Por Fernando Moya
Con cifras en mano, la desigualdad en Chile adquiere ribetes de escándalo. Mujeres, viejos y jóvenes están en situación de desamparo y las propuestas gubernamentales, pensadas más en los empresarios que en los trabajadores, aumentarán las brechas.
Al mismo tiempo que disminuye la capacidad de compra de los ingresos, aumentan las utilidades de las AFP, el retail, la banca, las isapres y, en general, de los grupos económicos. En regiones la situación es peor.
El panorama de los jubilados y aquellos próximos a jubilar no es para nada alentador. Estamos en un momento en que las rentabilidades, actuales y futuras, son las menores desde que se instauraron en dictadura las AFP, de la mano de su mentor, el exministro José Piñera, hermano del actual Presidente, que se encuentra empeñado en una nueva Reforma Previsional.
Se suma a la realidad actual que las expectativas de vida de hombres y mujeres han aumentado efectivamente, en medio de un cuadro de una muy baja densidad de cotizaciones, en que cada vez aumentan los empleos independientes y subvalorados y disminuyen quienes imponen.
Lo anterior conlleva necesariamente una más baja tasa de reemplazo o, dicho de otro modo, una baja posibilidad que usted, al jubilar, obtenga una suma siquiera cercana a lo que fueron sus últimos ingresos antes de pasar al sector pasivo. Si bien la oferta era que a estas fechas ya usted estaría recuperando una cifra muy similar a sus últimos sueldos, hoy eso no supera el 44% nominal, y el 27% real. Si ganaba $500.000 líquidos, implica que sus expectativas de reemplazar ese ingreso con la jubilación, alcanzará a lo más a $130.000.
Los más desposeídos
En todo este cuadro, las mujeres sufren comparativamente el mayor castigo. Con una densidad de cotizaciones cercana al 47%, según la Superintendencia de AFP, la tasa de reemplazo efectiva en el último decenio solo les entregó el 31% de su ingreso real. Muy por debajo de los hombres, que bordean el 56%, con promedio del 44%. Y eso que estamos hablando de quienes tienen sus cotizaciones al día y sin lagunas, porque en la realidad los parámetros son bastante inferiores.
Si bien en los últimos 10 años la pobreza ha disminuido en nuestro país, estamos muy lejos de erradicarla, más allá de los eufemismos como llamar clase media a quienes ganan más de 300 mil pesos mensuales y clase alta -igualándola con los Luksic o los Matte- a quienes ganan familiarmente más de 1 millón de pesos al mes.
En el rango etario de más de 60 años entre los que perciben jubilación está el 11,2% de los hombres y el 12,1% de las mujeres. Un escándalo. Por eso la discusión acerca del sueldo mínimo adquiere relevancia. Si usted jubila con él (independiente de que le paguen “comisiones” por fuera), la posibilidad de un pasar digno de sus últimos años es una quimera, por lo que de seguro hará lo mismo que el 78% de los chilenos en edad de estar jubilados: seguir trabajando.
No es banal la discusión
El rechazo a la propuesta de gobierno dice relación con algo bastante más de fondo que quién tuvo la culpa de postergar un mejor -aunque paupérrimo-, ingreso para los trabajadores. La iniciativa del Ejecutivo contemplaba amarrar dos decisiones en una: reajustar el sueldo mínimo actual en 2,7% para el año 2019, llegando a un sueldo mínimo mensual de 283.500 pesos y además un reajuste plurianual por los 3 años siguientes, dependiendo de las proyecciones de crecimiento que se estimaran en el Informe de Política Monetaria anterior.
O se aceptaba todo o se rechazaba todo, no había alternativa. Ambas Cámaras estuvieron de acuerdo -a regañadientes- en aprobar el primer punto, eso es, el aumento propuesto por el gobierno bajo el compromiso de llegar a 300 mil pesos a marzo del próximo año, pero rechazaron la plurianualidad, porque se hipotecaba el derecho a volver, año a año o cada dos años, a discutir los incrementos salariales de un número importante de chilenos que se regulan bajo este procedimiento o que en la vía privada dependen de él para fijar sus salarios.
Tras el rechazo de la propuesta, las acusaciones cruzadas no se dejaron esperar, pero ellas claramente no satisfacen las expectativas de más trabajos y mejores ingresos, que era lo prometido por Piñera y la derecha en su campaña y que cautivó a más de un voto que se había tragado la rueda de carreta del “chilezuela”.
Muy lejos de las expectativas de la CUT
La Central Unitaria de Trabajadores (CUT) había exigido que el Gobierno se comprometiera a realizar un aumento progresivo de los ingresos que en los próximos cuatro años llegara a un total de $422.000, que es el ingreso mínimo para superar la línea de la pobreza para un hogar de cuatro personas. La “Línea de la Pobreza” es un indicador de Ingreso Mínimo estimado para poder satisfacer las necesidades básicas de una persona, y se establece a partir del costo de una canasta básica de alimentos, al que se le aplica un factor multiplicador de dos veces en zonas urbanas, y 1,75 veces en zonas rurales.
De acuerdo con la Fundación Sol, en su estudio el “Mini Salario Mínimo, El salario mínimo en Chile en perspectiva comparada”, al observar a los países OCDE cuando tenían el mismo PIB per cápita que hoy tiene Chile, su ingreso mínimo era 70% más alto, en promedio, que el chileno. Es decir, en moneda actual sería de $469.200. Otro dato: cuando en 1965 Estados Unidos alcanzó el PIB per cápita en dólares comparables al que hoy tiene Chile, su salario mínimo era 3,1 veces mayor que el que hoy tiene nuestro país.
Es más, cuando Holanda, en 1983, alcanzó el mismo PIB per cápita en dólares comparables al que hoy tenemos, su salario mínimo era 3,6 veces mayor que el que hoy tiene nuestro país. Actualmente acá hay prácticamente el mismo PIB per cápita que en Croacia, pero el salario mínimo croata es casi 50% más alto que el chileno.
La Encuesta Suplementaria de Ingresos (ESI) 2017, ilustra esta tremenda desigualdad: el 50% de los trabajadores chilenos gana menos de $380.000 y siete de cada 10, menos de $550.000 líquidos. Solo el 15,3% recibe más de $850.000 líquidos. Y en esa misma línea, el 84,1% de las mujeres que tienen un trabajo remunerado gana menos de $700.000 líquidos, independiente de su calificación profesional.
En regiones es más hiriente
En regiones como Coquimbo, O’Higgins, Maule, Biobío, Araucanía, Los Ríos y Arica y Parinacota el atraso salarial es mucho más pronunciado, ya que 70% de los ocupados/as percibe menos de $500.000.
El subempleo y la desocupación atacan más directamente a regiones, a pesar de que las cifras “negras”, aquellas que no son medidas por el sistema, son aún más lacerantes y dramáticas. Un vendedor de Super 8, un limpiador de vidrios de los automóviles en la calle o una mujer que cuida a hijos de otras mujeres trabajadoras en las poblaciones, por el solo hecho de reconocer dos horas semanales de empleo, pasa a ser una persona “ocupada” y no la subempleada que efectivamente es.
En nuestro país, se registran más de 670 mil subempleados y el 50 % gana menos de $130.765 mensuales. Además, se registran casi un millón de asalariados que no tienen contrato de trabajo, y el 80 % gana menos de $420.000. De acuerdo con estudios serios, en noviembre de 2017 la línea de la pobreza por ingresos en Chile para un hogar promedio de cuatro personas era de $417.348. Si consideramos silo a los asalariados del sector privado que trabajan jornada completa, el 50% recibe menos de $402.355, esto quiere decir que ni siquiera podrían sacar a su grupo familiar de la pobreza. En regiones ese índice empeora.
Cifras de vergüenza
Siempre se ha tomado el ingreso del sector público como referente a los que debieran existir en el sector privado. En Chile, esas personas ganan 18,3% más que aquellos que trabajan en grandes empresas del sector privado.
Lo anterior, fruto de un análisis de datos según categoría ocupacional. No es menor que mientras el 23% de los asalariados del sector privado registra educación superior universitaria y/o postgrados, en el caso de los del sector público es el doble (45,6 %).
Qué duda cabe que a mayor sea la empresa más altos y formales suelen ser los trabajos. Los trabajadores contratados por grandes empresas -más de 200 trabajadores-, registran salarios más altos, no obstante, el 50% gana menos de $462.708 líquidos y sólo el 30% obtiene más de $700.000. Solo 17,6% de trabajadores que tienen jornada completa gana más de $850.000 líquidos.
En nuestro país existen, de acuerdo con estudios -que habría que ver si integran debidamente la existencia de inmigrantes con trabajos marginales o no ajustados a derecho por empleadores inescrupulosos-, 912.369 trabajadores asalariados externos, pertenecientes a subcontratación y suministro de servicios. Los directamente contratados, en promedio, perciben salarios 21,4% mayores que los externos y esa brecha supera el 70% en sectores como Minería, Administración Pública y Actividades Financieras, entre otros. Y si a eso sumamos las diferencias de género o de nacionalidad, las brechas son aún mayores.
Y ni se imagine qué va a pasar si se llega a aprobar el estatuto laboral para trabajadores estudiantes entre 18 y 28 años. Hoy, entre los jóvenes que trabajan jornada parcial, el 47,6% está subempleado, lo que equivale a 136.474 personas y sólo el 20% de ellos gana más de $280.000 líquidos.
Las AFP no dejan de ganar
El primer semestre de 2018 no fue malo para las AFP, a pesar de que reclamaron que se había producido una distorsión como consecuencia del encaje durante ese periodo. Otras reclamaron por su baja recaudación en comisiones. Lo que ninguna alegó es que las utilidades son jugosas y crecen de manera inversamente proporcional a la baja de las pensiones.
Así, por ejemplo, Modelo y Plan Vital anotaron mayor recaudación por comisiones. Los efectos del encaje, muchas lo compensaron con el incremento de nuevos afiliados (por ingreso primario o traslado), por lo que en nada se afectaron las utilidades para las seis administradoras que operan en el país; es más, estas subieron.
Tales son los casos de Modelo, que a junio de este año acumulaba ganancias por $13.737 millones, algo por sobre los $12.743 millones de los primeros seis meses del año pasado, comparativamente. La explicación es que el aumento de las utilidades se debió a “la mayor recaudación de comisiones al verse incrementada nuestra cantidad de afiliados durante este período y por la disminución generada en los cálculos de la rentabilidad del encaje”.
Plan Vital experimentó un alza de 37,74% en relación al mismo periodo del año anterior, debido al aumento de afiliados, “superando el millón setecientos mil con una tasa de cotización de 53,4%, superior a lo presupuestado”, dijo en su análisis razonado entregado a la Superintendencia de AFP.
Habitat “solo” alcanzó utilidades por $45.167 millones después de impuesto, debido a la menor rentabilidad del encaje, el cual experimentó una disminución de 88,2%. Cuprum subió sus ingresos ordinarios en 1,5% debido a “un leve crecimiento en la renta promedio, lo que produce un aumento en las comisiones”. Pro Vida logró utilidades por $30.767 millones, a pesar de haber bajado sus comisiones y la menor rentabilidad obtenida del encaje. Capital, por último, si bien el resultado cayó 23,28% a M$ 8.725.463, ello se debe principalmente a una menor rentabilidad del encaje. Utilidades igualmente obtuvo.
Mientras las AFP lucran, las expectativas son las de aumentar la edad de jubilación, entregarles el 5% adicional a las mismas administradoras para que lo administren y obligar a los privados que prestan servicios a honorarios a cotizar obligatoriamente, de acuerdo con el gobierno y en lo que han sido las bases de una nueva reforma previsional.
Muy lejos de las expectativas de la CUT, que apuntan a un salario mínimo de $422.000; la disminución de la jornada laboral a 40 horas; rebajar la edad de jubilación a 55 años para las mujeres y a 60 años para los hombres; igualar las condiciones de jubilación para trabajadores y el personal de la fuerzas armadas, terminando con sus privilegios; la devolución de los fondos de AFP a sus verdaderos dueños, los trabajadores, permitiendo el retiro del 50% de ellos en forma inmediata para el pago de deuda bancaria, la compra de vivienda o la compra de bienes de capital para iniciar un emprendimiento; la distribución del 50% de las utilidades de las empresas a sus trabajadores y el 50% a sus accionistas, y tantos otro sueños que parecen lejanos de alcanzar.