Oh I'm just counting

Relaciones Laborales. Por Jorge Orellana Lavanderos. Ingeniero, escritor y cronista

Acababa de llegar de una visita a obra y la impaciencia por hacer ejercicio me consumía, a las diez de la mañana tenía harto por atender; reuniones internas; firma de cheques; llamadas telefónicas, pero… la ansiedad me obligaba a postergarlo para después del trote.
 
Me disponía a calzarme ropa deportiva cuando irrumpió en mi oficina un maestro para informar que a su llegada al trabajo - al cruzar la ciclovía - al viejo Nahuelcoy lo había atropellado un ciclista, que en actitud cobarde, se había dado a la fuga. Desde mi ventana pude ver que el maestro yacía en el suelo y que algunos compañeros le prestaban ayuda. Acudimos al lugar, solo para constatar - desde nuestra ignorancia - que el fuerte golpe que había recibido en la nuca parecía no ser de cuidado. El procedimiento exigía llevarlo a la mutual, por lo que pedí al jefe administrativo que dispusiera una camioneta y lo acompañara. 
 
Volví a mi oficina, me cambié de ropa de prisa y a las once salí a trotar, pero me notaba inquieto y no era capaz de sacudirme de una extraña y molesta agitación. Al finalizar el día, me sorprende una llamada de la jefa de prevención de riesgos para informarme que en el centro asistencial, el médico había advertido a las hijas del viejo que se prepararan para lo peor porque el golpe había provocado un coágulo que podía ser fatal. La noticia recorrió al personal de la empresa y una silenciosa angustia se apoderó de todos. ¿Puede un accidente tan torpe llevar a la muerte? La incertidumbre de la fragilidad voló a posarse en cada uno de nosotros.
 
En la contratación de una persona, se adquiere la obligación de pagarle el sueldo convenido en un cierto día de cada mes, y eso debe gravarse en la mente del contratante con un sentimiento de preocupación constante para no fallar en el ineludible compromiso asumido. Es sagrado que el día señalado se cuente con el dinero para pagar la remuneración porque el incumplimiento de ese acuerdo acarreará consecuencias para el trabajador en el ámbito emocional y financiero y además generará desconfianza con su empleador, afectando su rendimiento laboral. La cristalina claridad de lo pactado y el cumplimiento cabal de lo acordado por ambas partes, permitirá una relación laboral que podrá extenderse en el tiempo y que alcanzará incluso una condición de amistad.
 
Después de un sueño fragmentado vuelvo el día siguiente al trote, la mañana oscura me conduce por inciertos pasadizos sombríos. Las hijas han visitado a Nahuelcoy y han salido desoladas, la visión del padre en coma inducido, inconsciente y conectado a numerosos tubos desconocidos, las ha devastado. Corro con intensidad, tratando de conciliar en mi paso la soberbia de la impotencia con la humildad de la plegaria. Rabia y ruego es lo que me invade, y confundido entre esos excesos, mi trote solo sirve para confirmarme lo feble de mi esmirriada condición humana.
 
Aunque muchas veces he sufrido por lograrlo, en nuestros 25 años de empresa siempre hemos podido cancelar las remuneraciones en el día establecido. En una ocasión - con la rigurosa frecuencia con que ocurren los terremotos - sobrevino una de las tantas crisis que asolan implacables al país. Atribulado, porque ya no me quedaban puertas por tocar, concluí que existía un alto riesgo de no cumplir con el esencial compromiso de la relación laboral: el pago de la remuneración pactada a fin del mes.
 
Llamé a un empleado de muchos años, le conté mi situación y le informé de la necesidad de prescindir de sus servicios. Agregué que le cancelaría el finiquito en pagos mensuales equivalentes a su sueldo, hasta completar el monto total. Aún hoy, escribiendo estas líneas, me emociona su respuesta. Superaremos este bache – dijo, por lo que seguiré trabajando con el mismo sueldo, y si la situación no se revierte, ese valor se abonará a mi finiquito, y solo en ese momento yo dejaré la empresa.  Han pasado quince años y - aunque alcanzó la edad de jubilación - aun forma parte de la empresa.
 
Las leyes laborales deben propiciar, al revés de lo que incentivan las actuales reformas, el fortalecimiento de las confianzas en las relaciones laborales. Es cierto que atenta contra ello, la existencia de grandes empresas en las que un trabajador pasa a ser un simple número.


Al igual que el crecimiento exacerbado crea ciudades catastróficas, el ilimitado desarrollo de las empresas produce catastróficas relaciones laborales. ¡Ambas deshumanizan el contacto entre los hombres!

La ley debe procurar acotar el crecimiento de las empresas, y una forma es que, tal como en las personas la tasa del impuesto aplicado varía según la remuneración obtenida, no parece razonable que empresas con utilidades desproporcionadamente distintas, tributen por la misma tasa, con el inconveniente para el Estado de que al aumentar la severidad tributaria a las pequeñas empresas se afecta el empleo, traspasando un adicional problema al gobierno.
 
He trotado duro, hasta vencer esa incómodo y fría barrera de pudor que nos envuelve, y que el sudor diluye hasta permitirnos sincerar confesiones anheladas o insospechadas proposiciones. Como esta propuesta toca intereses fuertes, alguien querrá decir que el exceso de trote me ha privado de cierta dosis de oxígeno hasta embotar mi cerebro, y tal vez tenga razón. En todo caso, en mi caso personal, puedo señalar que nunca me he dejado seducir por la tentación de incrementar la facturación más allá del rango de una mediana empresa, y que aquello es algo que ahora que empiezo a alejarme de su conducción, percibo con placentera satisfacción.
 
Termina la semana, la brillante mañana se enciende aún más con el anuncio de la adjudicación de un contrato que dará continuidad al personal de una obra en actual ejecución. Interrumpe mi observación de la calle y del pájaro que picotea sobre el cristal de mi ventana la solicitud por rehacerle un cheque a un proveedor que lo ha extraviado.
 
El procedimiento exige dar orden de no pago al anterior a través de una carta al Banco, que por el servicio cobra una unidad de fomento. Sin instruirla, al firmar el nuevo cheque, esbozo mi preocupación a la gerente de finanzas respecto de quien asumirá el costo del cargo. Más tarde, me cuenta que al atender al atribulado motorista responsable de la pérdida, éste, contando el dinero en efectivo recién retirado de su modesta tarjeta, le confidenció que él debía responder por el cargo. Con los ojos brillantes, el hombre aceptó feliz la condonación del pago que vaía además en el día de su cumpleaños y se retiró eufórico, y yo también quedé feliz, porque ella supo interpretar fielmente - a través de un lenguaje perceptivo - lo que yo quería comunicar, evitándome hacerlo por el que a veces suele ser nuestro incómodo lenguaje oral. El hecho me produce un íntimo y misterioso placer.
 
Es viernes, nos vamos más temprano. La tarde luminosa me incita al trote, una brisa fresca corre paralela al río, la temperatura ha subido desde la semana anterior cuando los prados cargaban una inusual capa de más de 10 centímetros de nieve. Me llaman, me detengo, es la jefa de prevención de riesgos, expectante, oigo su informe sobre Nahuelcoy. ¡Se produce el estallido luminoso del ocaso! ¡Despertó don Gustavo! - Consigna, y lo primero que dijo fue: ¡Chutas, dejé esperando a la señora del jefe! - después tuvieron que sedarlo porque empezó a hablar incoherencias, está fuera de peligro en cuidados medios y esperan darlo de alta el martes para continuar en su casa la recuperación.
 
Sigo corriendo, cavilando que ni siquiera yo sabía que ese día, después de pasar por el edificio en que se accidentó, el viejo Nahuelcoy, acudiría a mi casa para abordar un problema de mantención.