Oh I'm just counting

Reportaje Cambio21: La moda del Slow Fashion: La nueva forma de comprar cuando nuestro planeta corre peligro

Por Catalina Reyes
 
Anualmente, la industria de la moda es responsable del 10% de las emisiones de carbono globales y se estima que en 10 años este sector aumentará en un 50% su emanación de gases de efecto invernadero.
 
Hace tres años, mientras María José seleccionaba que debía llevarse a su nueva casa, se dio cuenta de la gran cantidad de ropa que tenía. Por primera vez notó todo lo que había acumulado tras años de compras, objetos que no quería seguir arrastrando con ella. Ese día algo cambió, tomó conciencia y se sumergió en el mundo del slow fashion o moda ecológica. Hace casi dos años, creó “Amigas Vntg”, una tienda de ropa y accesorios reciclados con más de seis mil seguidores en Instagram.
 
María José explica que el gran impulso que tuvo para cambiar sus hábitos lo encontró en el cine, “Luego de ver el documental sobre un edificio de Bangladesh donde habían miles de personas produciendo ropa, no podía creer lo inconsciente que fui todo este tiempo. Me generó un grado de incomodidad tan grande que si empecé a cambiar mi mentalidad, me abrió las puertas a investigar más”.
 
Cada vez son más las personas que como María José han hecho un cambio. Las razones son variadas, van desde cuidar el medio ambiente, ir en contra de las condiciones de trabajo de ciertas industrias de indumentarias, del consumismo, hasta la búsqueda de ropa única. El primer motivo se repite bastante, esto porque el fast fashion o la producción constante y masiva de ropa, está dañando seriamente el planeta en el que vivimos y el consumir sus productos solo empeora el problema.
 
Fast fashion o moda rápida
 
La industria de la moda es una de las más contaminantes del mundo. De acuerdo con el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente y la Fundación Ellen MacArthur, el 10% de las emisiones de carbono global provienen de este sector, lo que supera todos los vuelos y envíos marítimos internacionales. Además, se estima que, de no hacerse cambios, para el año 2030 aumentará en un 50% su emanación de gases de efecto invernadero.
 
La gran mayoría es o ha sido consumidor de los productos que ofrece esta industria porque estamos rodeados de ellos. Marcas conocidas como Mango, Guess, Victoria’s Secret, H&M, Zara y muchas más, son parte de este problema que hoy en día amenaza nuestra tierra. 
 
El impacto negativo de este sector va más allá de la liberación de gases contaminantes, también se ha comprobado que tiene un rol en la escasez de agua que se observa a nivel global. 
 
De acuerdo con el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y la Fundación Ellen MacArthur, cada año la industria de la moda utiliza 93 mil millones de metros cúbicos. También es responsable del 20% de las aguas residuales a lo largo del mundo, sin considerar los 285 litros de agua que se gastan al usar la lavadora, según la Superintendencia de Servicios Sanitarios.
 
“El fast fashion es la manifestación más clara de un sistema donde lo único que importa es ganar dinero sin mirar el impacto global que esto produce. Como casi todos los sistemas económicos, tiende a buscar el máximo beneficio para algunos pocos. Hay poca consideración de cuáles son las reales oportunidades que se ofrecen, no es un problema del producto final, sino que del sistema que sustenta este producto”, explica Pablo Galaz director de Fashion Revolution Chile, un movimiento internacional que busca reconstruir los vínculos rotos en la cadena de suministros de la industria de la moda.
Slow Fashion
 
Cada vez son más las personas que reconocen el problema de la moda rápida y con ello comienzan a ser cambio. Hoy, podemos encontrar una serie de tiendas de ropa vintage o de segunda mano en nuestro país, además de la presencia que esta nueva forma de comprar tiene en redes sociales. En plataformas como Instagram encontramos un sin fin de tiendas de ropa y accesorios reciclados, como des.hecha, vintage cat, amigas.vntg  y muchas más.
 
Por otra parte, producto de la pandemia de COVID-19, en redes sociales se ha observado que las personas han aprendido a coser y comenzado a crear nuevas prendas a partir de ropa que ya tenían. 
 
“Yo quiero pensar que si se generó un cambio en la estructura del pensamiento, más que algo popular del momento. La gente tuvo tiempo de reflexionar, porque hubo un cambio de vida obligado. No solo se comenzó a seguir el slow fashion, comenzó a ser todo más lento”, señala María José Escarate, creadora de Amigas Vntg.
 
Junto con esto, el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente explicó en un reporte que las empresas identifican el problema y comienzan a considerar la sostenibilidad como un nuevo negocio. Distintas organizaciones como la Fundación Ellen MacArthur e iniciativas como la Alianza de las Naciones Unidas para la Moda Sostenible apoyan esta nueva economía textil. La meta es encontrar materiales nuevos que puedan hacer la ropa más duradera con el fin de que sea vendida, reutilizada para crear nuevas prendas y que contamine menos.
 
Factor económico 
 
La industria de la moda se considera clave en el desarrollo económico, ya que está valorada en 2.5 trillones de dólares mundialmente y entrega trabajo a 75 millones de personas en todo su proceso de producción.
 
Bangladesh es el segundo productor de ropa a nivel mundial luego de China. Es más, debido a las exportaciones este sector ha logrado que la economía de dicho país crezca en un 6% anual cada año. De la mano de esto, en el gigante asiático, la producción textil significa el 7,1% de su PIB, según Fibre2Fashion. Este crecimiento tiende a observarse en países donde comienza la cadena de producción de la industria de la moda.
 
Mientras que el slow fashion se relaciona directamente con el comercio justo, que prioriza que las ganancias lleguen una vez que quienes las generan se encuentren seguros y protegidos para trabajar en ello, este crecimiento económico muchas veces se produce a costa de los trabajadores. No se pone a las personas antes de la rentabilidad. 
 
Explotación laboral
 
El fast fashion también tiene sus efectos negativos en la protección de Derechos Humanos, porque se tiene en cuenta que las manufactureras muchas veces explotan a sus trabajadores. Las condiciones laborales a las que se exponen los trabajadores son deplorables, teniendo en cuenta que muchas veces ni siquiera poseen un contrato de trabajo. 
 
Uno de los hechos más conocidos es el derrumbe del edificio Rana Plaza en Daca, capital de Bangladesh en el año 2013, el cual estaba conformado mayoritariamente por fábricas de ropa. Dicho acontecimiento provocó la muerte de más de mil personas, mientras que más de dos mil resultaron heridas. 
 
La investigación arrojó como resultado que a pesar de las advertencias que se habían hecho respecto a la aparición de grietas, los trabajadores fueron instruidos a continuar trabajando. Fuera de los problemas de seguridad, se podían encontrar niñas y adolescentes trabajando, y la mayoría del personal hacía más de 60 horas semanales por sueldos extremadamente bajos.
 
Situaciones de explotación laboral en la industria de la moda son usuales en países como Bangladesh y China que son conocidos por la producción low cost o costo bajo, donde finalmente son los trabajadores quienes pagan el precio. 
 
¿Cómo hacer un cambio?
 
Para sumarse al cambio, María José Escarate, creadora de Amigas Vntg, cree que uno puede hacer el simple ejercicio de poner toda la ropa sobre la cama una vez que se quiera ordenar. A partir de aquello preguntarse ¿Realmente necesito todo esto?
 
A las prendas y accesorios se les puede dar nuevos usos, sea crear nuevos, regalar a familiares amigos, venderlo a través de redes sociales o en las distintas ferias que se pueden encontrar a lo largo del país.
 
Por otra parte, el slow fashion no necesariamente invita a dejar de comprar, sino que busca que este ejercicio se haga de forma consciente. Para esto, se puede recurrir a emprendimientos, diseñadores que apoyen la causa y tiendas de ropa reciclada, vintage o de segunda mano. 
 
Fashion Revolution hizo una campaña donde invitaba a que las personas se hicieran la pregunta “¿Quién hizo mi ropa? “. Pablo Galaz, director de dicho movimiento señala que “este ejercicio no implica conocer el nombre de la marca, ni en qué país, va más allá de eso. Es saber en qué lugar de ese país, en qué condiciones, quienes eran las personas, consiste en humanizar el proceso”
 
Mientras más personas consumen acorde con el slow fashion, se espera que la conciencia venga de la base y sean las marcas, quienes además se cree son la base de esta problemática, se sumen y promuevan este estilo de vida que invita a la transparencia y a la conciencia.