Extracto del libro “Magnicidio. La historia del crimen de mi padre”, de Carmen Frei, da a conocer quizás uno de los relatos más estremecedores.
"No voy a salir vivo de aquí". Impactantes revelaciones del crimen de Frei
Por Mario López M.
Impacta el relato de un Eduardo Frei en su lecho de enfermo, consciente que estaba siendo asesinado, lentamente, pero cuidadoso de exponer a su hija y los suyos. En un desgarrador grito de silencio, pide ser rescatado de aquel lugar: “Sáquenme de aquí. Quiero morir en mi casa”…
“No voy a salir vivo de aquí”, dijo.
“Desde el momento que fue trasladado a la UTI, hasta el 22 de enero, día de su muerte nunca más salió de cuidados intensivos.
Ese 8 de diciembre de 1981 fue la última vez que lo vimos bien, lúcido. Vinieron semanas terribles. En ese tiempo a la UTI solo se podía entrar en ciertos horarios, era complejo el ingreso. Nosotros decidimos mantener la habitación del cuarte piso, donde había estado mi papá antes de ser llevado a la UTI, pues pensábamos que todo se iría normalizando rápidamente y él volvería a la pieza. Desde que mi padre entró a la UTI mi madre se mantuvo siempre en esa habitación del cuarto piso. De hecho, ese mismo día mi mamá se vino a dormir a nuestra casa y no volvió a alojar en la suya hasta casi un año después.
En las mañanas, cuando llegábamos a la clínica, iba a averiguar cómo estaba mi padre, y subía al cuarto piso donde estaba mi mamá para informarle. Cada tarde, al final del día, llegaba el doctor Silva Garín y nos daba el parte de la situación. Además de repetirnos que la intervención del doctor Larraín había sido una “operación sucia”, nos señaló que durante esa primera intervención le habían pasado a llevar el intestino, que tenía una herida abierta en la zona del estómago e intestinos y que había que hacerle curaciones todos los días. Cada cierto tiempo le aparecían nuevas infecciones. Yo trataba de entrar a la UTI todos los días para contarle a mi madre cómo estaba evolucionando.
El día 8 de diciembre, después de la tercera operación, el doctor Sergio Bernal nos hizo llegar dos hojas de puño y letra de mi padre, en que decía: “Sáquenme de aquí. Quiero morir en mi casa”.
Pensábamos nuevamente que había que sacarlo de la clínica y llevarlo a Estados Unidos, pero sabíamos que estaba mal y que por el momento no podríamos moverlo. Era imposible. En un par de ocasiones lo sacaron para hacerlo un escáner en un centro médico de la calle. La Concepción; no había esos equipos en la Clínica Santa María. Después tuvimos que pedir al Hospital Salvador que nos prestaran la unidad para hacerle diálisis. Me acuerdo que llegó una religiosa del Hospital Salvador, la única que sabía manejar ese equipo. Para el tratamiento se necesitaba mucha sangre, hubo mucha generosidad de muchas personas que fueron donantes.
Un día -debe haber sido el 12 o 13 de diciembre-, entré a la habitación de mi padre y lo encontré muy desanimado. Para tratar de levantarle el ánimo, le dije: “Vamos a salir adelante, vamos a arreglar la casa de Algarrobo”. En octubre habíamos pasado juntos unos días allí. Mi padre la había regalado a todos sus hijos.
Fue en ese mes, lo recuerdo muy bien porque solíamos pasar allí su santo, mi padre muy entusiasmado nos dijo que quería construir un living escritorio muy grande y cómodo, un dormitorio, un baño y nada más. Su deseo era pasarlo bien rodeado de sus libros y sus papeles. Con Eugenio estuvieron calculando esa nueva construcción. Por eso le insistí ese día, en cuanto te recuperes, lo primero será ir a Algarrobo.
-No respondió de pronto-, no vamos a ir porque yo no voy a salir vivo de aquí.
Nunca se me olvidó su respuesta tan angustiada. Hasta hoy me arrepiento, porque, en vez de preguntarle por qué me decía eso, me esmeré en tratar de levantarle el ánimo, diciéndole cómo se le ocurría decir eso y que íbamos a salir adelante.
¿Por qué no le pregunté por qué pensaba eso, por qué me lo decía? ¿Por qué no lo escuché? Recuerdo que en un momento se volvió hacia mí, me tomó de un brazo y murmuró: -Cuida a la Maruja. Preocúpate de tu mamá.
Salí demudada de la habitación, con unas ganas terribles de llorar, y entonces me encontré con el doctor Silva Garín, que siempre me esperaba. Me empezó a preguntar ansiosamente qué me había dicho mi padre. Se lo conté”.