Oh I'm just counting

Marisela. Por Jorge Orellana Lavanderos. Ingeniero, escritor y cronista

¡Hay tan grandes infortunios! Producen quiebres en el alma imposibles de superar jamás. Persisten aferrados a nosotros pasando a ser parte nuestra. Son dolores irrenunciables e inacabados, con los que aprendemos a vivir, irrumpen de improviso, inesperados e indeseados, atraviesan nuestra piel y penetran hasta las más insondables profundidades del alma…

Ven a trotar conmigo Marisela. ¡Vamos! Sígueme en este ejercicio de cuerpo y alma ¡Tal vez nos encontremos! Hablando – decía mi abuela - siempre se entiende la gente. ¡Solo basta con tener ganas! Pero… ¡No la soslayaremos! Tenemos que tratar esa expresión tuya que debe tenerte abrumada y que alojó desconcierto en mi corazón: tus ojos llameaban de odio y eso me produjo rabia y el reprochable impulso del espontáneo repudio, luego me pregunté ¿Por qué? ¿Dónde nace ese ánimo de revancha? ¿Dónde están las raíces? ¡Trotemos! Verás como el trote nos humaniza.   

¡Hay golpes en la vida tan fuertes… Yo no sé! – reza Vallejo y confundido mira al cielo. ¡Inexplicables! Como del odio de Dios. ¡Así es como se sienten! Y tal vez pueden explicar nuestras conductas.

¡Conversemos! Voy a contarte una historia… Atónito, observé un día hace más de cincuenta años como sus ojos se tornaros vidriosos, invadidos por la opacidad de la muerte, que se apoderó del vigoroso cuerpo que yacía tendido sobre la acera. Fue mi brutal primer acercamiento con la muerte, y resentida la vi propinar un feroz y eficaz zarpazo. Unos minutos antes un grito desgarrador me había hecho correr desde la tienda de mi padre hasta el malogrado conductor que acababa de ser impactado por una jaba de vidrios que bajaba de su camión.  Temprano, antes de los diez años, supe querida, de lo frágil de la vida y de la importancia de cuidarla.

¡Sigamos corriendo! Alcancemos esa colina, quiero compartir contigo un secreto. ¡Nos fatigaremos! Y el mérito del esfuerzo nos recordará nuestra vulnerabilidad, hasta llegar a sentir piedad por nosotros mismos, porque descubriremos querida: ¡Que somos tan limitados! Disminuidos por la pérdida de capacidades aceptaremos que nuestros éxitos nos inducen hacia el lóbrego camino de la arrogancia, y que desnuda la sensibilidad, reconocemos nuestros desaciertos. ¡Preciso de tu arrepentimiento! Me perturba que el contenido odioso de tu expresión, hiera a la humanidad toda, en su amplio conjunto.

¿Puede alguien que integra el humanismo no sentir aversión y rechazo ante un deleznable crimen cualquiera? ¿Es confuso cierto? Durante la semana, después de tus impresentables declaraciones, llegó a mi correo electrónico una solicitud de firma en contra tuya. ¡Y la firmé! Aunque en realidad no quiero atacarte. ¡A ti ni a nadie! Y si te he invitado a correr conmigo esta mañana, es porque algo, en este episodio amargo, no calza, falta una pieza del rompecabezas ¿Cuál fue tu motivación? ¿Pretendes que yo crea que tú crees que es lícito eliminar a balazos a un adversario político? ¿No has pensado que el alcance y contenido de tus palabras puede generar odio y divisiones?

Aparentas ser una mujer fuerte, y has elegido un trabajo duro, pero no intentes engañarme, al apagar la luz, en la intimidad, volvemos al páramo de inefable soledad. ¡Nadie nos guía! Accedemos a un reducto en el que es imposible engañarnos: aparecen nuestros dolores; nos visitan nuestros miedos; se suceden nuestras frustraciones; y resucitan nuestros muertos derramando el incesante dolor de su ausencia. A esa hora, emerge la existencia de un incontenido brote de humanidad que en el silencio cautivo de la noche nos remece el alma con susurros estremecedores.

¡Sigamos corriendo! Reconozco ineludibles atisbos de humanidad en tu rostro y en tus gestos. ¡Hay golpes tan fuertes en la vida! ¡Sigamos! Lo lograremos, nos acercamos. ¡Surgen rasgos de similitud! Mi imagen de dureza ante la vida, igual a la tuya, se desmorona. ¡Intensifiquemos el trote! Horademos la costra de nuestras corazas, aflorará el alma blanda y tierna que pulula al fondo, y volveremos a ser libres, como un niño que aún no sabe de dolores, pues solo ha bebido del dulce néctar de la felicidad, esa que ansías a diario en el cálido instante supremo, cuando antes de dormir, te refugias en su recuerdo, hasta que te vence el sueño.

¡Sigamos corriendo! el trote nos proveerá la extraña paz que otorga la fatiga. Hace muchos años, pocos antes de que nacieras, fui testigo de odiosas declaraciones proveniente del mundo político. Yo ingresaba a la universidad mientras Chile se consumía al interior de una lucha intestina. Desde un bando, un destacado político trataba a otro de “rata engominada”, y desde el otro sector un prominente político se negaba a debatir con otro, por no considerarlo un “perro grande”.

Tiempo después, horrorizado, el país veía como la institucionalidad desaparecía tras el humo del incendio producido por bombas arrojadas por aviones militares sobre la Moneda. Naciste durante la dictadura que siguió y tu infancia testimonió los agravios que hubo de soportar el país y el costo que significó recuperar la democracia. ¡Actuemos con seriedad! Cuidemos la democracia. Como todas las actividades creadas por el hombre, la lógica del humanismo establece que todas ellas están al servicio del hombre, esto es, destinadas a beneficiarlo y no a dañarlo.

¡Queda poco! Un poco más y llegamos. Verás que nuestro esfuerzo será recompensado. Por lo pronto, voy a narrarte una historia personal que tiene algo en común con tu propia historia, y en el que tal vez germina la raíz de nuestros propios dolores, ese que suele hacernos desconfiar del mundo y sospechar del hombre…

Sonó una noche el artefacto negro apostado sobre una mesa pequeña a la entrada de mi casa. Cobarde, no me moví, atribulado, traspasado por un temor agorero, esperé que mi mujer lo atendiera, y a medida que hablaba, se expandió, vertiginoso por mi alma el mayor dolor que he sufrido. ¡Hay golpes tan fuertes! Acababan de informar desde el hospital a mi mujer, que nuestra pequeña hija había muerto.

(El recuerdo no me basta, no te tengo entre mis brazos) Eso, maravilloso que escribiste y que acabas de susurrar, representa la herida común que permanecerá siempre, de la que jamás nos desprenderemos. ¡No cerrará! Porque es el vínculo con el ser amado. Muchas veces, con la mejor intención, me dijeron, tengan otro hijo, así olvidarán el dolor. ¡Necios! Pensé entonces y mantuve un estoico silencio.

(Se me va la vida en extrañarte tanto). Es verdad lo que señalas, ¡Cómo se consume nuestra vida macerando el dolor! ¡Cuánto se echa de menos! Aún con el paso de los años. ¡Dios! Cómo me costó reconciliarme con Dios, cómo hacía para asimilar algo tan injusto, claro. ¡La vida no es justa! La justicia la han creado los hombres, y entre sus funciones, debe servir para compensar aquello que la naturaleza ha repartido con desequilibrio o simplemente se ha negado a proveernos.

(Dios salió al jardín, eligió una flor y esa flor se llamaba Rafaela) Hermosas palabras, me conmueve tu expresión de amor, quizás porque también tuve una flor, su nombre, que me cuesta escribir - porque me obliga a abrir una puerta que conduce a un cuarto solemne e íntimo - era Paulina, y me acompaña siempre: Con la serena mirada de sus ojos grises desde un cuadro en mi habitación; y desde el recuerdo, que acude instantáneo, con Scheherezade, narradora de las mil y una noche, de Rimsky- Korsakov, porque una tarde, en la única vez en que en su corta vida pudimos comunicarnos en forma plena, la hice dormir escuchando esas notas. ¡Y no hubo más! Después, debimos resignarnos, y tan chiquita y desvalida dejarla seguir su misterioso camino. Aliento la esperanza y permanece la ilusión de que un día… ¡Que se yo!         
 
¡Llegamos! Te dije que el trote nos conduciría hasta aquel extraño páramo de apacible paz. Si alguna mano piadosa te ha hecho llegar este texto y si tu curiosidad ha superado a tu molestia del lenguaje claro y te ha permitido llegar hasta aquí en la lectura, solo me resta añadir que han sido escritas con mi apasionado interés por hurgar en la impronta esculpida en la esencia de la naturaleza humana, y con humildad, agregar que las luchas fratricidas son siempre estériles, y que - aunque en la búsqueda de los consensos debemos ser implacables en el respeto a los nobles ideales como aquellos que nacen durante la adolescencia - el arte de la política radica en que, para conseguir nuestros propósitos, cada una de las múltiples manifestaciones del odio siempre han de estar ausentes.