Oh I'm just counting

Ideas. Por Jorge Orellana L. Ingeniero, escritor y cronista

Bullente por la intensidad del endemoniado tráfico, contemplo extasiado el inacabado movimiento de los seres humanos, mientras desde la habitación en que me encuentro observo la enorme estructura de acero de la Estación Retiro, desde la que con cierta frecuencia, salen trenes que pasan frente a mi elevada ventana con frente a la Avenida del Libertador, dirigiéndose hacia el norte de la ciudad. Más allá de las vías férreas, subyace el vergonzoso hacinamiento de la antigua Villa 31, que con los años, ha extendido sus miserias, impidiendo la comunicación de esta zona con el vasto Río de La Plata, que al fondo se recorta soberbio, dibujando la línea del horizonte que distingo sin interrupción en el medio círculo que la vista del amplio ventanal me permite tener.  

Sabré más tarde, que al no poder erradicar la Villa, las autoridades han aceptado convivir con ella, integrándola a través del diseño de un proyecto que regulariza sus construcciones actuales y sanea sus instalaciones, mejorando la calidad de vida de sus ocupantes. Permanecerán así en el lugar elegido en condiciones de dignidad.

El día anterior, visité la casa de un amigo. En la conversación, que se ha dilatado por más de siete horas, ha intervenido su joven mujer y a ratos su pequeña hija. Mi amigo se caracteriza por escribir con absoluta libertad, sin filtro, y su franqueza lo tiene pasando un mal momento. A ratos, su voz, concordando con la fatiga de su rostro, expresa en un tono confidencial que rasmilla su orgullo el deseo de no seguir acumulando enemigos, y yo lo percibo como el ronco crujido de la rama de un roble anunciando la inminente caída del árbol, y mi conmoción aumenta cuando me cuenta que ha sido objeto de una golpiza que lo ha tenido en el hospital y que le gatilló una vieja dolencia al riñón. Sus desplazamientos han perdido agilidad y algo de su vanidad se ha disipado con la paliza, tal vez, porque además, se añade a su cuadro clínico el fantasma del desalojo de la vivienda que ocupan con que lo están amenazando.

Extraño e incomprensible me resulta el ataque del que ha sido víctima, porque aún en su histrionismo, al recordarlo, reducida su enorme estatura al interior del pequeño cuarto en que nos encontramos, es obvio que carece de un arma distinta a la de su palabra, que es la misma de que dispone un Mesías, lo que -aunque él se diga agnóstico- en este viernes sobrecogedor en que escribo, me induce, a través del golpe doloroso de cada nota del Réquiem de Mozart, sentidas reflexiones: ¿Quiénes le han aporreado? - ¿Lo habrán hecho por temor a su mensaje intentando acallar de esa forma su voz? Algo han conseguido, en apariencia, porque se lo ve disminuido, pero renacerá, como todo aquello que se acalla por la fuerza, se recuperará, y su voz retumbará con vehemente vigor, porque habita en su naturaleza la necesidad de denunciar aquello que le parece injusto, y no claudicará en su rebelión contra todo aquello que destruye el planeta.
 
Antes de separarnos me dedica un ejemplar de su libro Alter ego, en el que graba su obsesión por el impenetrable misterio de la condición humana a través de un cántico abrumador y desesperado, en el que declara sentirse tan herido como jamás lo fue otro hombre, sin cabida para él en algún lugar. Devastado por cada palabra que impide hablar al silencio.
 
Trotando por las remozadas calles de la ciudad argentina, cavilé sobre el vano intento de algunos hombres que -temerosos de un mensaje que se opone a las estructuras anquilosadas a las que se aferran engarzados – no aceptan voces que alteren su condición de privilegio.
Padecimos en Chile un régimen que intentó acallar la voz del disenso, por lo que me produce un hastío inexpresable que los que ayer fueron injustamente acallados por la fuerza y sometidos por ello a deleznables agravios, no reaccionen con el debido vigor a la presencia de cualquier intento de vejación en tal sentido.
 
¡Cómo se acomoda el ser humano! – Voy pensando en mi carrera, y cómo afloran sus miserias para justificar algo que no la tiene, no debe tenerla, y no la tendrá jamás.
 
Hace unos días, en nuestro país, en la ciudad de Iquique, cuando planeaba dar una charla en la Universidad Arturo Prat, el señor José Antonio Kast, que representa ideas a las que no adscribo, fue cobarde y brutalmente atacado por una turba de maleantes, que incapaces de derrotarlo por el único camino aceptable - el de la razón, nunca el de la fuerza, y el de los argumentos y la lógica - eligieron golpearlo para amedrentarlo y silenciar su discurso ¡Cómo si eso, en el largo plazo, diera resultado! Y todo aquello frente a los muros Universitarios, fuente de debate, con la concurrencia de todas las ideas. ¡Qué triste y deplorable!
 
Continúo corriendo por la interminable Avenida del Libertador. Atravieso los Bosques de Palermo y en la fresca mañana me cruzo con corredores de todas las edades. Luce hermosa la ciudad en este último fin de semana de marzo. Hace muchos años, siendo apenas un adolescente que atisbaba con curiosidad -en mi Puerto Montt natal- el desarrollo de mi vida, su entorno y el desenvolvimiento de las relaciones políticas entre los hombres, fui testigo de la agresión pública de un congresista a otro. Transcurridos más de cincuenta años del suceso, aún no he olvidado el insultante calificativo de “rata engominada” que uno de ellos, perdida la esencia de la razón, profirió al otro, y fui testigo de tristes acontecimientos, mientras advertía como escalaban en su descontrol, sin que nadie tomara la decisión valiente de ponerles atajo.    
Sorprendente me ha resultado la lectura de ciertas declaraciones que no corresponden al rango de quienes las han emitido, y por otra parte, eché de menos cierta contundencia en declaraciones condenando el vejatorio incidente, que he notado más bien frívolas.

¿Es posible? –Me pregunto, que el Rector de esa Universidad- a quien no conozco- continúe en su cargo, cuando ha sido incapaz de garantizar el debate de ideas al interior del recinto que dirige. ¿Dónde se perdió el concepto de la honorabilidad?

Inadmisible y agobiante me parece que la iniciativa de condenar el ataque al ciudadano Kast, no haya visto la luz en el Congreso, desafortunadamente, esa carencia solo confirma que esta institución no ilumina a la ciudadanía, materia que le debe ser, especialmente atingente.

Inaceptable me han parecido las declaraciones, que a raíz del triste episodio, ha emitido un Senador de La República. Sostuvo que condena los hechos de violencia porque afectan la convivencia, pero…inconsistente, agrega, ¡Él debió ser más prudente! ¿Cuál es el sentido de su afirmación? ¿Dónde establece el Senador el límite entre la prudencia y la libertad de expresión? Debo concluir que: ¿Un ciudadano solo puede expresarse sin transgredir el concepto subjetivo de prudencia que alguien define? Inevitablemente, aquello redunda en censura, por lo que la declaración concluye en un error inexcusable.
 
Cuento a los jóvenes, y recuerdo a los mayores, que cuando el país vivía en dictadura, se editaba una revista, que quienes anhelábamos información fidedigna, esperábamos con ansiedad. En sus páginas se leía aquello que el régimen prohibía, y hasta el día de HOY, que era el nombre del semanario, me parece que en el pensamiento y las ideas, la palabra prohibir solo puede ser aplicable a ella misma. En cada edición, en su primera página, la revista traía la expresión de Voltaire: “Estoy en completo desacuerdo con tus ideas… pero daría gustoso mi vida por defender tu derecho a expresarlas”
 
He vuelto a Santiago, el mes de abril que se inicia, invade de otoño el alma de la ciudad que generosa me abre la soledad de sus calles para un placentero trote matinal. El réquiem, me sume en el recogimiento que asiste al mundo Cristiano, y  separado de mi amigo por la cordillera, me lío a él y su familia, leyendo su libro, y  compartiendo con ustedes algo de un poema de mi amigo agnóstico, cuya palabra -juzguen ustedes- para algunos simboliza peligro:  

  

                                   Dios alienta en todo lugar

                                   Sobre el cielo y bajo el cielo

                                   Dios baña el mundo en pigmentos…

                                   Qué maravilla caminar sin rumbo

                                   Soñar y amar la poesía…

                                   Acaso un día cesen las tinieblas.