Oh I'm just counting

TENORES Y MATARIFES. Por Jorge Orellana Lavanderos. Ingeniero, escritor y cronista

Preñado de lluvia, como una parturienta a punto de estallar, el cielo estaba a punto de vaciar su contenido y el viento lo anunciaba con continuas ráfagas calientes

El día, ensombrecido, se iluminó con la irrupción de un relámpago que pareció quebrar el cielo que arrojó con fuerza su preciado contenido sobre la ciudad desolada. Buenos Aires pareció abatido por la tempestad y hasta los tañidos de las pequeñas campanas de la iglesia de los Padres Recoletos sonó estridente, sin la gravedad de sus hermanas más grandes.

Medité sobre el motivo de mi viaje. Estaba llegando al final de un proceso que había iniciado varios meses antes, y que culminaría en unos días más con la presentación de mi libro “Crónicas de Trote” en la Embajada de Chile de esta ciudad.

La historia había empezado el primer día hábil del año, cuando paseando con mi mujer, observamos en una calle de La Recoleta una editorial que promocionaba la edición de tu libro. Entré, y con la misma ilusión que se lanza una botella al mar para esperar que alguien responda en la otra orilla, dejé mi libro, que fue recibido con escepticismo por un poeta que según me confidenció, y su aspecto lo ratificaba, jamás se le ocurriría trotar.

Olvidado el asunto que yacía en el baúl del olvido, recibí de parte de la editorial, un elogioso comentario del libro, estableciéndose una relación que me ha forzado a venir varias veces hasta acá y que nos permitió editarlo y estar ahora, después de recibir el apoyo de nuestra embajada, a unos días de presentarlo. 

Había destinado este día lluvioso, para escribir ésta crónica aquí en Buenos Aires, pero perdí interés en abordar el tema sobre el que pensaba escribir y no me pareció prudente insistir, por lo que me mantuve observando la lluvia por un largo rato, hasta que se abrió un claro entre las nubes que habían atenuado sus oscuros tonos, y pequeños rayos de luz trajeron vida nuevamente a la ciudad.

Salí a caminar, había decidido no trotar. El día anterior, de visita en la editorial, ambos editores me regalaron sendos libros. Uno de ellos, al que dejé el mío ocho meses atrás, y con quien lentamente hemos ido confraternizando, refiere en su libro circunstancias que me parecieron apasionantes, flota en sus líneas ese agobio incesante que aqueja al ser humano con persistente desconsuelo. Del otro -con el que la cercanía ha sido instantánea- capté una frase que me atrapó de inmediato: “El hombre más libre es aquel que viaja atado al corazón de una mujer”, y lo recuerdo ahora porque mis pasos me llevan hacia los mismos lugares por los que anduvimos juntos, y me cobijo en el placer de mi melancolía, al cruzar las mismas calles, al observar los mismos boliches, y detenerme frente a las mismas tiendas. ¡Qué cierto es aquello de que mi propia libertad viaja atada a su corazón!

A veces, cuando viajo, me encierro en mi lectura despreocupado del vecino, pero en un viaje anterior, llamó mi atención el texto musical que sostenía mi compañero de asiento. Iniciamos una amistad espontánea, y precisamente ahora, como atendiendo un llamado silente y misterioso, me ha contactado para rescatarme de mi soledad y ofrecerme una entrada para la función en el Teatro Colón de “Auge y caída de la ciudad de Mahagonny”, ópera con música de Weil y libreto de Brecht, y en la cual mi amigo, que es tenor, interpreta a Fatty. La obra, presentada como una osada apuesta, mantiene la fuerza de la vigencia de los premonitorios conceptos expuestos por el autor, en cuanto al poder y al valor de la vida.

Como hemos acordado, nos encontramos a la salida, y me integran al grupo de cantantes líricos. Exultantes por el éxito de la presentación y aún sobreexcitados por el resultado del esfuerzo, disfrutan desenfadados de una cena en la que vuelan los cantos de arias de ópera a viva voz, y como no, si en la mesa se encuentra además el célebre y conocido tenor Fabián Veloz.

¡Qué poco precisan los hombres para ser felices! Me digo mientras los observo conversar y reír con fruición. Conformamos un grupo muy disímil unidos en esta noche por la magia de la música y el canto ¿Qué importante es la música en la vida de un hombre! La jornada se extiende hasta la madrugada, porque la algarabía de la concurrencia ante el concierto espontáneo es compensada por la casa, que se preocupa de mantener siempre llenas las copas de nuestra mesa, inflamando la garganta de los cantantes.

Despierto a la hora de siempre. He dormido solo unas horas, pero salgo a trotar por los bosques de Palermo y mientras corro por senderos que han llegado a serme familiares, voy pensando en aquello sobre lo que no quería escribir.

Increíble la forma en que los socialistas “faenaron” a Lagos -había dicho un amigo mientras trotábamos en Santiago y yo contemplaba la figura de un ave semejante a una garza que intentaba infructuosamente extraer algo en el río.

La expresión utilizada por mi amigo y mi propia imaginación me llevaron al matarife, ese personaje que con la ayuda de un afilado y siniestro cuchillo degüella a las reses.

Como declarado partidario de Lagos, seguí pensando en aquello, hasta llegar a la conclusión que la explicación de aquel suceso tiene raíces más profundas: El procedimiento, suele ser común entre aquellas instituciones que distribuyen poder, como la iglesia, la empresa, las asociaciones, o los partidos políticos, cuando algunos, incapaces de conquistar el poder con nobles argumentos, optan, a través de prácticas desleales, por eliminar al líder que les ensombrece, aun a riesgo de que el poder cambie de mano, pensando maquiavélicamente que de esa forma el camino se allanará para ellos.

En su ambición descontrolada esas personas no ven que aquello que por incapacidad no lograron hoy, tampoco lo alcanzarán mañana, porque el camino para hacerlo radica en su propia superación y la deben extraer del ejemplo de aquellos a los cuales precisamente, están excluyendo.

Un hombre grande siempre debe estar dispuesto a partir otra vez. El drama del hombre, subyace en la posesión. Cuando nada tienes, nada puedes temer, porque nada puedes perder ¡Para tener sin temer es necesario estar dispuesto a perder lo que tienes!

Vuelvo a mi trote en Buenos Aires, la nostalgia me lleva a un amigo con gran vocación de servicio público, con quien corrí hace poco por estos mismos bosques. Lucía jubiloso y orgulloso del cargo que ostentaba, pero…, ha decidido no seguir en política. Cambiará el sentido de su vida y tiene el derecho y hasta la obligación de hacerlo, pero me asiste la duda de que no estamos eligiendo a los mejores y que en cambio estamos nivelando para abajo, como ha sido la tónica de los últimos tiempos, en que todos parecen bailar al ritmo de una danza endemoniada, movidos por la irrefrenable búsqueda de poder.

¿Tendrán ellos conciencia de que al aumentar su poder también aumentará la esclavitud a la que ese mismo poder los condena?