Oleadas del inconfundible aroma de una flor cuyo nombre no reconozco sacuden mi modorra de sábado y remecen mi espíritu con el placer de armonía de la naturaleza unida a mi trote. Festivos rayos de luz iluminan la incipiente mañana de grata temperatura, y en cada detalle percibo la ineludible presencia de septiembre, el deleitoso mes que enciende el alma juvenil despertando el corazón de su letargo. Vuelve a inundar el niño - con su risa y su canto - de alegría el parque y hasta los anquilosados huesos del viejo – penetrando por la piel ajada – acuden leves ondas de tibieza que devuelven por un rato, la ilusión yerta que viene con la nueva primavera.
Septiembre es también rudeza, como cada año desde que cumplí veinte, cuando un aciago día los militares asumieron el poder, abriendo en el país una enorme grieta que situó a unos y a otros, a cada uno de sus lados, sin que cuarenta y cinco años después se hayan restituidos los puentes de la reconciliación, que este mes rememora implacable, y que tal vez, inserta en lo más íntimo de nuestra esencia, nunca existió ni existirá. Quizás, el mes, cargando de ilusión el aire, juega con nosotros, ilusionándonos con la vieja y anhelada quimera.
Hasta mi alma de hombre viejo, septiembre acude piadoso, inflamado de sueños y proyectos a los que me engarfio, consciente de que solo ellos me permitirán sostener mi desigual lucha contra el invencible tiempo: ¡Sin tregua! Continuar hasta que mis fantasías caigan en inevitables desvaríos.
Correré poco hoy, solo 7K, porque – aunque mi cuerpo ansioso exige más – debo controlarlo, el domingo que viene correré una maratón en Berlín y es hora de bajar el ritmo, en velocidad y distancia, para no llegar fatigado al compromiso, cuyo resultado solo posee el masoquista interés de saber hasta dónde ha decaído mi rendimiento.
Interesado en mover hacia la comunidad aquello que cargo acumulado al interior del morral de mis vivencias, adscribí a Comunidad en Movimiento, organización de líderes en que confío, y entre sus actividades, me han invitado hoy a un taller de Prospectiva al que asistiré curioso, dentro de un rato.
El expositor, un hombre de igual formación a la mía, aparece mayor de lo que esperaba encontrarlo, como si hubiera absorbido todas las rudezas de la vida, y llama mi atención que – aunque viene tarde – se acerca caminando lentamente, transmitiendo una inefable certeza de que cualquier apuro carece de importancia. ¡Tanta incerteza incontrolable! Parece ser su mensaje, y ante eso, mejor ir lento, pero atento y concentrado.
No tengo dudas de que al interior de su apariencia desprevenida, subyace una mente ágil que registra todo los que ocurre a su alrededor. Más tarde, al escucharlo, confirmaré mi intuición, y su brillante presentación me dejara la inequívoca impresión de que quienes asumen hoy conductas de liderazgo – en política o empresa – están condenados a un desafío similar al que enfrenta un hombre que camina en una noche oscura por una selva impenetrable, infestada de peligros ineludibles, que solo se pueden prever, para atender de mejor forma cuando se presenten. Es la manera de controlar la vulnerabilidad de la incertidumbre.
La prospectiva es algo así como el estudio de las causas que aceleran la evolución del mundo moderno y previene las situaciones que podrían derivarse de sus influencias conjugadas. Tiene mucha razón el maestro – pienso extasiado al advertir que el gatillo de sus palabras alienta semillas que germinan en algún lugar de mi cerebro – nacidos productos de la intuición y mi travesía por la empresa - a los que él da forma, amalgama y consolida al interior de mi cabeza.
Su mensaje posee el realismo descarnado de una verdad insospechada hasta ayer, desalentadora, pero que representa aquello que obligadamente debemos atender si queremos entregar un mundo mejor al que recibimos, y tiene la virtud de aclarar los escenarios posibles para transformarlos en valiosa fuente de poder.
Pensemos en una madre que recibe – de manos de una partera – a su hijo recién nacido, lo contemplará con adoración admirando la belleza del niño, sin detectar que al interior de aquel maravilloso ser, anida cautelosa, pero siempre presta a emerger, toda la esencia de la condición humana, con sus virtudes y defectos, sus potenciales y falencias. Advertirlo, tendrá el mérito de saber guiarlo, y aquello, al conocer los múltiples peligros que acosan a nuestra frágil especie, permitirá a la madre conducirlo por el camino deseado, lo que sin garantizar el éxito – que estará asociado a muchos factores, algunos inmanejables para ella – le otorgará el obvio beneficio de competir mejor por un buen resultado.
Para graficar el significado de la prospectiva en mi vida, recurriré a mi propia vivencia personal…Han pasado casi 30 años desde que mis empleadores de entonces me convocaron a su oficina para sorprenderme con la noticia de que paralizarían la constructora que yo dirigía. La decisión, ciertamente legítima, y además, según lo expuesto por ellos, muy razonable, me ensombreció en lo inmediato, pero una vez asumido el hecho y con el apoyo de ellos mismos, decidimos con mi antiguo equipo continuar con la empresa. ¡Lanzados bruscamente al agua, debíamos demostrar que podíamos nadar! Conscientes de que se abría ante nosotros una esperanza ilimitada, que no se repetiría, apelamos a algo que siempre fortalece la labor de un líder: lucidez para detectar, y rigor para enfrentar los cambios que, durante la gestión, suelen arreciar como imprevistos letales.
Muchas veces, fuimos incapaces de detectar un panorama sombrío y terminamos en mitad de una tormenta devastadora, sumiendo a la empresa en una compleja posición de equilibrio inestable, que sorteamos apelando a la pasión por el trabajo, que nos desbordaba.
Hoy, después de casi treinta años, me doy cuenta que si partiera otra vez, las habilidades utilizadas ayer en la dirección de la empresa, no me servirían para tener cierto éxito. En los nuevos tiempos se requiere más, ha cambiado la forma de conducir una empresa y a qué dudarlo, un país.
Es cierto que el pasado no se puede revertir, y el futuro no se puede predecir, pero una posición de liderazgo exige en la empresa, y mucho más en un cargo político relevante, conocer y atender el enjambre de hebras y sus interconexiones sobre los problemas que, cada vez con un ritmo de cambios más vertiginoso, enfrenta el ser humano.
Insospechadas tecnologías que determinan nuevos modelos afectando consideraciones éticas; amenaza de guerras nucleares; violentos cambios en los mercados que arrastran desolación y miseria; vulnerabilidades ante ataques terroristas y cibernéticos que ponen en jaque al mundo; incidencia en el trabajo de la inteligencia artificial; influencia de la mayor expectativa de vida, que seguramente, otorgará más vida a quien pague más por ella; movilidad de desplazamientos…
Cuando hube logrado afianzarme en mi trabajo de ingeniero, al cumplir 28 años, contraté un seguro de vida que tenía un valor de rescate y que al llegar a la edad de 60 años – una vez cumplido el objetivo del seguro – recuperaría, para pasear junto a mi mujer por la bella e inalcanzable Europa. La amplitud del mundo globalizado de hoy, impensada entonces, permite y exige la relación con otras culturas que deriven en el mejor conocimiento de la condición humana, el que, por su valor, debería estar integrado a cualquier sistema educativo.
Oscura mañana de domingo, el sol, pronto al amanecer, tiñe las nubes de tonos rojizos que resplandecen tenues en los cristales de los edificios. Al paso de mi trote, el aire se inunda de un suave tono rojo que se aclara hasta hacerse amarillo y que desaparece, al quedar los rayos de sol atrapados por las nubes que no le permiten iluminar el día.
¿Iluminará septiembre la ruta de los hombres? ¿Entenderán los hombres que solo la unidad y el esfuerzo conjunto fundamenta un camino constante y sereno? Y… Ciertamente, aquello nunca podrá atenderse con la limitada y estrecha perspectiva de las izquierdas o las derechas.
La política – y cobra vigencia el mensaje griego – es el arte de gobernar las sociedades y de tomar decisiones que junto a la participación ciudadana y en beneficio del bien común, deben aplicarse a los miembros de un grupo para atender los problemas que surgen de la convivencia, sin dejar de oír jamás la persistente voz de la naturaleza.