No da lo mismo cualquier propuesta o programa para el país. Las diferencias entre el modelo propugnado por los candidatos del centro y la izquierda difiere de manera profunda con la visión de la derecha dura que representan Piñera y Kast.
Reportaje: Presidenciales 2017. Lo que Chile se juega este domingo
Por Mario López M.
Qué hacer con previsión, la salud, la gratuidad y calidad de la educación, beneficios sociales a los más vulnerables y clase media, el modelo de crecimiento, la concepción cultural del aborto, los derechos de las minorías étnicas, sexuales, etc. y, en definitiva la concepción de los derechos sociales, están en veremos.
No pasó por alto la afirmación del ministro de Economía, Jorge Rodríguez Grossi, que aseguró que no habría “cambios trascendentales en juego en esta elección presidencial”. Una primera lectura invita a revisar el contexto de ella, pues se trata de una autoridad que debe dar tranquilidad frente a inversionistas extranjeros que están atentos a la estabilidad del país para invertir en él. Pero esa es solo la primera.
¿Da lo mismo quién gane las elecciones de este 19 de noviembre en nuestro país? Desde luego que no. Esa afirmación, de cara a las distintas cartas presidenciales, los proyectos y los partidos o grupos que están detrás de cada candidato, resultaría a lo menos imprudente o derechamente insensible. Chile sí se juega importantes decisiones y no es igual quién gobierne y sí puede traer importantes consecuencias, algunas bastante negativas en materia de derechos sociales, ética, justicia y equidad.
La derecha con “hambre de poder”
Si algo ha caracterizado estas elecciones 2017 es todo el poder que la derecha ha utilizado en pos de conseguir llegar a La Moneda. Un bombardeo de encuestas de empresas y funcionarios proclives al exmandatario derechista, “legitimadas” por los medios de comunicación hegemónicos en manos de ese mismo sector, sumado a la interferencia por momentos grosera del empresariado que ha llegado a afirmar que habría “un colapso” en la bolsa de ser electo Piñera, junto con la presión de grupos fácticos que no han trepidado en atacar incluso a la Presidenta -como sectores de camioneros, minorías evangélicas y algunos “barras bravas- que han implementado desde campañas del terror hasta de desinformación.
Con la bandera del “crecimiento” económico asociada a una “marca comercial” de eficiencia económica durante el gobierno de derecha, que no es tal, han apostado a la mala memoria de los chilenos y a la desmotivación electoral, conscientes de que mientras menos gente vote más posibilidades tiene Piñera de ganar, en un contexto en que la desafección ciudadana, la ausencia de liderazgos fuertes, la atomización de la centroizquierda y la desmovilización social de estudiantes, trabajadores y otros cuerpos intermedios, les harán fácil hacerse del poder.
La derecha posee hoy, de manera paradojal, un electorado más disciplinado y fiel a la hora de concurrir a las urnas, como lo demostró en las pasadas primarias.
“Es más, la derecha –con el apoyo irrestricto de los medios masivos de comunicación- ha instalado la idea de que las tímidas reformas tributarias y laborales del gobierno de Bachelet han paralizado la economía. Han instalado la lógica del chantaje económico: el país está en crisis (ha tenido años de bajo crecimiento) debido a las reformas, pero la ‘crisis’ ha significado cifras record de ganancias para los grandes conglomerados”, como dice la periodista Cecilia Vergara Mattei, del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).
Mantener el sistema, cueste lo que cueste
Esa pareciera ser claramente la voluntad de la derecha, a la que poco le importa que el mismo Piñera no sea uno de ellos, ni social ni culturalmente. Incluso algunos no reparan en tratarlo de manera peyorativa como el “nuevo rico”, pero al cual le cuestionan algo más que sus espurios manejos comerciales.
Sin embargo es funcional al objetivo final, hacerse de La Moneda, a cualquier costo. No se trata solo de mantener el omnímodo poder económico, político y de impunidad obtenido de mala manera durante la dictadura o mantener una concepción valórica conservadora de la sociedad, lo que ha hecho concurrir a dos de las fuerzas que ha mostrado la derecha en estas elecciones, la primera caracterizada por la llamada “familia militar” y los empresarios y la segunda por sectores evangélicos.
Se trata de algo más y que muy bien lo caracteriza el columnista de derecha Andrés Benítez, quien identifica un sector que denomina “la derecha cuica”. Para él, “lo suyo es simplemente el origen social. Para ellos, lo que determina todo es el apellido, el colegio, las costumbres. Es un asunto de clase, algo que no se puede adquirir; solo heredar (…) Eso explica que el sistema de mercado, por ejemplo, ha sido un problema para la derecha cuica. Porque si bien lo reconocen como el modelo adecuado, miran con un cierto desprecio el que sea el mérito lo que determine el estatus de una persona. Por eso inventaron el concepto de ‘nuevo rico’, que es la esencia de capitalismo, transformándolo en algo peyorativo, casi de segunda categoría”.
Y continúa graficando algo que a los chilenos nos ha costado entender: “Llevado al extremo, incluso el desarrollo económico, que es a lo que un país debe aspirar, puede ser finalmente una amenaza, porque es demasiado inclusivo o democrático. Frases como ‘ahora cualquiera viaja’, ‘tiene auto’ o usa ropa de tal marca, son comunes en este grupo. Y la reacción a todo esto es una: encerrarse en sus clubes, sus colegios, sus veraneos”
Por ello no debe extrañar que durante el actual gobierno muchos de esos integrantes de la “derecha cuica” hayan optado por dejar de invertir en Chile o quitarle el piso al crecimiento, solo teniendo en cuenta que el proceso de reformas impulsado por Bachelet amenazaba justamente ese estatus que no están dispuestos a transar.
A ese menos del 1% tampoco le da lo mismo quién gobierne. No poseen los votos por sí solos, pero administran el poder económico a su antojo. Piñera no es santo de su devoción, pero todo les sirve. El pragmatismo se apoderó al parecer ya no solo de la derecha sino que de la política nacional.
El Chile que quiere Chile
“En las próximas elecciones está en juego si el modelo económico se adaptará a los requerimientos de los sectores más pobres y vulnerables y de los sectores medios, si se avanzará decisivamente en una mayor igualdad o si se mantendrá un sistema que favorece al 1% de la población que concentra el 32% del ingreso nacional y que se expresa en una inmensa desigualdad en la distribución del poder social, económico y político”, sostiene el doctor en Ciencias Económicas y Sociales por la Freie Universität de Berlín, ex presidente de la Comisión Preventiva Central Antimonopolios de Chile y consultor de CEPAL, BID, FAO, Banco Mundial, PNUD e IDRC, Eugenio Rivera Urrutia.
El también académico plantea como cuestiones fundamentales el determinar si se mantendrá o no “el sistema de capitalización individual como eje estructurante del sistema de pensiones y mecanismo fundamental de financiamiento barato de las grandes empresas del país que en su proceso de internacionalización. ¿Seguirán siendo las pensiones un negocio altamente rentable o, por el contrario, predominará un sistema que tenga como eje buenas pensiones? Ello implica una renegociación del uso y de la distribución de las utilidades de los fondos de pensiones de todos los chilenos. Está en juego también el futuro del sistema de salud”.
Rivera se cuestiona si la salud seguirá estructurada “en torno a las isapres y la salud como bien de consumo o se organizará en torno a un sistema público”. No solo eso, también se juega el modelo en el ámbito productivo “¿seguirá organizado nuestro sistema económico en torno a la explotación de recursos naturales, con bajo valor agregado y poco intensivo en conocimiento? Está en cuestión, , la distribución funcional del ingreso que hasta ahora ha permitido un fuerte proceso de concentración. Esto implica replantear la forma como la empresa se ha relacionado con la ciudadanía como trabajadores sujetos a una legislación laboral profundamente asimétrica en perjuicio de estos últimos y como consumidores expuestos a diversas formas de abuso”, asegura.
No da lo mismo quien gobierne, pues gobernar implica una posición frente a las AFP, las isapres, el ingreso mínimo, la estabilidad en el empleo, el acceso a la educación gratuita y de calidad, el rol de las FFAA en la sociedad, si garantes de la seguridad externa o un arma en manos del gobernante para ser usada en contra de sus propios compatriotas, como ocurriría de llegar la derecha al poder y en relación con La Araucanía, por ejemplo, donde “repartir balas” es más importante que la paz social en el sector.
Lo que convoca en la centroizquierda
En cinco de los seis candidatos del denominado progresismo –excluyendo la “indignada” oferta de Artés-, existe una aproximación donde se establece la valoración de las reformas sociales aplicadas por el actual gobierno. Algunos quisieran profundizarlas, otros perfeccionarlas, pero todos o casi todos reconocen en ellas un avance sustancial en materia de derechos sociales. Alejandro Guillier, Carolina Goic, Beatriz Sánchez, Marco Enríquez-Ominami y Alejandro Navarro poseen una “cuna común”, aunque con el paso de los años tengan “andadores” distintos.
Hoy es posible encontrar importantes coincidencias en el progresismo. La gratuidad en materia educacional, derrotar los resabios de pobreza concentrándose en equiparar la cancha, entregar más espacio a las organizaciones sociales intermedias (sindicatos, juntas de vecinos, colegios profesionales, etc.), potenciar el crecimiento económico con equidad, poner fin al abuso empresarial, a la colusión, a la letra chica, terminar con las pensiones de hambre mediante la creación de un sistema mixto de ahorro con más o menos injerencia del Estado, atender a un sistema humanitario de salud, que potencie la salud pública y otras materias que apuntan a un avance en derechos sociales, etc., son solo algunas de ellas. Incluso en materia de la necesidad de una Asamblea Constituyente.
Pero también hay otro aspecto no menor y que dice relación con la legitimidad del sistema, la legitimidad de la democracia, esto es, la necesidad de recuperar la ética en la política. Y aquí sí existe una casi unánime visión en el centro y la izquierda. Piñera y la derecha no dan garantías de haber superado los graves conflictos de interés, falta de probidad, corrupción y apropiación del Estado que caracterizaron su gobierno. Allí no solo se legisló para los grupos económicos sino que lo hicieron los mismos empresarios, en su beneficio, como en la Ley de Pesca o el Royalty Minero, que resultó ser también en beneficio de autoridades de la época. Basta ver el sinnúmero de casos de cohecho y otros delitos que persigue el Ministerio Público.
No toda la culpa es del chancho
Pareciera que poco o nada han hecho los dirigentes políticos y sociales que representan el progresismo a la hora de ponderar, seriamente, qué es lo relevante que se define este próximo 19. Al menos esa es la “sensación” que la prensa de derecha ha intentado instalar en el subconsciente ciudadano, destacando cualquier controversia al interior de la centroizquierda. Una especie de “divide para gobernar” (esta frase no la dijo Lenin) que hasta el momento les ha dado resultados, muchas veces –es cierto-, alimentada por la sobreexposición que algunos buscan al momento de querer hacerse notar.
La cuña fácil y golpeadora ha reemplazado las ideas y la épica. Una publicación firmada por Pablo Velozo y Carlos Ominami, de la fundación Chile21, sostiene que “como en las tragedias griegas sabemos que vamos al precipicio pero los actores no pueden hacer nada para evitar un final que ya está escrito. En el caso de la tragedia chilena habría que precisar que los actores no pueden y/o no quieren hacer algo que evite caerse al precipicio. La aspereza de la competencia entre los candidatos y candidatas del Centro y la Izquierda es destructiva”.
Para los autores, “es muy difícil apoyar en segunda vuelta a un candidatura ‘capturada’ por el PC, como afirma Goic de la de Guillier, o a un ‘candidato mantenido por su mujer’, como sugirió Guillier de ME-O, o ‘relacionado con el narcotráfico’, como insinuó este último de Guillier. Asimismo, Beatriz Sánchez calificó, de ‘irresponsable’ a ME-O y de ‘impresentable’ a Guillier. Por su parte, Navarro ha afirmado que ‘todos están cooptados por los empresarios’”.
La retroexcavadora de la derecha
Eso, sumado a un comportamiento en el nivel ético de algunos “progresistas”, que se rindieron al dinero, ha sido caldo de cultivo para la derecha desenfrenada por llegar al poder. Pero de ahí a que de lo mismo quien gobierne hay mucha distancia.
La vuelta de la derecha a La Moneda implicará sin dudas una fuerte regresión social, una suerte de retroexcavadora orientada a las reformas sociales.
No ha tenido empacho el propio Piñera en decir que se recortarán beneficios sociales, se despedirán decenas de miles de trabajadores, se quitará la gratuidad en educación superior y se restablecerá el copago y la selección en la educación básica y media. También ha asegurado que seguirán y aumentarán los fondos entregados a las AFP y persistirá el sistema de salud privada. En lo cultural, el aborto en sus tres causales, la unión de parejas o el matrimonio igualitario, han sido ya amenazados. Incluso, atropellando la memoria histórica, ya se habla de “perdonazo” a violadores de DDHH, etc.
Las bases de un acuerdo
Es cierto que a cualquier candidatura le resulta difícil negociar previo a la primera, pues eso da la idea de debilidad frente a sus electores, pero también la experiencia muestra que no hacerlo de inmediato o al otro día de ella, un signo claro de unidad, es mortal. 2009 fue un palmario ejemplo que permitió a la derecha, siendo minoría, quedarse con el “trofeo” que perseguía: La Moneda.
Desde luego quien acceda al balotaje se transformará en una especie de “primus interpares” por decisión de la gente, pero que con la vista en Chile deberá abrirse a considerar miradas y medidas que constituyan el ideario común de una sociedad más igualitaria. Es algo más que un “todos contra Piñera”, es una visión del país más justo la que está en juego. Si alguien pretende discutir cada punto o coma del programa común a segunda vuelta o poner cortapisas que hagan imposible o retarden la unidad, la suerte estará echada.
Es posible que de lograrse la unidad del centro y la izquierda que representan los cinco candidatos del progresismo no llegue a constituirse entre ellos una “coalición de gobierno” al estilo Concertación o Nueva Mayoría. No es eso lo que debe preocupar en una sociedad democrática. Pero es menester que esos signos comiencen hoy a exteriorizarse, poniendo coto a la agresividad entre las fuerzas progresistas. No está lejos el ataque o intento de encerrona de Piñera a Ossandón que generó que ni el propio senador ni las huestes que le siguieron hayan entregado su apoyo explícito y decidido al abanderado derechista.
Las cuentas alegres de la derecha
No solo se hace gala de la soberbia en la derecha, anunciando miles de despidos o quitar programas sociales de ayuda a la clase media y a los más pobres, sino que además -como reconoció el diputado y presidente de RN Cristián Monckeberg-, “a algunos ya los veo repartiéndose cargos, probándose trajes en el sastre para ser ministros, repartiéndose seremías en las regiones”.
El propio Sebastián Piñera se ha creído el cuento al punto de asegurar que los mercados muestran índices de recuperación solo ante la mera expectativa que él llegue a la casa de Gobierno, lo que por cierto hasta empresarios serios se han encargado de contradecir. Su gran apuesta es que la gente se quede en su casa y que el centro, la izquierda, el Frente Amplio y las demás fuerzas progresistas, no lleguen a buen puerto de cara al balotaje.
Quien no está muy convencido de ello es el senador Manuel José Ossandón, para quien no está dicha la última palabra, menos de cara a la segunda vuelta, pues el “antipiñerismo” puede llegar a lograr ese “milagro”. “El riesgo es que los otros se reorganicen en la segunda vuelta”, advierte.
Mal que mal la derecha no olvida que en la última elección política en Chile, la de concejales en las pasadas Municipales 2016, la Nueva Mayoría superó –a pesar de ir en listas distintas- a Chile Vamos por cerca de 346.916 votos, lo que implicó 293 concejales más al conglomerado de Gobierno. Eso, sin sumar los votos que obtuvieron las otras fuerzas progresistas (cerca de 600 mil sufragios).
Claro que hay que levantarse e ir a votar, de otra manera nada vale, no al menos para los estudiantes que perderán la gratuidad, las familias que perderán sus beneficios sociales, los trabajadores que perderán la pega, los abuelos que morirán esperando una pensión digna o una atención de salud decente y oportuna, la seguridad que contará con menos policías producto de la falta de recursos consecuencia de la rebaja de impuestos a las grandes empresas o los perdonazos a los grandes contribuyentes o nuevas leyes de Pesca, HidroAysén, Domingas, Exalmar y unos tantos más. Ah, pero podrá disfrutar de la piñericosas… si las disfruta, claro.