Oh I'm just counting

Trabajo. Por Jorge Orellana Lavanderos. Ingeniero, escritor y cronista

-¿Qué piensa usted respecto a la propuesta del gobierno de modificar el actual monto de indemnización por año trabajado? – Pregunta a través de la emisora – cuando acabo de dejar mi casa camino a mi oficina – la periodista de una radio al dirigente sindical, mientras atento a su respuesta acomodo el aire acondicionado del auto, en este luminoso día que ya a las siete y media, se anuncia caluroso.
 
-El gobierno pretende beneficiar a los empresarios. Desde la década del 80 – antes de eso se extendía en forma ilimitada - se rebajó ese valor, para un trabajador despedido, al equivalente de un mes por año trabajado, con un límite de once sueldos. Seguir bajando ese monto, configuraría un abuso al que nos opondremos con todo nuestro vigor.
 
-Pero… Insiste la periodista - Ciertos cambios en los tiempos que vivimos, tal vez obliguen a pensar en la opción de rebajar dicha indemnización dejándola a todo evento. Más independientes, no parece ser anhelo de los jóvenes comprometerse por toda la vida laboral con una sola empresa y optan por la novedad del cambio a través de la alternancia en el trabajo. Para ellos, podría ser conveniente una indemnización menor a once años, siempre que fuera a todo evento.
 
-Me parece que fui bastante claro, reitera categórico el dirigente, nunca avalaremos una propuesta de ese tipo, insiste ante la sorpresa de la periodista que se confunde y el silencio del colega que la acompaña, y a mí me queda la sospecha de que, salvo la periodista, sus interlocutores, no han entendido la dimensión e implicancias del problema en análisis.
 
Acaba de amanecer, el alba ha dispuesto una serena luz sobre los cerros que se extiende sobre el valle, nubes blancas se diseminan a merced del viento, y dejan ver apenas, leves trazos de cielo azul, ocultando el cegador sol estival. Solitario, embebido en el hermoso escenario que corona el trino indescifrable de las aves, troto meditando sobre el diálogo anterior, que de alguna forma refleja nuestro conservadurismo frente a ciertas reformas. Desconfiando del gobierno, el dirigente rechaza todo aquello que provenga de algún sector que represente una posición ideológica distinta, parece ser la pobre consigna, pero – me pregunto. ¿Solo por provenir de un sector ideológico distinto, sin analizar con prolija profundidad el planteamiento, los argumentos deben rechazarse?
 
En la actualidad, la indemnización por año de servicio la paga una empresa a un funcionario cuando este es desafectado de ella, y solo en tal caso, el trabajador percibirá el monto que resulte de los años de permanencia por su remuneración mensual, acotada a once años. Esta medida de protección social, no está exenta de ciertas deficiencias, por lo que un estudio serio, exige analizar los beneficios y perjuicios en que puede incurrir, más aun cuando ciertas consideraciones iniciales han registrado sustantivos cambios.
 
La incertidumbre en el pago de la indemnización, es nociva en la relación laboral, ya que por un lado, se acumula en favor del empleado un cierto “pozo” al que solo tendrá acceso si se lo despide, lo que desincentiva su rendimiento, más aún, después del año once, en que dicho monto deja de aumentar. Por otro parte, para el empleador, el incremento de dicho pozo, al resultar un fardo pesado de sostener, lo obliga a ser cauto en la contratación de personal o a recurrir a otras modalidades de contratación que lo resguarden frente a la siempre dolorosa y eventual necesidad de despedir personal. Tal vez eso hace surgir el empleo por cuenta propia.
 
Mientras observo el recorrido del agua turbia y removida del río, pienso que las buenas leyes son aquellas que concilian la ecuanimidad de la ética con el interés del ciudadano común, y una voz interior me susurra al oído ¡Es claro entonces que no es conveniente que dicho pago sea incierto! Esa incertidumbre termina afectando a la productividad, que es lo que nos interesa proteger pues solo de esa forma, trabajando menos llegamos a iguales resultados. –señala la voz e iniciamos un extraño diálogo.


-¿Qué debe hacerse entonces?

-Pagarla a todo evento, así el empleador al contratar a una persona asume ese costo desde el primer día.

-Pero aquello encarecerá el costo de la mano de obra.

-Es un costo que debe asumirse, y eso obliga a que, en la determinación de la indemnización, hay que ser cauto y responsable. No sea que por tratar de beneficiar a un sector se lo termine perjudicando. Al pagarla a todo evento, y por el tiempo ilimitado del trabajo efectuado, lo que queda por determinar es su monto, el que podría por ejemplo, fijarse por cada año de servicio, en un cuarto del sueldo percibido al término de la relación laboral. Es decir, un trabajador percibiría a todo evento, un sueldo cada cuatro años de los que haya dedicado a la empresa en que trabajó.
 
-¿Has pensado lo que ocurre con este pago si la empresa quiebra y no queda dinero para pagar a los trabajadores?
 
-El valor de la indemnización debería ser depositado cada mes, junto con el pago de la remuneración a un trabajador, en una cuenta estatal, que se encuentre garantizada y a disposición del trabajador una vez que cese su relación laboral, cualquiera fuere su causa.


-¿Qué pasa con la situación actual de los trabajadores?

-Se puede proponer una solución de salida inmediata, esto es, liquidar el actual contrato, con el pago equivalente a un porcentaje del valor de la indemnización alcanzado a la fecha e iniciar una nueva relación con el trabajador bajo el nuevo sistema. ¡Se dinamizaría la productividad!
 
Y percibo que he quedado solo y mientras continúo trotando por oscilantes calles que suben y bajan minando la resistencia de mis piernas, detecto que la voz se ha alejado, seguramente, para atender a otro despistado.
 
Claro – medito sobre el tema - Ese mismo fondo, que más que encarecer el mercado laboral, lo iguala para ambas partes: para el trabajador, porque aunque en un monto menor, será percibido por todos, y para el empleador, porque todos tendrán que asumirlo, evitando el sorpresivo detrimento de caja cuando aquello ocurre en forma imprevisible.
 
Una ley que regula las condiciones laborales incluyendo la consideración de los nuevos tiempos es fundamental y es obligación de un gobierno proponerla. La obligación del legislador es concurrir con el aporte de ideas a un debate transversal que integre a todos los actores, de modo de lograr un justo y armónico resultado.
 
Desprendido de la voz, y habiendo satisfecho mis reflexiones, mis ideas se evaden hacia mi experiencia en pasados escenarios laborales. Empezaba a trabajar, cuando se produjo una gran recesión en el país. Mi contrato era con boletas de honorarios, algo de poca frecuencia en la actual empresa, que inexplicablemente, persiste en el estado. Mi jefe entonces, por quien mantengo un inalterable aprecio, me explicó que me renovaría el contrato y que había dos opciones, la primera, contratarme en forma indefinida, incluyendo el pago de leyes sociales; la segunda, continuar extendiendo boletas de honorarios. Agregó que en ambos casos, el costo final para la empresa sería el mismo. Se me subía el sueldo y en el primer caso, la precaria condición de contrato que tenía, se modificaba con un costo mayor para la empresa y yo recibiría el mismo monto líquido; en el segundo, persistía la precariedad de mi contrato, pero mi sueldo líquido crecía.
 
¿Puedes adivinar mi decisión?
 
Claro, igual que la mayor parte de los seres humanos, cuando se es joven, tenía la arrogancia de que nada era imposible y que la jubilación estaba muy distante, y en cambio, las necesidades, implacables, eran múltiples e inmediatas: alimentos, arriendo, colegios, movilización, y un gran etcétera. Claro que sí, ¡Acertaste! olvidando la previsión social, elegí mejorar mi sueldo líquido a costo de extender la precariedad de mi contrato.
 
Subo ahora por Monseñor Escribá de Balaguer, me queda poco por llegar a casa, es mi último trote largo previo a un maratón que espero correr en una semana, me ruborizo de pronto, porque experimento un orgullo carente de humildad al suponer que mis ideas sobre la indemnización superan a la de algunos legisladores que desconocen el comportamiento del trabajador frente a estas materias, tal vez porque nunca en su vida han contratado a nadie.
 
Mis perros ladran reconociéndome, y se acercan en busca de las caricias acostumbradas, y yo los despido en el umbral de la puerta pensando que el mejor destino de la indemnización es contribuir a las alicaídas pensiones, algo que solo puede darse sin embargo, si se tiene una economía vigorosa que permita un activo mercado laboral.