por el destinatario”.
 
“Me gusta la privacidad, en el sentido que uno decide si pueden ver tu foto de perfil después de agregar un contacto. Puedo borrar los mensajes, que es algo que se instaló hace poco, y todas las conversaciones están ‘encriptadas’, lo que significa que solo los que están en la conversación pueden verlas. No puede haber espionaje policial, por ejemplo. Y los grupos que se pueden formar son súper útiles”, comentó para esta crónica.
 
Pero no todo es color de rosa. Nilian cuestiona: “¿Dónde se almacena la información que se muestras en Facebook, Twitter e Instagram? ¿Quién, aparte del dueño de los datos, tiene acceso? ¿Quién puede ver tus fotografías después de tus amigos? ¿Quién administra eso? ¿A quiénes se les entregan los accesos? En fin, lo mismo pasa con los mensajes”.
 
“Uno tiene la certeza de que estamos trasmitiendo textos privados y que pueden tener un efecto de resguardo de carácter más confidencial, pero realmente no existe la certeza en un 100%, aunque te digan que están cifrados, sobre dónde están siendo almacenados, de quién más lo puede ver o en cuánto tiempo más pueden volver a entrar al evento en el cual se enviaron los mensajes. ¿El FBI y las policías tienen acceso a esa información? No se sabe si esto está amparado por la ley”, advirtió.
 
Y para peor, aclara el experto, es que “en los servidores se guarda todo el tráfico de información. Entonces, no es que uno mande una imagen de un teléfono a otro y después lo borremos de ambos teléfonos y se elimine esa imagen. No. queda en alguna parte y en algún servidor. Tiene que ser así. ¿Quién regula eso y por cuánto tiempo se almacena y quién tiene acceso? Es una incógnita. Son aplicaciones que tienen servidores en la ‘nube’. La regulación nacional no puede ser muy efectiva en otros países”.
 
“Sirve”
 
Felip Gascón, doctor en Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona y decano de la facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Playa Ancha, afirmó a Cambio21 que la aparición de WhatsApp “acentúa las transformaciones que la cultura digital viene imprimiendo a la percepción espacio-temporal”.
 
“La inmediatez reformula las fronteras entre lo público, lo privado y lo íntimo disolviéndolas en un no-lugar desde el que se comparten acciones, reflexiones, relaciones y emociones desde una nueva economía del código lingüístico, donde se hacen presente nuevas formas de comunicación icónica y audiovisual, especialmente emoticones, memes, gifs, links, fotos, neografías, etc.”, explicó.
 
Rodrigo Larraín, sociólogo de la Universidad Central, nos dice que “es un mecanismo muy barato y que requiere poco tiempo, porque uno no tiene la obligación de contestar inmediatamente, además que es un estímulo a la creatividad, dado que mientras ingenioso soy genero alguna tendencia, casi como el ‘trending topic’ de Twitter”.
 
“La instantaneidad es una ventaja, aunque la obligación a argumentar es menor pero obliga a la persona a ocupar frases de efecto”, destacó.
 
“WhatsApp sirve”, asegura el periodista Jaime Coloma, “porque establece una dinámica muy particular al dar la sensación de que se pone a la realidad frente a la comunicación. Se usa esto más que el teléfono e incluso a nivel profesional porque por acá se hacen las entrevistas. Por lo tanto, se hace una interpretación del discurso que tiene el otro que cuando uno conversa cara a cara no es lo mismo”, expresó a este medio.
 
“Cuando yo hablo contigo, tú interpretas lo que digo, pero hay un tono de voz y una cadencia y una forma de estructurar la idea que te va a acercar más a la realidad en cómo tú decodifiques el mensaje que si fuera por WhatsApp. Y yo, por esta red social, voy a tener más herramientas para creer que digo lo que quiero decir. En el fondo, es una nueva forma de comunicarse”, enfatizó.
 
“Egocentrismo y autodestrucción”
 
Rodrigo Larraín expone que “se está reemplazando a la palabra escrita manualmente, que siempre es más meditada y argumentativa, como el mensaje que uno deja pegado en la puerta del refrigerador con una idea o petición. Tiene un nivel de neutralidad que complica mucho. Genera dependencia, casi como las drogas. Hay gente que no puede estar sin mirar a cada rato el WhatsApp, más que otros medios sociales”.
 
“¿Nos iremos a equilibrar en el uso? Yo creo que sí. Nos moderamos en el consumo de televisión y la radio. Le creo a Marshall McLuhan (filósofo canadiense y profesor de comunicación) en eso: finalmente nosotros salvamos la novedad y esto se vuelva a estabilizar”, remarcó.
 
“Lo más negativo es la normalización del simulacro, la especulación, el estereotipo, un cierto egotismo y la dependencia a lo superfluo y a la violencia de la inmediatez, todos ellos fenómenos propios de la era de la posverdad y el poshumanismo”, acota Felip Gascón.
 
“La información no es comunicación y hasta puede ser una estrategia de aislamiento, desinformación y desconexión. Las tecnologías de la comunicación siempre han tenido un propósito de vigilancia y control y como contraparte de resistencia y liberación de ciertas comunidades de sentido. Aunque siempre ha existido una cultura dominante, nunca han faltado movimientos por la liberación. La comunicación es cultura y práctica social y depende del lugar en que nos situemos para enfrentar las crisis y los conflictos sociales”, ahondó.
 
Jaime Coloma apela al psicólogo y filósofo francés Michel Foucault para hablar de los “dispositivos de control”, donde “efectivamente las redes sociales y los medios de comunicación son mecanismos que permiten establecer ciertos códigos socioculturales, lo que exige una cierta conexión constante por parte de la ciudadanía. Como que hoy día uno no puede estar sin tener alguna conexión por las redes”.
 
Carlos Torres, psicólogo y profesor, se apoyó en el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, quien postula que “estamos en red, pero la comunicación actual se basa en no escuchar. Hemos perdido la originalidad del mismo modo que hemos perdido la belleza original y nuestra esencia”.
 
“La sociedad postindustrial, la globalización, nos ha despojado de esa belleza original para convertirnos en un flujo de datos y en una unidad controlada. Nos hemos convertido en un ‘infierno de lo igual’ al que nos aboca una época de hipercomunicación, sobreproducción, exceso de información e hiperconsumo”, alertó.
 
Y el tema no para ahí: “la globalización consiste en la superación de las barreras: cuanto más iguales sean las personas más aumenta la circulación de capital y de información. Sin este ciclo no habría capital. De ahí que todo el mundo sea igual como consumidor”.
 
“Este tipo de escenario lo que infunde es una sociedad en la que la interacción y la interconexión no hacen más que ahondar en el egocentrismo y, en última instancia, en la autodestrucción. Acuñamos la idea de que es ser imbécil el que no se comunica, el que está ocupado consigo mismo. La comunicación digital es una fase debilitada de la comunicación, ya que no trabaja con todos los sentidos”, criticó.
 
Torres plantea la siguiente tarea para la casa: “volver al ritual sencillo de levantar la vista para encontrar al otro, con todos tus sentidos, y con ello también reencontrarnos y rehumanizarnos. De lo contrario, solo nos transformaremos en un byte”.
 
O como sentenciaría el escritor y filósofo italiano Humberto Eco, “legiones de idiotas con derecho de hablar por las redes sociales”. ¿Habrá algún emoticón para graficar aquello?
 
Le ponemos mucho
 
A juicio de la socióloga Marta Lagos, la famosa fiebre del WhatsApp no existe. “Son cosas que se inventan en las cuatro manzanas de Santiago no más. Estuve en Washington una semana, donde Donald Trump dice brutalidades tremendas todos los días, y no hay ningún fenómeno. Tampoco la gente hace explotar Twitter. Y en Mendoza, sede de la asamblea del BID, vi a los argentinos no haciendo lo mismo que en Chile. Ojo con creer que pasa en todas partes del mundo, porque no es así. Andan mirando sus teléfonos en las calles, pero con cuestiones privadas, no políticas o colectivas”, reclamó.
 
“Es una enfermedad chilensis. De hecho, me entrevistó Lally Weymouth, que es hija de Katharine Graham, dueña del Washington Post, y me preguntó que qué pasaba en este país con el WhatsApp, como que todos andaban hiperventilados. Lo que yo veo, le contesté, es que hay gente con ansiedad política impresionante, donde un señor mueve la nariz para la derecha y todos dicen, ‘¡oh, este señor movió la nariz para la derecha, qué horror!’”, relató.
 
La directora de Mori sostuvo, además, que “aquí se crean olas cuando lo normal es usar esa plataforma para ponerse de acuerdo para juntarse a comer o alguna reunión. En Chile se publican los WhatsApp en el diario. Eso es pura ansiedad hiperventilada y una exageración capitalina. Como los mensajes que el propio ‘Chino’ Ríos filtró… por favor, perdónenme, pero dedíquense a las noticias”.