Oh I'm just counting

Novela. Por Jorge Orellana Lavanderos. Ingeniero, escritor y cronista

El cargo de autoridad confiere a una persona un privilegio de respeto que desde el ciudadano le alcanza en forma natural, con el compromiso de ser cuidadoso en el lenguaje que utilice en sus declaraciones públicas, ya que el hombre común acoge atento sus comentarios en espera de que de ellos broten lineamientos y directrices que encause su acción ¡Es obligación de un líder velar por el cuidado de sus expresiones!
 
La brisa fresca anticipa el cambio estacional. Hoy, no me enceguece en el trote, el reflejo encandilador de luz en el cielo. Se ha atenuado la fuerza del sol. El tumultuoso río veraniego transita de prisa hacia la umbrosa paz del otoño. Ha decaído el festivo verano, que lentamente, a través de los días, se sumerge en los apacibles secretos otoñales, y en cada árbol, percibo cierta pérdida de prestancia y una inequívoca aceptación del proceso, que ante el avance de mis años crece en enigma, aprisionando la esperanza del presente entre ineludibles invocaciones al pasado y perturbadores tintes de futuras incertezas.
 
Para iniciar un nuevo trabajo literario, me había despedido de ti, querido lector por el que supuse sería un largo período, pero he de confesarte que te eché de menos, ¡Te extrañé en estos días de separación!  Tal vez, porque fuiste en extremo generoso con notas de saludo que me hiciste llegar, confidenciándome en ocasiones que, con algún texto, había alcanzado hasta “tocarte” el alma. ¡Cuánto te agradezco y valoro ese acercamiento! Mi modesta acción de escribir se compensa plenamente con tu mensaje de aliento.
 
Suspendí nuestra relación, atendiendo al urgente llamado de escribir una novela, algo, que el pudor y el temor al fracaso, me inhibía de comentarte, aunque agita mi espíritu con el placer de lo desconocido, y vuelvo a este texto solo para satisfacer mi necesidad de agradecerte y curiosamente, la justificación para hacerlo – como todo lo que rige lo relevante de nuestra conducta - emana de un hecho fortuito, como es la declaración pública de un Ministro de Estado, al que invito a trotar conmigo en esta deliciosa mañana de albores de otoño.
 
El ministro - cuya imagen, cada vez que lo veo en la televisión me recuerda a un amigo que para mí fue un maestro, por lo que ajeno a su discurso, su presencia ya me es grata - tuvo la osadía de comentar en forma pública algo que con legítimo derecho piensa en privado: la lectura de novelas no es más que una pérdida de tiempo, y luego, consciente de la resonancia que ellas provocaron ha mitigado su comentario.
 
Nadie debe obligar a alguien a leer un texto, se puede si, invitar a hacerlo, para el alumno de una clase es función del maestro estimularlo a leer sin imposición, simplemente despertando su interés por descubrir el contenido de una novela y por obtener el provecho que a partir de ello se puede lograr, pues ciertamente tal género literario no es la única forma con que un hombre puede relacionarse con otros a través de la escritura. Borges, el escritor argentino, nunca escribió una novela y se dice - con mucho de justicia - que fue merecedor del Premio Nobel de Literatura. Permanecen sus cuentos, relatos y ensayos dando cuenta de la sabiduría de sus letras. En mi caso - que no tiene por qué ser el de otro - la novela como género, tuvo la virtud de encausar el rumbo de mi vida.   
 
Ha habido sonoras respuestas al comentario del ministro, que él mismo ha morigerado, sorprendido del eco que sus palabras tuvieron y temeroso tal vez, de la dimensión de su contenido. Alguien le respondió que la lectura de “Corazón”, su primera novela, lo conmovió hasta el llanto. Las peripecias de un niño yendo desde Los Apeninos a Los Andes en busca de su madre fue algo que también tuvo para mí ese efecto. Su lectura, en un ambiente de lluvia y calidez sureño, en la época en que para un niño solo existe la madre, remeció mi sensibilidad, sacudió mi frágil figura, alentó temores y rechazos por lo injusto, me imbuyó de coraje y despertó una inusitada audacia por la defensa del ser amado. A muy temprana edad, agradecí mi situación y me apropié del dolor de un desconocido niño atribulado. Mientras yo, acomodado, disfrutaba de mi preciada infancia, la novela con aterradora voz, me acosó: ¡Despierta!  ¡Hay en el mundo otras realidades!
 
En una hermosa columna publicada en un prestigioso diario, leí hace poco que la más grande lucha se libra en el corazón de un hombre. La tecnología - como todos los inventos del ser humano – no es más que una herramienta que debe ponerse al servicio del hombre, sin fijar al sentido que lo inspire ni dirigir su destino, el que nace con la libertad de los sueños que surgen al interior de un hombre, reducto en que éste libra su eterna y permanente batalla. El dilema moral ocurrido en la conciencia de Raskolnikov, da cuenta - en la novela “Crimen y Castigo” – de esa aterradora lucha.
 
En la novela “Hambre”, el protagonista, sometido a la fuerza de la soledad, padece la hostilidad de la ciudad y el acicate del hambre ante su desatado orgullo. Claro, es cierto que el cuerpo sin alimento decae, pero además, pensamos y poseemos espíritu que no alcanza a llenar el pan, porque aun satisfecha nuestra necesidad básica, una extraña ausencia prevalece al interior de nuestra alma: ¿Será que el alma se alimenta de arte? Es posible que la música - para un hombre que intenta alimentar a un grupo desnutrido de niños en África– carezca de sentido, pero… ¿Cómo sería nuestra vida sin música? ¿Cuál es el aporte que el arte tiene en nuestra vida cotidiana? ¿Qué nos ocurre con la lectura de una gran novela? El buen arte, que se sitúa más allá de la urgencia de nuestros requerimientos primarios, tiene la virtud de endulzarnos la vida, nos sensibiliza y humaniza, haciéndonos en definitiva, mejores seres humanos.
Siendo la novela una destacada expresión artística, no significa que quien no lee novelas no llegue a poseer a través de otros medios, los méritos que la lectura de tal género literario puede proveerle, pero de igual forma como alguien que no se conmueve ante la presencia de la escultura “El niño acurrucado”, de Miguel Ángel, se está perdiendo la posibilidad de acceder a la forma de felicidad que el arte puede otorgarle. En mi caso, el conocimiento que he obtenido en la universidad me ha permitido alcanzar el título de ingeniero y a través de eso he llegado a dirigir algunas empresas, no voy a referir si lo he hecho bien o mal, pero estoy convencido que si no hubiera sido por la formación literaria que he alcanzado a través de la novela, el resultado habría sido desastroso. Desconozco si el conocimiento de la Obra de Faulkner, de Hesse, de Gorki, de Mahfuz o de Murakami aportará a un mejor desempeño de las finanzas de una nación, pero sospecho que contribuye a endulzar la actitud de quien las dirige, favoreciendo a todos quienes dependemos de él.
 
Hemos trotado por un largo rato, y he llegado a considerarte un amigo por lo que te trataré como tal y me permitiré recomendarte, amigo José Ramón, la lectura de una novela basada en hechos históricos, pues has señalado ser aficionado a la historia, y cuyo título, “Los Cipreses creen en Dios” ha venido a mi mente mientras trotamos enfrentando la brisa fresca que mece los árboles y que como respuesta arrojan arrulladores mensajes.
 
Trata de la historia de una pareja que se casó, formaron una familia en la ciudad de Gerona y tuvieron tres hijos que crecieron durante la República Española.  La novela relata la historia de la familia formada por Carmen y Matías, y simultáneamente, la de España, antes, durante y después de la Guerra Civil. Gran desafío el de Gironella, y gran similitud de la historia Española entre el 31y el 36, y nuestro propio período entre el 70 y el 73.
 
A partir de esas fechas sin embargo, el epílogo de cada país es distinto, mientras en Chile cae en Dictadura, en España se inicia la Guerra que es descrita en el segundo volumen titulado “Un millón de muertos”, y aunque en realidad los muertos llegaron a dos tercios de esa cifra, el autor consideró ese título porque incorporó entre los muertos a quienes se les vació el alma. Termina la trilogía con el libro “Ha estallado la paz” y me atrevo a recomendártelos, porque te gusta la historia y porque no has tenido la fortuna de vincularte con esta expresión del arte. ¡Te aseguro que cambiará tu escepticismo por la novela!
 
¡Sí! Estoy de acuerdo en que son tres tomos con casi dos mil páginas, pero te parecerán livianas porque te cautivará la narración de las desventuras del pueblo español, así que no sientas que te la estoy haciendo dura, caerás en tan profunda lectura, que solo me temo que podrás llegar a padecer un cierto cargo de conciencia al percibir un leve abandono de algunas de las importantes funciones que cumples en el Ministerio.