Oh I'm just counting

Palabras a un candidato (con altas posibilidades de éxito) I Parte. Por Jorge Orellana Lavanderos. Ingeniero, escritor y cronista

Desde hace un tiempo vengo escribiendo estas crónicas de trote. En ellas, he plasmado el placer que esta actividad me produce, porque además me permite destinar un tiempo a la reflexión y, como todos quienes escribimos, también me hace pensar que al escribirlas transmito un mensaje con algo de inspiración celestial, lo que corresponde a una forma de arrogancia que suele distinguir a muchos escritores y de la que, de antemano, me disculpo.

Como todos los chilenos que se interesen por hacerlo, tendré en los próximos días la oportunidad de expresar, a través del voto universal, mi opción por un candidato que dirigirá el rumbo del país por los próximos cuatro años, período insuficiente para intentar por sí solo los proyectos que la comunidad requiere.

En un trote insondable, incierto en sensaciones, anhelo compartir algunas reflexiones que me aquejan dispersas y que como cada acto que remece mi vida, irrumpe de improviso, yendo desde la alegría a la tristeza, desde el dolor al placer, desde la agresividad a la misericordia o desde la odiosa competencia hasta una cándida tibieza, de igual forma como si fuera viajando por los infinitos sentimientos que nos invaden al escuchar, por ejemplo, los variados Impromptus de Schubert.

Es justo señalar previamente que mi posición política -contrariamente a lo que el común de las personas acepta, pensando erradamente que los hombres no cambiamos a cada instante como consecuencia de cada vivencia y del implacable paso del tiempo–ha ido variando con los años, de acuerdo con las contingencias que han acosado al país, distanciándome del centro y viajando como un péndulo hacia uno u otro lado, según lo ha dispuesto mi propia concepción de la ética- y me pregunto: ¿No es acaso aquello lo correcto? Desprenderse del dogma y evolucionar, soñando siempre con alcanzar aquel soñado estado inalcanzable.

En los mil días transcurridos  fracasado el romántico proyecto de la UP - el país se debatía arrastrado hacia una degradante caída y la ciudadanía, que reclamaba la devolución de la armonía perdida y la restitución de la normalidad económica, alzó la vista hacia los militares. 

En la primera elección en que participé -a los veinte años, en marzo del 73- adscribí a la DC. Sumidos en la incertidumbre y como la mayoría de los simpatizantes y militantes de esa colectividad, reconozco que estuve de acuerdo con la acción armada en contra del gobierno elegido constitucionalmente.

Las cosas, sin embargo, no resultarían como la habían planificado los políticos de uno y otro bando, y plasmaré mi postura al respecto con la narración de una anécdota cuya interpretación dejo a cada uno: hace mucho tiempo, no recuerdo la fecha exacta, acudí con mi mujer al cine para conocer la historia de Alejandra, una chica argentina que, víctima del régimen militar, fue lanzada al mar desde un avión por los servicios de seguridad de la dictadura que en esos años regía ese país. Acongojados por la ignominia presenciada, en un clima enrarecido por la impotencia del dolor y en la sala aun a oscuras, vi a una chica llorar desconsolada. No pude evitar abrazarla intensamente, ella se aferró a mi cuerpo y nuestras lágrimas se confundieron ante la mirada comprensiva de nuestras parejas. Nos separamos antes de que las luces se encendieran por lo que nunca llegué a conocerla, pero guardo la impresión de que nuestro abrazo -un acto de amor desinteresado, inocente, íntimo– fue la espontánea expresión de ternura de dos individuos llevados al extremo de su capacidad y que, en tal trance, se aferran indefensos en un intento desesperado por buscar la redención de nuestra feble condición humana.

 

Concluí así, que en ciertos malogrados procesos políticos que derivan en amargas dictaduras las víctimas acaban siendo los ciudadanos, mientras la mayor parte de los verdaderos responsables terminan saliendo airosos.

 

Desembarazados de la dictadura -cuyos excesos ante sistemáticas violaciones de derechos humanos sumó rápidamente muchos opositores con el tiempo-el gobierno pasó a manos de la Concertación, coalición que sin desconocer el legado económico de la dictadura, restituyó la gobernabilidad en el país.  Contó con el apoyo de la mayoría de los chilenos y con el mío. ¡Al cabo de veinte años se redujo la pobreza en forma relevante! Y más importante aún: ¡Se restituyó la dignidad al ciudadano! Pero… desgastada la coalición, la ciudadanía, que exigía cambios en el mundo, en nuestro país reclamó la renovación de las autoridades.

Ilusionado, voté por usted, que fue elegido presidente, y reconociendo grandes méritos a su gobierno, en honor a la franqueza, debo señalarle que algo me decepcionó. Tal vez se debió a cierta falta de experiencia para gobernar aprisionado en lo que puede interpretarse como el odioso marco administrativo que rige las funciones públicas, tan ajeno y hostil al mundo privado, del que provenía la mayor parte de su equipo.

 

Erradamente y sin que el mundo político fuera capaz de presentar mejores opciones, el país intentó, después de su gobierno, recuperar la vieja Concertación que, fenecida, yacía postrada. La falta de generosa unidad de los dirigentes adueñados del poder sumió al país en un estado de letargo y desconcierto, retardando la adusta vía al desarrollo. Es algo que debe restituir la agenda futura.

Cierta indulgencia para calificarse a sí mismo hace creer a algunas personas que cuentan con la capacidad para cubrir un cargo codiciado. Y tal vez eso explica la interminable lista de candidatos que hoy nos asegura idoneidad, sin garantizar propuestas de gobernabilidad serias, y la ciudadanía, que ha detectado aquello, y una impresentable falta de unidad en el resto, parece volcar su apoyo hacia su candidatura, lo que respalda sus ideas y carga sobre sus hombros una enorme responsabilidad.

¿Porque...?-cuando un político gana una elección presidencial- ¿implica ese hecho el éxito por sí solo? A mi parecer el éxito que aquel evento demanda se alcanzará solo si se cumplen muchas otras condiciones, por cuyo cumplimiento el elegido deberá velar con permanente sacrificio. Volveré a votar por usted y siento que -antojadizamente tal vez- aquello me faculta para hacerle algunas preguntas, las que he acumulado en este trote extraño en que he renunciado a la admiración de la belleza primaveral en ciernes para abstraerme en este juego político en el que pretendo llamar su atención sobre algunas materias.

El país confía en sus habilidades para generar riqueza y ya nadie niega los beneficios al sistema capitalista, pero… ¿tiene sentido la generación de riqueza si esta no se distribuye desde una perspectiva ética?

 

En mi calidad de empresario de la construcción, convocado por el distinguido Sr. José Zavala, pertenecí a USEC. Me animaba entonces el genuino interés por profundizar el contenido de la letra C de la sigla, que alude a la palabra cristianos. Soñaba con acelerar el proceso de cambios destinados a lograr una mayor igualdad. Tiempo después, invitado por el Presidente USEC de la época, concurrí a una reunión en la que expuse mis planteamientos, los que tildados de emancipados, llevaron a un señor, que contaba con el incondicional respeto del grupo, a increparme: ¡A su edad, yo pensaba igual que usted! A lo que respondí de inmediato: ¡Ojalá que a la suya no piense yo como usted! La furibunda reacción del grupo me obligó a retirarme, sin que se me volviera a invitar.

La experiencia me lleva a preguntarme si USEC será capaz de lograr lo que su Presidente propone hoy, esto es, y cito textual: que los empresarios firmen un compromiso por un país más humano, libre, justo y solidario. La felicidad, una vez perdida la inocencia al alcanzar la edad de la razón, pasa a ser una condición inalcanzable para el hombre que deberá conformarse con sus esquivos destellos.

El emprendimiento suele ser atractivo, porque ronda la idea de que ese es un camino fácil para la obtención de dinero y que aquello derivará en la felicidad. El dinero, menos esquivo que la felicidad, aunque se obtenga, no garantiza alcanzarla. Si nuestro esfuerzo por obtener dinero es recompensado, solo nos proveerá satisfacción usarlo para contribuir a la comunidad en la que lo generamos… (continuará)