Por Guillermo Arellano
Desde que era tenista junior que Marcelo Ríos mostró rasgos de personalidad atípicos y distintos a lo políticamente correcto. Nunca le gustó la prensa, aunque admitía que las periodistas le atraían mucho físicamente. Por otro lado, siendo niño se enfrentó a Hans Gildemeister, crédito nacional del deporte blanco durante años, al que incluso acusó de influenciarlo para dejarse perder un set en un partido amistoso con tal de dejar contentos a los auspiciadores.
Sume: fue a La Moneda sin corbata cuando llegó al número uno del ranking ATP, su rendimiento nunca fue de los mejores en los partidos de Copa Davis, se negó a llevar la bandera chilena en las olimpiadas de Sidney 2000 porque sus padres no consiguieron tickets para la ceremonia inaugural, atropelló al que era su preparador físico Manuel Astorga, orinó a una persona en un conocido restorán capitalino y en un confuso incidente la entonces modelo María Eugenia Larraín mostró las lesiones que sufrió en Costa Rica cuando fue su pareja.
La lista podría seguir, pero para qué. Hoy Ríos es crucificado por los insultos que le lanzó a un grupo de reporteros en la antesala del match ante Ecuador, lo que tampoco sirve de mucho. Él no va a cambiar y el cada vez más vilipendiado periodismo tampoco.
De todas formas, la comparación con Maradona que usó antes de decir lo que dijo tiene un cierto asidero en tal vez una cosa. Ambos, más allá de las diferencias sociales y de recursos que tuvieron en sus inicios en el deporte, representan algo que pocos pueden atribuirse: le dieron alegrías al pueblo. Además, demostraron que la plata, en abundancia o escasez y proviniendo de Vitacura o Villa Fiorito, no condiciona la conducta y menos el ideal de persona “normal” y adaptada a lo convencional.
Como todos sabemos, “El Diego” terminó sumido en la droga y en el alcohol y apoyando causas políticas que son cuestionadas en gran parte del mundo, léase el chavismo, el castrismo y todo lo que se parezca. El “Chino”, a su vez, duró poco en el pináculo de la fama por culpa de la poca disciplina que caracterizó su carrera y se ganó la enemistad de la izquierda por apoyar a Piñera en la pasada segunda vuelta presidencial, con fuertes comentarios en contra de Guillier incluidos.
Con esto no se trata de entender, justificar, defender o perdonar a Ríos. Lo que pasa es que el debate tiene varias aristas. Una es de chaqueterismo puro y duro respecto a alguien que ya fue campeón del mundo, o sea es el pasado, y que hoy supuestamente no es nadie, claro, porque no juega. Pregunta: ¿qué otro tenista llegó después al primer lugar? Ninguno, lo que para nada ningunea la hazaña de Massú y González en Atenas 2004. Al revés, sin Ríos no hubieran existido Massú y González.
Segundo, aparece el clásico resentimiento social. Por qué él que tiene plata puede hacer lo que quiere sin que nadie pueda pararlo. Si es por eso, el alegato tendría sentido para todos los políticos corruptos y empresarios frescolines, por lado y lado, que se han salvado de los tentáculos de la justicia.
Tercero. Solo editores con dos dedos de frente mandan a periodistas calados y con carácter si el entrevistado es el Chino Ríos. No a practicantes o inexpertos. De nada sirven las columnas y los comentarios que pontifican sobre el bien y el mal y los garabatos y el daño que le provoca a la sociedad. Agotan.
La crisis del periodismo es tal que entre los autorreferentes que se creen más importantes que los candidatos presidenciales, que aburren, y la precariedad formativa e intelectual que muestran los que cubren deportes, que es penoso, no hacemos uno. Es la verdad. Y eso genera que a este gremio nadie le tenga el más mínimo respeto.
Hasta Mauricio Pinilla, que una vez se burló de lo poco que ganan los profesionales de la prensa, agarró para la chacota a quienes fueron a hacerle preguntas tras la práctica de la “U”. “No se preocupen cabros, acá no les vamos a pedir nada extraño”, les dijo. Delirante.
¿Qué nos deja todo esto? Ríos sabe que sus insultos estuvieron mal, lo que admitió en entrevista con Martín Cárcamo, pero también está pésimo tratar de hacer leña de un árbol que ni siquiera está caído y que, peor aún para sus críticos, es madera de campeones y fuente de reconocimiento para todo un país.
Por lo mismo, cuando alguno de ustedes logre algo útil para su comunidad, ahí recién siéntanse con el derecho a hablar. Mientras tanto, jueguen al juego de la envidia, el rencor y lo políticamente correcto con el celular en la mano. A ver cómo les va.