Me aprontaba para un agitado día domingo, no porque estuviera pensando en trabajar, al contrario, planeaba destinarlo a un anhelado y postergado ocio, pero que si esperaba intenso en emociones.
Con los horarios de los partidos, planifiqué para el domingo una memorable jornada de descanso. Temprano, vería la final entre México y Portugal por el tercer lugar, y no tenía preferencia porque solo quería disfrutar de un buen partido de fútbol.
Trotaría más tarde, durante una hora, y luego leería el diario sumido en una tina caliente. Entre doce y dos de la tarde concurriría a votar para ver más tarde reunidos en un almuerzo familiar el esperado partido de Chile.
Terminaría el día acostado viendo los resultados de las Primarias.
¡Delicioso panorama! ¿Qué más podía pedirle a la vida?
El partido entre Mexicanos y Portugueses definido en el alargue, dio el triunfo a los europeos antes de llegar al azaroso desenlace de los penales. Esto atrasó mi itinerario en una hora y pensé que aunque aquello consumiría parte de mi holgura, no alteraría mis planes.
Impaciente inicié un espectacular trote: muchos corredores, el día cálido y el descanso prolongado acompañado de un nutritivo desayuno, aceleraron mi ritmo. La mañana diáfana ofrecía una maravillosa vista de blancas montañas, cuyos rocosos perfiles se recortaban nítidos contra el intenso cielo azul y se podía distinguir en sus laderas hasta las construcciones de La Parva.
Mientras corría, percibía el intenso movimiento de los autos, apurados por desocuparse para llegar a tiempo al partido. Desde el mundial del 62 - me dije – es que vengo viendo como el país se paraliza en estas instancias. ¡Cómo disfruté aquel mundial! A mis nueve años - alternando el tiempo con la lectura - celebré impresionado el tercer lugar, oyendo por la radio de las habilidades de Toro, Fouillioux y Leonel, grandes jugadores identificados por siempre con un club, cuando aquello era posible.
Corro en 56 minutos, un recorrido que habitualmente me toma una hora, por lo que quedo conforme. Leo el diario de prisa, me enredo un rato en un interesante legado epistolario de Bolaños y ansioso, antes de la una de la tarde, salgo a votar con mi mujer.
Me fustiga una inquietante pregunta que me insta a votar con más ganas.
¿Es posible que un candidato “progresista” convoque a la ciudadanía a marginarse de un proceso democrático y republicano?
Es una señal desconcertante – concluyo, esperando a mi mujer que regresa de prisa diciéndome que es imposible votar. Llévame a la casa ordena - con un autoritarismo inusual y que transmite una determinación que no admite réplica - porque de otra forma no saldré con mi almuerzo – reclama.
¡Nos quedamos sin votar! – pienso en silencio mientras conduzco hacia mi casa. Acomodamos con mi mujer el televisor y el comedor para la llegada de los míos, que por el tránsito, llegan justo al inicio del partido.
El estadio ruso luce teñido de rojo y nos asiste la convicción de la victoria. Con un ritmo endemoniado nuestro equipo obliga a los alemanes a refugiarse en su territorio, defendiéndose desesperados. Nos superan en historia y en logros, pero creo que la persistencia de nuestro ataque hará insostenible el empate. Mi hijo se pasea eufórico, mis nietos deambulan pasando por distintos brazos ausentes del partido, mi madre y mis hijas sonríen expectantes y mi mujer va y vuelve a la cocina, entretenida en sus quehaceres, disfrutando del partido sin detenerse a observar.
De pronto… Lo impensado, el amargo despertar del sueño. Uno de los grandes comete un error y permite que un alemán se apropie del balón, eluda a Bravo y con un pase generoso, deje solo a un compañero frente al arco desguarnecido, asestándonos un golpe brutal.
El autor del error siente el horroroso peso de la culpa y no volverá a recuperarse, mientras yo, buscando indulgencia con el desafortunado, viajo a mis lecturas del 62 para recordar una hermosa cita de Kazantzakis: “Júzgame como si fueras Dios, esto es, por el sentido que inspiraron mis actos, y no por las consecuencias que desencadenaron”.
Aunque queda mucho tiempo, el partido se debate en una rutina que solo sirve para ratificar el triunfo germano. Se extiende sobre el equipo un sombrío y desolador panorama y el llanto que sería de alegría pasa a ser de frustración. Sobra el llanto – pienso yo - lo excluye la dignidad de la derrota, porque el equipo alcanzó una instancia insospechada.
El deporte posee la magia de la incertidumbre en el resultado, ¡siempre David puede vencer a Goliat! es lo que apasiona. Esta vez no se dio, pero la sabiduría permitirá que se dé cuando no exageremos en las expectativas y en el desenfrenado despliegue periodístico que el evento ha provocado. Tal vez, cuando emocionalmente estemos mejor preparados para convivir con el triunfo. ¡Cuando maduremos! Tan importante como disfrutar de un mesurado triunfo es aceptar con humildad la derrota, porque servirá para edificar la epopeya del triunfo.
La generación dorada ha cumplido con largueza, y ha recibido a cambio pagos jamás imaginados como reconocimiento a su esfuerzo y capacidad.
¡Están en paz! Ellos con el medio y el medio con ellos. Ahora deben reencantarse, recuperarse y atender el próximo compromiso de clasificar al mundial en Rusia, donde la asimilación de esta derrota, les permitirá, a ellos y al país, aspirar a saborear desde solemne cáliz dorado, el cálido sabor de la victoria. Pero… ¡No cualquier victoria! Sino aquella que por sobre desmesuradas celebraciones acompaña el regocijo del alma. ¡Esa que recoge el íntimo y solitario festejo que fortalece el espíritu!
¡Puedo votar! junto a mi mujer y por distintos candidatos finalmente cumplimos con el antiguo deber, siempre tan gratificante, tal vez porque aunque sea solo en nuestras fantasías, nos lleva a sentirnos parte del noble proceso de elegir nuestras autoridades.
Me sorprende y me hace feliz la sensatez que veo en la ciudadanía, ansiosa por participar, sin someterse a otorgar el apoyo irrestricto que algunos bloques reclaman arrogantes. Nuestra obligación cívica radicará siempre en elegir al mejor entre los posibles.
Temprano se reconoce que los mayores perdedores son aquellos que se excluyeron del proceso, y también temprano – como en la vieja República- los perdedores reconocen el triunfo de los ganadores.
Antes de dormirme, agita mi mente un mensaje que flota y que pienso que siempre debe encauzar un fracaso.
Nunca puede prometerse aquello que no puede cumplirse, pues hay que tener presente que normalmente el cumplimiento de un objetivo depende de muchos factores, algunos de carácter incontrolable, ya que el error es inherente al ser humano, y la infalibilidad en cambio, es potestad que solo pertenece a Dios.
La vida no acaba con un resultado negativo – y como no saberlo con los que me ha tocado vivir en la empresa - al contrario, éste puede transformarse en la mejor enseñanza para descubrir el camino hacia la anhelada victoria final.