Oh I'm just counting

M.T. Por Jorge Orellana Lavanderos. Ingeniero, escritor y cronista

Una brisa suave y fresca que contradice la deslumbrante mañana y que antes de dejar la casa he supuesto erradamente cálida, me recibe en la solitaria calle, mientras hago elongaciones esperando ansioso la venida de una amiga, con quien trotaré 10 K, y mi ambición no revelada será la de no tardar más de una hora. Se trata de un circuito conocido por nosotros y hacer menos de ese tiempo será la confirmación de que estoy dejando atrás la lesión que arrastro.

-¿Cómo va la pierna? – pregunta mi amiga cuando circundamos el Sport Francés y los patos, habitantes del lugar, se desplazan sobre la laguna, generando ondas que se deslizan en períodos rítmicos sobre el agua, contrastando con la plácida inmovilidad del reino vegetal que los envuelve.

-¡Bien! Tengo un excelente doctor. Como sabes, siempre he detestado acudir a verlos, pero en este caso, me sentí a gusto de inmediato, ¡Hubo cercanía! Me sorprendió gratamente, su comentario inhabitual: Acomódate y cuéntame la historia de tu vida completa, disponemos de tiempo.

-¿Y cómo te está tratando? – pregunta cuándo vamos frente al río y la sangre, activada, remece nuestros cuerpos que responden derrochando vigor y energía.

-Lo que más me gustó fue que no me prohibió el ejercicio: ¡Si quieres trotar, hazlo! Sé, porque he estado leyendo tu libro “Crónicas de Trote”, que privilegias la práctica del ejercicio sobre los tiempos de carrera, lo que refleja cierta sabiduría, pues te permite disfrutar de la actividad sin llegar a dañarte, pero… ¡Sé cuidadoso!

-Es difícil escuchar eso cuando el doctor desconoce la filosofía del deportista, simplemente te ordena parar sin preocuparse del efecto que aquello producirá en tu cuerpo y en tu mente -replica ella. Hemos cruzado el río, internándonos por calles sombreadas por la cercana presencia de cerros. La primavera, en su apogeo, muestra un mundo verde y florido. En un condominio, el feo muro exterior se ha cubierto por una hermosa buganvilia rosada, que ha trepado por él, embelleciéndolo.

- En cualquier caso, él aún no ha podido determinar el origen de la lesión. Me ha hecho varias resonancias y con medicamentos, ha controlado la dolencia, pero deberá seguir indagando.

-Y… ¿Si ya estás bien, para qué seguir?

-Cómo te consta, y como el doctor ha concluido, mi forma de hacer deporte - desacertada para obtener buenos tiempos pero acertada para extender la vida útil de mi trote - hasta aquí, ha dado buenos resultados, pero, como consecuencia del implacable paso del tiempo, padeceré ineludibles problemas que con estos exámenes él intentará descubrir y prevenir.

-Eso significa que tú ya hiciste todo lo posible por extender la vida útil de tu ejercicio, pero a partir de ahora si quieres extender el remanente de tu tiempo, debes recurrir a la ciencia.

Exacto. Y el doctor lo ha entendido perfectamente. Creo que nuestra relación perdurará, porque solo su asesoría profesional me permitirá correr por un tiempo inextinguible – remato con algo de soberbia.

-Oye, Y… ¿Cómo se llama ese doctor?- Pregunta ahora que hemos llegado a un ancho prado verde que incita a tenderse  sobre él para observar, como en la infancia, el intenso cielo azul, en espera de las nubes que en algún momento volverán a cubrirlo de misteriosas formas.

-M.T. son sus iniciales  - respondo sin dolores de mi pierna, y las letras, me hacen pensar en la emperatriz de Austria, primera y única mujer que gobernó los dominios de los Habsburgo. ¡Tienen carácter las mujeres con ese nombre! – murmullo, ante el desconcierto de mi amiga, y mientras tanto, recuerdo a dos mujeres que, así llamadas, han sido importantes en algún momento de mi vida.

-Cuéntame sobre ellas – me dice mientras pasamos frente a un campo de fútbol de un colegio, al que los padres han traído a sus hijos, lo que gatilla en ella el recuerdo de la época en que hacía lo mismo con su hijo. Era delgado y menudo – continúa. Habría sido bajo como tú – sentencia, y por un rato, permanecemos en silencio. Cuando se acallan los gritos de los niños, con profundo tono nostálgico, me invita a seguir mi relato.

-La primera de ellas – prosigo, es una luchadora eterna, me acompaña desde antes del inicio de la empresa y junto a otra gran mujer, siempre ha estado ahí, aportando sin claudicar, fuerza, rigor y carácter, y eso, sin desatender jamás sus funciones de madre y esposa. Cumplido su ciclo laboral, parcialmente ejerce aún, y yo tengo la suerte de estar contando con sus servicios profesionales por más de treinta años.

-Bonita historia – sentencia ella, cuando ha recuperado su tono. ¿Y… la otra?

-Ahhh – la otra MT llegó a mi vida en un momento difícil. Atravesábamos una etapa dura en la empresa – recuerdo con voz señera, y ante la sorpresiva irrupción de uno de aquellos frecuentes períodos de crisis, constatamos que los activos patrimoniales - desmedrados por el trance - habían decrecido hasta el valor de nuestro endeudamiento.

-¡Ningún Banco te apoyaría!

-¡Así era! – Había cometido la torpeza de arrastrar la empresa a tal condición y atribulado rumiaba en mi oficina la fórmula para salir del paso cuando recibí la llamada de una desconocida ejecutiva de un Banco, y… ¡Le conté mi historia!

-¿Igual que al doctor?- replica con ironía burlona mi amiga, cuando vamos en subida a un ritmo sostenido, que a ella - mejor corredora que yo - le cuesta menos sostener.

-¡Claro! – Nos reunimos una tarde… recuerdo que salí a recibirla cuando jirones de nubes encendían el cielo del crepúsculo. Hermosa y distinguida, se presentaba en mi oficina y en mi vida. Conversamos largo rato, y a la afinidad inicial, siguió la confianza, que derivó en esa tarde, en una relación de amistad, gestada mientras el crepúsculo se entregaba con dócil amabilidad en el manto de la noche cálida. ¡Se la jugó por nosotros! ¡Confió en mí! Y… fue capaz de convencer a los ejecutivos y directores del Banco, en el que éramos unos absolutos desconocidos, para otorgarnos el crédito que requeríamos para continuar con nuestras operaciones y que sirvió de puente para sortear el ingrato momento.

-Bonita historia – repite mi amiga y no alcanzo a descubrir si está otra vez ironizando. ¿Y qué es de ella?

-Bueno, a partir de la relación comercial que surgió entonces, seguimos una relación de amistad que persiste hasta hoy, y la hemos mantenido, aun cuando ella se ha cambiado de Banco, y continuaremos siguiéndola si se muda de nuevo, porque la relación, más que con las instituciones, uno las cultiva con las personas.

Estamos llegando, me saluda el conserje del edificio vecino a mi casa, mi amiga entra conmigo, conversa con mi mujer brevemente, se hidrata y se va, mientras yo agradezco su compañía que me ha motivado y permitido abstraerme de una posible molestia de la pierna, que ha soportado el esfuerzo razonablemente bien.

-Si tengo algún problema o sufro alguna lesión, recurriré a M.T., porque desde que te conozco jamás te había visto tan contento por vencer esa innata reticencia para visitar a un médico.

-Es que de verdad – le digo – M.T. es un tipo diferente, comprometido con su trabajo de igual forma que las MT de que te hablé, y la veo alejarse satisfecha y feliz por el simple acto de haber compartido el espacio de un trote.