Oh I'm just counting

Sosiego. Por Jorge Orellana Lavanderos. Escritor y maratonista

Troto por la ribera, observo el río, en la naturaleza ocurre un drama que la placidez de la tarde no es capaz de augurar: Un cernícalo bebe atento de las aguas del río, súbitamente, un pequeño ratón se le cruza por delante, como una centella vuela y lo atrapa penetrándole sus garras hasta matarlo. El cernícalo emprende el vuelo y se posa a unos metros donde lo esperan sus pichones que se alimentarán del roedor. ¡Temor! Temor del ratón ante la sorpresiva muerte, y… Temor del cernícalo por fallar en su ataque y no alimentar a sus hijos.

A los hombres nos ocurre igual, vivimos con permanente temor de alimentar a nuestros hijos, y padecemos el constante temor del acoso del depredador de turno. El sistema nos impone el temor por lograr algo y cuando lo conseguimos se inicia en nosotros el temor por conservarlo, y aquello nos obliga a una eterna condición de alerta y desconfianza, maléfico germen que destruye las relaciones humanas…  

-Él: Algo impensado ha ocurrido en Chile – con voz preocupada y serena.

-Ella: Ojalá no sea nada grave – En Alemania, pensando en Santiago.

-Él: Ya pasó algo, la movilización ha sido apoteósica, pero es difícil saber lo que se logrará.

-Ella: ¡Que angustia! No estar allá - Se apretó contra el pecho varonil y con temor, continuaron viendo imágenes de la televisión alemana.

Hoy sábado, después del trote, una crónica escrita en Noruega, me cuenta que un hombre con marcado acento chileno, habla en noruego a un grupo en el que ondean banderas chilenas desde donde le gritan: ¡Traduce al español! Y luego, en nuestro idioma, el hombre habla del agua privatizada, de la dictadura y la memoria, de las AFP, del pueblo unido, y de los muertos y heridos que está dejando la represión que el gobierno chileno autorizó contra su gente.

Al angustioso desconcierto inicial sigue un estado de nerviosa reflexión. ¡Cómo no lo previmos! La solución era evidente, pero las derivaciones que la reflexión arroja obligan a la mesura. Sin un sosiego reposado de las ideas será difícil acertar con la decisión correcta.

He vivido estos acontecimientos en Santiago, un arraigo extraño me impide moverme de la ciudad. Por trabajo, he visitado Quilicura y he recorrido la destruida Estación del Sol del Metro. He estado en el centro de la ciudad y transitado por Alameda y Plaza Italia. Me he informado por el canal de CNN y a través de Radio Cooperativa de los sucesos acaecidos. Sobre la situación he escuchado a diversos líderes en la prensa, y he conversado con amigos políticos, empresarios, ingenieros de mi oficina y trabajadores de mi empresa, y advierto que después de dos semanas del inicio de esta crisis mis soluciones para ella han mutado en la medida que las ideas han decantado y se han ido acomodando.

Una peculiaridad de la identidad de nuestro pueblo es que en todo somos doctos, así, con la misma facilidad que nominamos la selección de futbol, damos con la solución para cualquier crisis, y con apasionada agitación, y sin nada de moderación adquirimos el conocimiento de reconocidos especialistas en finanzas hasta competir en sabiduría con notables abogados constitucionalistas. Despojamos a los técnico de la autoridad que el estudio les otorga y nos oponemos a que decidan lo más conveniente para el grupo. ¡Esencia latina! Otros pueblos, con culturas milenarias, poseen la virtud de la mesura, y ante la crisis, disciplinados, confían a sus líderes la decisión y acogen sus llamados hacia un beneficio común. Solo la   meditación sosegada nos permite ordenar ideas, consensuar intereses, racionalizar proyectos, y tomar decisiones.

En mi trote, atraído por la belleza de su luminoso rostro y la perfecta proporción de sus formas, me distraigo con una profesora que guía a sus párvulos, que alternados por sexo, marchan cogidos por sus pequeñas manitos, siguiéndola con la inocente seguridad de sus infantiles pasos. La ilusión que alienta el espíritu de los niños y su maestra es tan bello como el majestuoso rito de la naturaleza toda. ¡No hay en el mundo una promesa mayor a la que arrastra aquel tren de almas tiernas! Anida ahí el destino del hombre y la cosecha será proporcional a la siembra. Me inquieto ¿Es apropiado llevar a un niño a una marcha? ¿Qué efecto provoca en él la visión del vandalismo en acción? ¡Mesura y buen juicio!

Después del desconcierto inicial, siguió un natural estado de abatimiento, y la ciudad se ha mantenido funcionando con el impulso que traía, pero esa fuerza decaerá… Cierto resentimiento amargo – sentimiento que inhibe que en un hombre estalle lo mejor de él - hace que algunos disfruten el fracaso del modelo porque no fue el que eligieron, y la incertidumbre respecto de su vulnerabilidad se instala con maciza fuerza. Los más, alteran su rutina y se retiran a sus casas antes del habitual fin de sus labores y camino a casa se detienen para observar horrorizados los desmanes que proceden a la pacífica marcha. El trabajo, proporcional en ingresos para algunos que lo desarrollan libremente, se reduce a la mitad, pero implacables, las cuentas se pagarán una vez al mes. La incerteza, como una espina aguzada, se asienta en el común de los viejos, la dueña de casa padece molestias y el trabajador de construcción, que como el artista, algo de su alma deja en sus obras, se conduele con la destrucción y sufre con el transporte.

Algunos transitan agresivos por las calles, apurados por llegar, y cuando lo hacen… es solo para esperar, y otros en cambio, acunan un maternal sentido de ternura por la humanidad. Con preocupación, la ciudad ve que algunos jóvenes graban la aventura con lóbrego sello de devastación, parecen haber perdido la esperanza, ¡ya no creen! dejaron de hacerlo, se cerró para ellos el estrecho retazo de cielo que emergía entre nubes borrascosas y desconfiaron, al ver la suerte que habían corrido sus padres y abuelos, y la rebelión fue la opción en que sustentaron su oposición a ese destino. Reflejaron su suerte en la de los viejos, que sin entender esa actitud, los miraron atribulados, y se interpuso entre ellos una irrenunciable sombra de desprecio. Se instaló con fuerza una forma de desconfianza y todos aspiraron a conseguir algo que no podrán alcanzar.

El tiempo, hará que se reconstruyan los edificios consumidos por las llamas, pero pasará mucho tiempo antes que se reconstruyan las heridas que esos incendios dejarán en las almas. ¡No dejes que los niños presencien aquello! ¡Ampara su inocencia! ¡No los fuerces a descubrir el maligno germen que acompaña la vida del hombre!    

Despierto sobresaltado, acababa de soñar que en Plaza Italia, un rayo caído del cielo, producía una enorme grieta, de la que a raudales comenzaba a brotar petróleo, confundidos, policías y manifestantes corrían a guarecerse de la preciada lluvia negra en una Estación del Metro, y las noticias daban cuenta de la infinita riqueza que el inextinguible chorro producía al país y el progreso económico superaba las más optimistas predicciones. ¡El país caía en éxtasis! La gente celebraba bailando en las calles que se llenaron de viejos y jóvenes que respetaron sus movimientos lentos y les ayudaban a avanzar, los niños cantaban en las plazas y los pájaros acudían a posarse en sus tiernas manos en busca de alimentos.
 
El chorro negro de petróleo de súbito, cambió de color y se tiñó ahora por el inconfundible amarillo de interminables monedas de oro que caían sobre el pavimento tintineando con un hermoso ruido que transfería la seguridad del dinero ¡Nos salvamos! Clamaba la gente, volviendo la vista al cielo para agradecer su benevolencia. De pronto, sin embargo, el chorro de monedas doradas se oscureció y alguien gritó horrorizado ¡Se ha vuelto barro! Y un inservible chorro de lodo empezó a caer sobre la ciudad. De nuevo, reinó el desconcierto, y ahora la población blasfemó contra el mismo cielo al que antes agradecía. Y… ¡volvieron las protestas! – Y yo despierto de mi sueño sudando aterrado entre riqueza y miseria. ¡Ni oro ni barro! La crisis es de desigualdad, y finalmente, de dinero, porque… ¡Legítimamente - en la mayoría de los casos - la gente exige un mejor estándar de vida!
 
Nos pasamos la vida aterrados, por alcanzar algo material y de no perderlo cuando llegamos a poseerlo, sin disfrutar del mayor regalo - que con el preciado misterio de la vida - hemos recibido. Y… ¿A qué la dedicamos? Es una pregunta profunda que cabe hacerse después de una crisis, si se quiere, contribuir a su superación. 
 
Se necesitará recursos para satisfacer todas las expectativas que la crisis despertó y necesitaremos continuar generándolos para repartirlos ahora con mayor ecuanimidad, pero ese desafío solo será coronado con el éxito si se cuenta con la generosidad de todos los involucrados.  

  

  NOTA: Este texto se terminó el día domingo 03.11.2019