Oh I'm just counting

Incendios: Por Jorge Orellana Lavanderos. Ingeniero, escritor y cronista

 El viejopuso cálidamente la mano de la niña entre las suyas y la miró con ternura, tenía 75 años, y ella que contaba apenas 16, respondió a su mirada con dulzura. Como el día anterior, la televisión mostraba imágenes de fuego. Una avioneta que recién despegaba hacia el desmembrado sur isleño debió devolverse, pero no tuvo suerte, el viento, capaz de jugar en esa región con las naves de la misma forma que en Santiago juega con una hoja en otoño, le negó el regreso, y sus restos sobresalían del reducido patio de la casa en que había caído y que ardía. El piloto y los cinco pasajeros permanecían muertos al interior del avión. ¡Nada recuperaría esa pérdida! Y el viejo y la niña miraban conmovidos. 
 
El día anterior, por las mismas pantallas, habían observado como la Catedral de Notre Dame se consumía por el fuego y el viejo, consternado, se extasió con las torres de la fachada frontal de armónica hermosura y con los innumerables detalles y figuras que conforman los arcos de medio punto de sus puertas de acceso que decaen en relieve hacia el interior. De súbito, la aguja, inconfundible sello del arte gótico y símbolo de París, aburrida de mirar al Sena, colapsó y cayó ante los atónitos ojos del viejo, mientras en los ojos de la niña destelló un leve fulgor de desprecio.
 
Ambos observan la imagen de la casa en llamas, que por la fuerza del viento salían inclinadas, cuando habló el dueño de casa. A Dios gracias – dijo, mis familiares se encuentran bien, no tengo nada que lamentar, pues la casa se recuperará, solo siento dolor por las familias de los fallecidos, y a ellos hago llegar mis condolencias.
 
El sereno y aplomado tono de su voz refrenda la sabiduría de sus palabras. La niña aprieta la mano del abuelo y comenta – Acaba de perder su vivienda, no sabe dónde dormirá esta noche que se insinúa terrible por el viento y la lluvia, pero está tan claro ¡Cuanta sensatez! Y el viejo que se ha conmovido con el discurso del hombre, ante las palabras de la chica se refugia en un silencio de desconcierto y reflexión. 
 
Sur: clima proclive al fuego. Construcción en madera y el viento, que suele trasladar el polen que las plantas requieren para germinar, en crueles días de invierno transporta bolas de fuego que acercan el sur al infierno.  Un incendio alteró el rumbo de mi vida por lo que viví familiarizado con la historia de tragedias que alteran el rumbo de la ciudad, que crece luchando contra la acción implacable de terremotos e incendios que cambian su fisonomía y el destino de sus habitantes.
 
Oí hablar mucho del incendio que destruyó el prematuro patrimonio de mi padre que, desde ahí, hubo de surgir desde el abismo, y siempre me he preguntado cuan distinto hubiera sido el recorrido de mi familia si tal evento no hubiese ocurrido. Sin haber cumplido aún los treinta, mi padre tenía un promisorio futuro, que el azar, en una noche amarga, le arrebató para siempre. ¡De un guascazo! Su apacible camino derivó a otro de constante incertidumbre.
 
La vida holgada se colmó de incertezas. ¡De tenerlo todo a quedar sin nada! En el corto intervalo que media entre las sombras de la noche y la diáfana claridad de un nuevo día, el fuego, movido por la fortuita mano del destino se llevó todo, en un episodio que mi padre observó con más nostalgia que fastidio, y mi recuerdo es de admiración por su defensa vigorosa y de tristeza por verlo decaer con los años. 
 
En muchas ocasiones me pregunté como hubiera sido mi vida y la de mi familia sin la ocurrencia del infortunio, y tales conjeturas movieron mi conducta, anidando en mí una forma de resentimiento con el destino y con las fuerzas que lo mueven, que selló una actitud de rebelión por lo que el suceso me había revelado. Desafié al destino y arrogante, soñé con devolver a mi familia el brillo con que había esplendido, y aquello marcó el rumbo de mis estudios, y trazó mi camino, al que he sido fiel con muchas dificultades.
 
Con la misma huella que deja el hierro candente sobre la piel de un novillo, la fuerza de la naturaleza marca el alma de los habitantes del sur.  El abuelo y la nieta van de un canal a otro, entre surrealistas imágenes de fuego. De pronto, la chica pregunta.
 
-¿Qué es el arte abuelo? Y aclara con tono determinado – No me interesa que me leas la definición que aparece en google o en un diccionario, quiero saber lo que tú piensas de esa palabra.
- Para mí – responde lentamente el viejo, el arte es la fuerza expresiva de una creación que nace desde la sensibilidad de un hombre y que movida por un hilo invisible y misterioso alcanza a tocar la sensibilidad de otro hombre.
 
- ¿Debe conmovernos?
- ¡Claro que sí! Un trozo musical, una pintura, o una escultura capaz de conectarnos con un íntimo mundo personal nos acerca al sentimiento ajeno y nos apiada de nuestra feble condición, nos humaniza, y cuando se trata de un relato, al conmovernos, nos advierte de un legado que el autor, inspirado por su alma, nos quiere a ofrecer.  
- ¿Lo que no nos conmueve deja de ser arte?
- Remecer la sensibilidad de alguien es una exigencia que una obra de arte debe contemplar.  
 
-Se ha hablado mucho de la pérdida para el arte que representa el incendio de la Catedral de Notre Dame y aunque su destrucción me afecta, la sola visión del fastuoso edificio, aunque me impresiona y despierta mi admiración, no alcanza a conmoverme.
 
- La belleza del templo - si es que alguien acude ahí a orar - tiene que ver con la arquitectura de la época y el estilo que representa; con el trabajo de muchos hombres durante mucho tiempo; y con el desafío de superación del hombre, al pretender lograr la trascendencia a través de una construcción sin escatimar recursos en su empeño.
 
-Has tocado un punto que me interesa. Me afecta más el incendio de la casa que el de la Catedral. En el accidente que ha motivado el incendio de hoy se perdieron seis vidas que no se recuperarán, y aquello no tiene el efecto de la pérdida de la cúpula y la cubierta de la Iglesia. Tú mismo – reclama la nieta – te has conmocionado más con uno que con otro.
 
- Tienes razón, me duele ver que el trabajo tan arduo de una obra tan bella se destruya tan de repente, pero es verdad que las estructuras creadas por los hombres están destinadas a perecer, y tal vez, era la hora de ésta, el valor de un edificio jamás compensará el dolor por la muerte de un hombre, pero tal como una estructura es frágil, también lo es la vida de un hombre frente a la muerte.
- Recién un día después de la tragedia, los medios de comunicación han informado de la recaudación de más de mil millones de dólares para la restauración de la Catedral y el Presidente de Francia ha dado a conocer que las obras de recuperación se concluirán en un plazo de cinco años.
- Impresionante solidaridad con que actúa el mundo occidental – señala con ironía el abuelo.
 
- Eso me oprime el corazón y me molesta. ¿Por qué tanta preocupación y gasto por un recinto que solo tiene un valor turístico? ¿No es eso un despilfarro? ¿Dónde está la preocupación por los miles de niños que mueren a diario en los campos para refugiados en Siria? Con horror veo que indolente, el mundo abre sus billeteras para destinar recursos a fines arquitectónicos, mientras permanece indiferente a otros flagelos que en el mundo arrecian.
- A tu edad tenía los mismos ideales tuyos y los he ido perdiendo, ojalá que tú no los pierdas nunca.
 
- La Catedral debe restaurarse con la misma lentitud con que se construyó y esos recursos deben destinarse a causas más nobles.
- Tal vez, rebelándose contra la injusticia que a lo largo de su existencia ha visto, quien ha propiciado el incendio y lo volverá a propiciar - si la tozudez de los hombres persiste - haya sido Quasimodo, el Jorobado de Notre Dame, transmitiendo a la humanidad el verdadero legado de Victor Hugo, su creador.