Implacables, los rayos del sol reflejabandestellos sobre el cristal del parabrisas que herían mis ojos, haciéndome perder momentáneamentela visión y produciéndome un ardorque aumentaba el agobio que traía alojado en elmisterioso morral en que se registran mispercepciones sobre un hecho, distintas con cada estado de ánimo y distintas a la sensación de un observador imparcial y ajeno.
Ofuscado, entré a mi casa sin encontrarme con nadie, lo que, ante mi dificultad por fingir un estado placentero, me salvó de tener queresponder el cariñoso interrogatorio de mi mujer. ¡No quería hablar ni explicar nada! ¡Solo anhelaba rumiar en soledad mis furiosas cavilaciones!
Me cambié de prisa, apurado por salvar la inoportuna llegada de alguien y escapé protegido del sol y con apariencia irreconocible:polera de mangas largas;gorro que me ocultaba y cubría hasta miespalda; oscuros lentes y aspecto más de beduino en el desierto que de corredor citadino. Solo ahí pude iniciar mi análisis sobre el hecho que me incomodaba, respecto de una relación laboral, que sumada a experiencias anteriores parecía estar rebasando el límite de mi tolerancia.
El primer episodio - del cual permanece en la subjetividad de mi memoria un fresco recuerdo - consistió en el reclamo de un trabajador que derivó en una demanda laboral. En esa ocasión sentado frente a la jueza, expusimos las partes nuestras posturas, que ella parsimoniosa, escuchó con atención.Antes de dirimir el conflicto, me llevó hasta un recinto, diciéndome – No es habitual verlo a usted ni a su empresa en los tribunales por lo que concluyo que es la suya una empresa que respeta la ley laboral. Y agregó - en este caso particular, usted tiene razón, y yo debería acoger su defensa, pero… aquello no satisfará a la demandante y el juicio se extenderá.
Sin entender hacia donde se encaminaba, yo la miraba con la solemnidad con que solemos mirar a quien emitirá una resolución que nos afecta. Y continuó – Páguele el equivalente a dos meses de sueldo, y el caso quedará cerrado. Y yo acepté… Porque la jueza me dio la razón, que era en apariencia lo que constituía mi mayor preocupación.
Pagué y me fui, pero al salir me acosó una pregunta: ¿Cuál habría sido la reacción de la jueza en una situación ficticia, si al defenderla un detective del ataque de un delincuente en el metro, el funcionario hubiera resuelto: El ladrón le devolverá la cartera, y… para no seguir con los trámites burocráticos del proceso, usted le otorga una porciónmenor del dinero que llevaba y todo acaba en armonía? Se lo preguntaré, pensé y me devolví a la oficina en que me atendió. Nadie respondió a mis moderados golpes a la puerta, por lo que me retiré con la extraña percepción de que la puerta de la justicia, en esa ocasión, permaneció cerrada para mí.
Cuando se supo en la faena el acuerdo que yo había aceptado, el jefe de obras, en coloquial lenguaje, me enfrentó - P’tas jefe, así es re’ fácil la huevá, la plata que ganamos, en vez de llegarnos, termina en manos de un fresco. Y… ¡Me dejó desconcertado y callado!
Impiadoso, el sol rebota en el asfalto de la calle y en el concreto de la vereda caliente que piso. Me protege la brisa que a veces, como bocanadas, lanza como locomotora el río. Escojo el sendero cubierto de liquidámbares que han crecido de prisa aportando el prodigio de su sombra, mientraspienso en el caso actual, magnificado tal vezpor el recuerdo del anterior.
Se trata de una persona contratada por un período fijo, que al anunciarle, al cumplirseel plazo, que no se le renovaría el contrato, apeló a un fuero maternal que desconocíamos. Acostumbramos en la empresa - cuando los resultados lo avalan- a dar un bono al personal, como un reconocimiento de su participación en la generación del excedente. En el caso aludido, en que se había llegado al acuerdo de remunerarla sin que acuda al trabajo, estimamos que el otorgamiento del bono, de carácter voluntario, no procedía. Aquello motivó su reclamo, alegando que se configuraba una forma de discriminación, y el gerente, respaldado por nuestro abogado, me hicieron notar que su reclamo, de ser atendido, podría impedirnos contratar con el Estado por el período de duración del juicio. Desde esa perspectiva, me explican, es mejor aceptar la extorsión y no exponerse a una situación que podría acarrear peores consecuencias.
La razón de mi perplejidad - que terminó en molestia–tiene su raíz en la futilidad de oponerse a fuerzas irremediables y perder la capacidad por cambiarlas, y se debe a que la pragmática decisión de otorgar ese bono se opone a definiciones que han sustentado mi forma de dirigir la empresa, lo que me lleva a un profundo cuestionamiento. Percibí una forma de hundimiento al aceptar una injusticia sin defenderme y noté que aquello me abatía.
Aunque los entendamos, a veces nos negamos a asumir severos cambios deprocedimientos, porque alteran aspectos temperamentales o principiosque no aceptamos transigir. Superan un umbral que no transgrediremos. Concluí que los procedimientos que habían permitido mi éxito en unmomento, hoy no me lo garantizarían yme doliódetectar mi obsolescencia al advertir que si empezara hoy con la empresa que inicié un cuarto de siglo atrás, no podría enfatizar en los mismos valores, porque la concepción de administración de negocios había experimentadoun fuerte cambio, que en algo indefinible, excluía mi carácter. Hay en aquello – pensé, algo que anuncia mi propio derrumbe, el inicio del fin que afecta inexorablemente al emprendimiento humano, como un castillo levantado frente a la playa que, al perder la arena la humedad que le otorga cohesión, se derrumbará, ante la atónita mirada de un niño.
Llego a casa y el agobio de la tarde se extiende hasta la noche. El sueño, pienso, alejará las formas que me acosan, pero me equivoco, duermo poco y recibo la presencia de hostigosos fantasmas. Despierto temprano. A mi lado, su silueta dormida descansa plácida, y yo siento que molesto. La noche no me ha permitido superar la incomodidad, me levanto y salgo a la calle en busca de la esquiva calma.
Amanece y la ciudad reinicia su actividad. A medida que troto, algo dulce, inexplicable, que parece provenir del ambiente, se apodera de mí, y me siento caminar sobre una superficie blanda, como sobrenubes, mientras el tenue ruido de los autos que se asemeja a un lejano murmullo se confunde con el eterno rumor de las aguas.
De pronto, dirigiéndose desde lejos hacia mí, me sorprende la imagen de un joven excedido en peso y que corre agachado, se me parece, y tengo la extraña sensación - como en el cuento de Borges - de que ese “otro”, soy yo corriendo hace muchos años. A medida que se acerca, mi impresión sobre su edad aumenta, ya no es el joven de hace un rato y al estar a solo unos pasos veo que me supera en edad. Al cruzarse conmigo, es ya un hombre viejo, mucho mayor que yo. No me atrevo a hablarle pero siento que el espacio de tiempo de toda mi vida, ha transcurrido en este pequeño tramo de río y de tiempo.
Piadosa, la mañana lanza ráfagas de viento fresco que impulsan mi tranco, rejuvenezco, parezco más joven que ayer, me estremezco ilusionado y corro más de prisa. La energía fluye de mi cuerpo y el marco de insuperable armonía acude salvador. Milagrosamente, las nimiedades que me afligían ayer carecenhoy de sentido, ¡Qué absurda confusión la mía!
El trote, con prístina claridad, indulgente y milagroso me ha sacudido del agobio. Prodiga, la naturaleza talla en mis conjeturas. Se entrometen los árboles, aconsejándome con su indescifrable susurro. Interceden los pájaros, que acuden con sus trinos recordándome la sinfonía de Prokófiev. Inconmovible, el cerro consigna que continuará ahí observando el paso de muchas generaciones de hombres, y el río, invencible, continúa corriendo a mi lado, infatigable, burlándose de las insignificantes preocupaciones que ensombrecen mi vida.
Me invade la ternura, vencido el tormentoso desasosiegode ayer una misericordiosa brisa agita mi alma que se regocija y una voz ronca, de origen desconocido, señalacon un misterio que asusta: ¡Despreocúpate de problemas que ya pronto dejarán de pertenecerte!