Su socarrona mirada no me afectó tanto como su comentario, que me hizo sentir feble y vejado – Acabábamos de disputar un intenso partido de racquetbol y sentados en sendas bancas nos vestíamos, secándonos el sudor que aun brotaba a raudales de nuestro cuerpo.
No – me había dicho - respondiendo a mi solicitud - no puedo seguir jugando contigo, jugamos la semana pasada y te gané, y hoy, volví a ganarte con facilidad. Si seguimos jugando terminaré bajando mi nivel, por lo que entrena duro y me llamas en unos seis meses más.
De acuerdo – contesté sumiso, rumiando mi humillación. Diez años mayor que yo, ambos sabíamos que solo su oficio le había permitido ganarme, yo tenía más fuerza y agilidad y debí derrotarlo, por lo que - para extraer la molesta piedra que se había instalado en mi zapato - quería jugar de inmediato. Así de intensa era la ansiedad que me poseía por ganarle.
Pasaron los meses y ninguno olvidó el compromiso. En campeonatos nacionales - sin enfrentarnos por pertenecer a distintas categorías - nos observamos con fingida indiferencia. Me invadía la certeza de que ambos sabíamos que yo debería ganar, y para vencer, solo me bastaría con controlar la presión que ese hecho me imponía. ¡Yo, era mi verdadero rival! ¡No él! Y asimilé la importancia de tal aseveración.
¡Lo vencí! Y en el camarín repetimos nuestro anterior diálogo. Perdida la arrogancia de entonces, su mirada poseía ahora una imperturbable mezcla de disgusto y resignación. Aparentando indulgencia, un instinto perverso me hizo disfrutar el triunfo.
El tiempo, es…, expresó desazonado - y estiró la palabra sin encontrar la siguiente.
¡Implacable! – Le ayudé, sin ocultar mi euforia.
¡Esa es la palabra! – replicó convencido. ¡Implacable! – Remató.
Diez años antes no hubiera podido vencerlo. Seis meses atrás me venció en forma inapelable, y ahora no había podido hacerlo. Volveríamos a jugar muchas veces y nunca más me derrotaría.
Ahora, mientras corría, en la mañana aún oscura y silenciosa por el barrio dormido en el letargo de aquel miércoles festivo, recordé aquella anécdota, pues solo unos días atrás me había enfrentado en una discusión con un joven ingeniero, que tiene un año menos de la mitad de mi edad.
¡El tiempo! – dije, refiriéndome al plazo de construcción de una obra, es fundamental en el resultado. La extensión en el plazo de un proyecto, incrementa los gastos fijos y aquello deteriora el costo de la obra, que al final, es la variable más relevante del análisis, pues la eficiencia se mide de acuerdo a su menor costo.
-Pero también interesa el plazo y la calidad – Señaló victorioso el aprendiz.
-Ciertamente – contesté. Pero un mayor plazo y una calidad defectuosa, redunda siempre en un mayor costo, en cambio, un mayor costo no asegura una mejor calidad o un menor plazo. Se conseguirá un menor costo solo si la obra se ejecuta en el menor plazo y sin que se requiera rehacerlas.
-El plazo se controla con el programa y la carta Gantt. – insistió.
-Esos instrumentos no sirven adosadas a una muralla, la ayuda que puedan procurarte será valiosa solo si incorporas en tu mente la información que contienen. ¿Tú crees? ¿Que el patrón de una embarcación al enfrentar una tormenta recurrirá a la carta de navegación? O… ¿Decidirá con la información extraída de una revisión previa de ésta, y con el conocimiento obtenido a través de su propia experiencia?
-De acuerdo, pero…¿Significa que el viejo siempre tiene razón? – Descargó con sutil ironía su molestia, enfatizando en la palabra viejo.
-¡No! Significa que para compensar la ventaja que otorga la experiencia, se requiere aplicar conocimiento y rigor. Conocimiento, para leer todo aquello que guarde relación con el contrato a ejecutar, y rigor, para enfrentar tu gestión en la mejor condición, en términos emocionales y racionales. Solo así, podrás garantizar tu mejor desempeño, lo que por sí solo, nunca te alcanzará para asegurar el éxito.
-¿Estaré entonces estudiando permanentemente?
-Tu vocación y experiencia, te mantendrán atento a cambios normativos u otros que ocurran y afecten tu función, y aquello no te demandará un gran esfuerzo. El rigor, sin embargo, no lo podrás perder jamás, pues ahí nace la fuerza que orienta y optimiza tu gestión.
-¡Ah! –dijo, consciente de que había abierto un flanco de ataque. Pero, esa ecuación de que hablas - entre experiencia y conocimiento - es limitada, en algún momento de la vida, la experiencia dejará de importar y el rigor decaerá. Y caí en cuenta de que estaba frente a un joven sagaz.
-Es verdad – reconocí. El tiempo es lo que embellece la relación entre maestro y discípulo, y es prolífica solo cuando se entiende el sentido del juego que el tiempo nos propone, y que deriva en la obligación de ambos por superarse, hasta lograr que el discípulo supere al maestro.
Me miró con un dejo de gratitud por unos instantes, se paró, me dio la mano y se marchó, dejándome la ineludible impresión de mi finitud. ¡Me vencerás! – Mascullé, pero… ¡Te costará vencerme! E intuí convencido que él se fue pensando: ¡Te venceré!… ¡Aunque me cueste lograrlo!
Íntimamente, agradezco cuando alguien me desafía, pues me permite sostener este singular juego de la vida, y me deleito al correr pensando que no puedo aflojar, y que para extender mis tiempos de vigencia debo extremar mi rigor, pues a medida que mi edad avanza, el inexorable paso del tiempo me hace cada vez más frágil.
¡El tiempo degrada todo aquello que se opone a su paso!
He corrido en el desierto conmovido frente a eternas montañas de sal, observando la acción del viento - vehículo usado por el tiempo - que al introducirse por sus oquedades las socava. He corrido extasiado ante perennes montes de piedra en el sur, y he advertido que por sus intersticios penetra el agua que se expande en su interior rompiendo la roca inmortal que con la acción del tiempo cae degradada.
Desesperados, intentando algunos combatir el implacable paso del tiempo - ante la presencia de la vejez cercando nuestro entorno – se acomodan en el refugio suave de un cuerpo joven, y se distraen por un rato con efímeras imágenes juveniles, pero sus visiones caen, porque la causa de su desasosiego está en la incapacidad para aceptar ese macabro juego, que no es posible combatir sin entender que la vida es una unidad con principio y fin, y que aquello que queremos hacer entre medio, debe por definición enmarcarse en aquel limitado intervalo de tiempo, exiguo, y que debemos aprovechar en su inmediatez, porque no tenemos más, y es triste descubrirlo cuando el tiempo se ha agotado y las energías se han disipado. Me pregunto: ¿Estará nuestro sistema educacional transmitiendo aquello, de manera correcta a nuestros jóvenes?
Viajo habitualmente con un maletín que despierta curiosos comentarios, pero que a mí me resulta útil. En su interior, con prolijo celo, guardo un texto que me acompaña desde que una amiga, obtenido de algún lado, me regaló hace muchos años, y desde entonces, yo lo he ido traspasando cada vez que he renovado la prenda. Gastado por efecto del tiempo, la hoja de papel permanece en el primer compartimento del maletín y espero que esté ahí por siempre:
Escribir es grandioso, el único poder auténtico, la fuerza más poderosa. Todo lo que hacemos, lo que deseamos, lo que amamos o decimos, al igual que los amores, se acabará algún día. Se acabarán las emociones y el tiempo borrará las huellas de nuestros actos
Pero… La escritura permanecerá…
Y yo pienso que me la regaló porque siente de verdad que solo la escritura trasciende, y que es lo único capaz de vencer al destino y al tiempo.