Oh I'm just counting

Trote y teletón. Por Jorge Orellana Lavanderos. Ingeniero, escritor y cronista

Dejo atrás el aire oloroso, mezcla de jardines recién regados y de la amarga fragancia de los pinos mecidos por el aliento azul y frío del mar, que nadie que haya nacido y vivido sus primeros años en Viña del Mar, dejaría nunca de reconocer.

Mientras subo y bajo las cuestas del serpenteante camino vertical que une Mantagua y Reñaca, el bello vínculo de María Luisa Bombal con su ciudad, acude a mi memoria. El mar y los jardines arrastran hasta mí sus aromas eternos.
 
Estoy corriendo media maratón en la comarca y la gratamañana fluye plena de armonía, piso el sendero que reconozco porque he recorrido antes y al que vuelto a correr con dos amigos; ella, ha salido rauda, y distingo por largo rato su inconfundible silueta de rojo, hasta que al final se esfuma, atrapada por las formas de la masa que la envuelve; él, un joven amigo argentino que pasa unos días en casa, estoico, rindiéndome un incondicional apoyo en un rito de amistad en el que advierto rasgos de admiración que la lectura de mis letras le ha provocado, alentándome, y respetando eltemplo de silencio en el que me hayo sumido. No voy bien, y él lo sabe, pero ambos llevamos en cada pupila, clavado el arco de la meta y nuestra irrestricta determinación por llegar.
 
Estamos aquí desde el día anterior, nos ha costado llegar pues encontramos la carretera extrañamente saturada debido a la celebración del evento Teletón, una campaña solidaria que apela a nuestra sensibilidad.
 
Después de alimentarnos para la jornada siguiente, acudimos en busca de los números de la competencia y más tarde, temprano aún, junto a mi mujer, me refugio en la habitación, pues al igual que mis amigos debemos despertar a las cinco de la mañana.
 
Al frente, se extiende interminable el vasto mar, y la presencia de las nubes no logra perturbar el infinito recorrido azul del cielo. El sol que lentamente cae hacia el poniente, lanza sus vigorosos rayos sobre el mar, generando una columna brillante que viaja desde el horizonte hasta la terraza sobre el agua en que me encuentro.
 
Los roqueríos que conforman los límites de la playa, cobijan una infinidad de gaviotas y pelícanos que merodean en busca de alimento, picoteando el musgo y los líquenes que crecen entre las rocas. En elegante vuelo, dos pelícanos baten disciplinadamente las alas, y continúan su armónico viaje hasta perderse en el ancho mar que a su vez, se pierde en el horizonte infinitamente distante. Las gaviotas juegan sobre el mar, se posan levemente, y por un tiempo imperceptible descansan en contacto con el agua, e inmediatamente reinician el vuelo; se elevan, se enfrentan a las caprichosas corrientes de aire que las vuelcan, se enderezan hasta estabilizarse, retoman el curso y continúan con su intrascendente juego. Se nutren y consumen energías en una rutina que es también la nuestra.
 
El mar, que encanta a los enamorados, que cautiva al navegante, que subyuga al desquiciado, que inspira al poeta,encubre mil secretos y misterios que las olas confiesan a través de tenues susurros en su encuentro con la arena y que expresan a través de dolorosos gemidos al golpear con fuerza contra las rocas de la costa.
 
Hacia el Norte, sobre el terreno costero que descansa en la bahía, distingo Reñaca y más allá, poblado de edificios, Concón. Hacia el otro lado, el puerto, Valparaíso, coronado por sus innumerables cerros, lugar de reposo de piratas y marinos, refugio de azarosas vidas y fuente de viejas leyendas.
 
Sin darme cuenta, el sol se ha marchado, se ha retirado sin dejar rastros, dejándome las luces de la noche que se desparraman desperdigadas desde los cerros.
 
Valparaíso se enciende, sus cerros opacos durante la soleada tarde se engalanan, iluminados desde abajo hacia la cumbre. Encaramadas hasta la cima de los cerros, las luces parecen continuar su camino hasta volverse estrellas, en un fugaz viaje hasta el cielo. Oscuro, ahora el mar se presenta como una inmensa masa líquida, profunda, sobre el que flota, como suspendido en el aire, un enorme buque carguero, y con esa imagen acudo una vez más al refugio de su encuentro.
 
Mientras corro, con mi amigo a mi lado, la frustración de mi ritmo lento y la energía que deja mi cuerpo, me conducen por amargos pasadizos de decepción, y sobre la voz cada vez más tenue de mi amigo, se interpone, consciente de mi estado, un extraño habitante que desde algún punto de mi cerebro emerge repentinamente, para remecerme con agobiantes cavilaciones, y yo, que intento eludirlo, no puedo expulsarlo, porque siento que siempre habla con la voz de la razón. Sabe, el misterioso personaje, que hay un tema que me abate y ha elegido este momento de vulnerabilidad física, para venir a platicar conmigo sobre el sentido de la Teletón.
 
El viernes en la noche he presenciado el inicio de este evento, y percibí como mis ojos se humedecían, sensibilizados ante la determinación de un joven por superar la inexplicable ignominiade la naturaleza, al haberlo provisto de solo parte de una de sus extremidades inferiores. ¡Qué injusto parecía aquello!¡Qué aterrador resultaba verlo desplazarse! ¡Qué conmovedor era verlo superarse! Y… ¡Qué importante era la labor que estaba cumpliendo enseñando a vivir a muchos niños!
 
Efectivamente, la Teletón ponía el dedo sobre una horrorosa llaga, al presentarnos una de las tantas historias, que agobian por lo injusto, al afectar a seres tan desvalidos e indefensos. Pero?... interviene la voz, ¿Es necesario mostrar esas imágenes para obtener nuestra solidaridad? ¿No exige la dignidad de esas personas un compromiso mayor que la dádiva de un fin de semana? En nuestra escala de prioridades sociales: ¿No deberían estar en primer lugar todos quienes padecen una condición especial que les impide lucir sus numerosas y ocultas habilidades?
 
Me gusta el regocijo que este día produce en la población, hay algo mágico que une a toda la comunidad en torno a un proyecto común - respondo, es una cruzada transversal infrecuente. ¡Todo el país unido por una causa común! Pero?... Vuelve la voz - así debiera ser siempre porque no existe otra forma para superar las injusticias sociales. Además, insisto - se enseña a los niños un concepto de solidaridad y ayuda, que es algo que deben aprender desde chicos.
 
Atronadora – la voz replica, la solidaridad no surge espontánea porque no pertenece a la condición humana, por ello para lograrla debe imponerse a través de normas que surjan desde la razón, porque las situaciones de injusticia que la naturaleza provee pueden atacarnos a todos y no siempre estaremos en condiciones de atenderlas, que es lo que en definitiva hay que garantizar. Fíjate – continúa que este evento atiende solo parcialmente el problema de algunas personas, pero hay muchos que no son atendidos, y eso… ¡Es inadmisible! Pues, ¡A ningún niño debe faltarle esa atención! – concluye amedrentador.
 
Guardo un silencio pleno de perplejidad y me escudo en una mirada hacia mi amigo, que acoge mi llamado y me distrae. ¡Qué maravilla el océano! – me dice, maniobrando su filmadora con la que va tomando fotos y notas de nuestro recorrido. ¡Aquellas dunas me recuerdan un sector en Mar del Plata! – y continúa extasiado de la experiencia que está viviendo. Se queda atrás filmando a los que vienen y el extraño se aprovecha para volver a la carga: ¿Qué opinión tienes de las empresas que participan de la campaña? Bueno, en realidad, me parece que cumplen una función altruista – replico, pero aquello provoca una estruendosa carcajada de su parte. Te equivocas, me dice, las empresas, como es lógico, buscan mejorar sus utilidades y compensan con aumentos en las ventas y rentabilidades los aportes que terminan haciendo.
 
Este cargante me quiere despedazar, pienso y lo encaro ufano, ¿Pero hay muchas personas que trabajan por un día en forma desinteresada?  - Parece que la falta de oxígeno por el esfuerzo te está quitando lucidez – contesta insolente. Nadie participa en forma desinteresada, algunos, asisten obligados por trabajar en las empresas adscritas a la noble causa y otros lo hacen porque quieren proyectar su imagen.
 
¡Ya basta!  - Replico autoritario, y me sacudo de un suácate al impertinente que se ha vuelto insoportable, y que cohibido, se retrae hasta recluirse al interior de mi cerebro en algún oscuro intersticio.
 
Acelero, vamos en el kilómetro 19 y mi amigo se entusiasma con el nuevo ritmo, pero duro poco, solo aguanto un kilómetro, y en 20 vuelvo a bajar el paso hasta la meta, en la que nuestra amiga nos espera en el podio que distingue a los ganadores.
Junto a mi mujer y mis amigos, volvemos. Atrás queda el aroma del océano, la inconfundible presencia de los pinos y el oloroso aliento que flota en los jardines de Viña del Mar, pero por sobre todo esta extraña mezcla de luz y sombra que nos aqueja vigorosas frente a ciertas materias éticas.