Los autores de este artículo estamos decididos a votar por Yasna Provoste, pero queremos compartir algunas reflexiones con los que tienen legítimamente otras opciones y, principalmente, con los que no quieren ir a votar. Es un intento de establecer un diálogo respetuoso entre los que somos adversarios políticos, para no incentivar el clima de enemigos irreconciliables.
Chile vive una de las situaciones críticas de su historia, por la incapacidad de sus élites - políticas, económicas, religiosas, uniformadas, intelectuales y sociales - de dar una respuesta apropiada al cambio de época mundial que nos desafía, con sus injusticias sociales y la falta de conciencia y acción sobre la crisis ambiental que nos amenaza.
Se percibe en el aire, en los debates y en las conductas, una ausencia de la amistad cívica esencial para un proyecto de país en este siglo. Jaime Castillo Velasco nos enseñaba y convocaba en tiempos de la dictadura a Una Patria para Todos, incluso para los que no la quieren. Respondimos positivamente en su momento para derrotar al tirano sobre la base
sólida del respeto y la promoción de los derechos humanos.
Los avances en los últimos 30 años han sido importantes, aunque insuficientes para muchos de nosotros. Chile es mejor de lo que era en dictadura, pero aún falta camino para recorrer para lograr nuestras metas de justicia social, inclusión, libertad y desarrollo pleno de las personas y las comunidades en nuestra sociedad.
Las injusticias del modelo, agudizadas por la pandemia; la falta de canales adecuados que permitan a los ciudadanos y a las comunidades participar en las decisiones relevantes; los actos de corrupción en las élites religiosas, políticas, económicas y uniformadas, han producido una brecha en la convivencia nacional. Así se intentan colar los defensores de injusticias y las fuerzas que reemplazan con la violencia los proyectos pluralistas y la necesidad de construir una sociedad multinacional, de mayor justicia, mayor libertad, mayor fraternidad, en un clima de desarrollo humano integral, con un Estado cumpliendo su rol principal de promotor del Bien Común.
El fracaso de las élites se expresa, una y otra vez, en los comportamientos frente a las elecciones. En las de carácter nacional, en donde la mitad de los que tienen derecho a hacerlo no concurre a votar, a pesar de que hoy postulan miles de candidatos de las más variadas posiciones: del pinochetismo extremo al maoísmo recalcitrante, partidos viejos y
nuevos, hombres y mujeres, jóvenes y viejos. Pero, también este negativo fenómeno se produce en las organizaciones estudiantiles y gremiales, dónde participan aún menos personas, aunque se pueda hacer incluso por internet.
Estamos a pocos días de unas elecciones de tremenda relevancia y cerca del 50% de los ciudadanos no tienen decidido por quién votar o, algo que es peor aún, un alto porcentaje NO quiere participar. Nunca una campaña despertó tan poco entusiasmo en el pueblo y en los propios militantes de los partidos políticos, lo que no sólo se debe a la pandemia que amenaza con rebrotes, sino a la debilidad de las instituciones participativas y democráticas.
Eso incentiva la desesperanza y el desinterés.
El manejo antojadizo de encuestas o el uso de las nuevas tecnologías para manipular a los votantes, ha creado un vacío muy dañino que no podemos ignorar. Si vota muy poca gente, escenario posible y probable, quien sea elegido quedará debilitado. Por lo tanto, la primera tarea de los demócratas es intentar que vote mucha gente.
El riesgo democrático se ve en el devenir, cuando hay quienes buscan generar miedo ante cambios que son ampliamente compartidos. Usan este método que daña la buena convivencia, para generar sistemas autoritarios, sobre la base del desprestigio de la actividad política.
Necesitamos salir de la visión polarizada de la política y apoyar ahora debates de fondo. Después de las elecciones, incentivaremos la búsqueda de acuerdos sobre planes concretos y programas claros, a partir de mínimos comunes éticos que sean integradores de las fuerzas sociales, de las personas y comunidades que, con sus inquietudes e intereses, ven
con reparos, dudas y temores lo que puede suceder en el país.
La gran crisis de Chile es de confianza y participación. Hace más 50 años no pudimos llegar a un acuerdo de gobernabilidad, debido a las distancias existentes entre los proyectos ideológicos y culturales. Como consecuencia, se nos vino el horror de la dictadura. Pero, aprendimos, por nuestras ideas y la dolorosa realidad que vivíamos y en 1988 logramos dejar atrás ese período horrible, que esperamos no volver a vivir. No podemos renegar de 30 años en que, al margen de los errores, tuvimos un progreso como país, en el que participaron actores muy diversos, fuerzas nuevas y antiguas, de manera que ni los éxitos ni los fracasos son sólo de algunos.
Hoy no queremos más dolor ni desesperanza, no queremos más violencia ni inseguridad, no queremos más injusticia ni incertidumbre. Queremos que el pueblo chileno participe masiva y organizadamente en el proceso político a través de sus manifestaciones económicas, culturales y sociales, con toda su fuerza y su creatividad.
Llamamos a votar en estas elecciones para fortalecer la democracia, ya que ella no es solo un proceso de confrontación electoral, sino sobre todo, un espacio para buscar acuerdos que permitan avanzar hacia una sociedad más justa y libre.
Votaremos por Yasna Provoste, no sólo por sus condiciones personales, porque la alianza que la acompaña, con todas las limitaciones que pueda tener, nos da más garantías que las otras acerca de la profundización y fortalecimiento de la democracia. Ofrece un camino de paz y seguridad para los habitantes de Chile y de esperanza para un pueblo que necesita justicia, libertad y fraternidad en un marco de respeto y desarrollo cultural, social y económico.
Respetamos el derecho de otros a respaldar opciones distintas, pero creemos que todos o una gran parte de los ciudadanos podríamos coincidir en que Chile necesita un clima humano más fraterno y soluciones factibles y adecuadas. Las movilizaciones sociales multitudinarias del 2019 lograron que la élite política adoptara acuerdos que encauzaron
un clamor de nuevo orden. Tenemos una Convención Constituyente que debe proponernos un camino compartido y necesitamos elegir autoridades que sintonicen con este sentir, que creemos ampliamente mayoritario.
Es el momento de usar nuevamente el voto como el instrumento más idóneo para restablecer ciertas pautas de orden, líneas claras de acción, recuperación de los espacios públicos y para que el país vuelva a tomar un ritmo de progreso, inclusivo, no excluyente, esta vez con más justicia, más libertad real, más reconocimiento de derechos, más igualdad de oportunidades, mejores ingresos, pensiones y salud dignas, con más desarrollo de la cultura y del arte.
Una vez elegido el nuevo gobierno, deberá decidir cómo enfrentar los desafíos. Si se repite el escenario de hace 4 años, un gobierno arrogante de un sector sin mayoría parlamentaria, se deberá respetar la voluntad ciudadana y abandonar todo intento de imponer un programa. Todas las partes deberán hacer un serio esfuerzo para satisfacer los anhelos de
cambios existentes y facilitar una vida mejor.
La legitimidad de movilizaciones pacíficas es clara para evitar que nuevas o viejas élites políticas olviden las necesidades del pueblo. Sobre todo para que no repitan escenarios ya padecidos por Chile y que no queremos vivir de nuevo. Los auténticos luchadores sociales sabemos que la violencia sólo favorece a los grupos minoritarios que las realizan y a los que se escudan en ellas para defender sus privilegios.
El objetivo principal del nuevo gobierno, cualquiera que sea el sector que gane, debe estar en construir la paz social indispensable, cuyo fundamento esencial es la cultura de los derechos humanos, la justicia social y la cooperación para que el trabajo de la Convención Constituyente sea positivo en orden a definir el marco de un Chile para todos, basado en
la participación, la fraternidad y la solidaridad, indispensables para que la construcción de un nuevo orden social sea posible en el más breve plazo.
Nosotros creemos que la mejor opción en este reto es Yasna Provoste, pero actuaremos como ciudadanos responsables en cualquier escenario. El país necesita un gobierno y una oposición que actúen con altura de miras, ampliando los espacios de justicia, inclusión y participación y buscando los acuerdos máximos posibles y respetando las diferencias
existentes.
Los invitamos a ser constructores de esperanzas y no actores activos o pasivos de más desastres.