Los organismos internacionales, las agencias de las Naciones Unidas, los demógrafos y las organizaciones sociales del mundo, los sabios y los gobernantes, el Papa y sus obispos, no saben si festejarlo o agarrarse la cabeza.
Lo cierto es que este martes 15, la Tierra tendrá, oficial y simbólicamente, la cifra de 8.000 millones de habitantes. Sin entrar en detalles, el UNFPA, Fondo de Población de la ONU, dijo que la noticia es un hito capital para la humanidad e implica que haya una mayor esperanza de vida y menor mortalidad infantil y materna a escala global. Pero «me doy cuenta, sin embargo, de que no todos lo celebran, algunos están preocupados por la superpoblación y que con demasiadas personas los recursos sean insuficientes», admitió la directora del UNFPA, Natalia Kanem.
El anuncio de la ONU no cambia la realidad. Que el mundo albergue a los que alberga, que si son muchos o suficientes, da lo mismo de la semana pasada a la próxima, mientras no cambien las relaciones económicas y poblacionales. Mientras el alza poblacional se reparta en voraces mega ciudades consumidoras de recursos y excretoras de residuos y un medio rural productor de alimentos y empobrecido.
Sirve sí para saber que la tasa de crecimiento entró en un parate, y que con un envejecimiento sostenido la esperanza de rejuvenecimiento se pone en África, el único continente que no tiene estancada la natalidad pero donde la pobreza y el hambre son devastadores. Por el momento, en lo inmediato, lo más relevante es que el año que viene India habrá superado a China en cuanto al número de habitantes.
«La cuestión, hoy, no pasa por si somos demasiados, sino porque requerimos muchos más recursos biológicos (bosques, peces, tierras) de lo que el planeta puede generar, y tenemos un excesivo consumo de energías fósiles, productoras de las emisiones de dióxido de carbono que provocan el calentamiento global», reaccionó ante la noticia la sala de académicos de la estadounidense Rockefeller University. Según el Fondo Mundial para la Naturaleza, se necesitarían 1,75 planetas para sostener a la población mundial.
«A menudo somos estúpidos, nos falta visión, somos glotones. Es ahí donde radica el problema, y no en la cantidad de seres humanos. Categóricamente, la humanidad no es una plaga, esa podría ser una definición propia del nazismo», señaló uno de los voceros de la universidad de Nueva York.
El Woodrow Wilson International Center de Washington también fue concluyente: «Es muy cómodo culpar a la superpoblación por la escasez de recursos y el calentamiento global y no al comportamiento de los países ricos. Aunque se producen alimentos suficientes para los 8 mil millones que poblamos la tierra, hoy mismo hay 800 millones, uno de cada diez, que sufren hambre y desnutrición crónica. Del sur pobre, no del norte desarrollado».
Fue durante los ’60 del siglo pasado cuando el mundo experimentó el mayor grado de crecimiento. En esa década aumentaba a una tasa del 2,2%, pero actualmente ese índice se sitúa por debajo del 1,1%.
Estos 8 mil millones de personas de hoy y las que vendrán –la agencia de población de las ONU estima que se podría alcanzar a 8500 en 2030, 9700 en 2050 y llegar a un pico de 10.400 en 2080– suponen retos sociales y ambientales inéditos. Estos últimos comportan resolver cómo gestionar los recursos sin destruir el entorno. En esta etapa, que los expertos llaman de «transición demográfica», dos tercios de la población mundial tienen una fecundidad por debajo de dos hijos.
Sobre los retos sociales los poderes fácticos deberían trabajar para que «entre los que somos y los que vengan cada vez sean menos los que estén en estado de vulnerabilidad, que estén escolarizados, que se les asegure buenos servicios de salud y garantice buena prestación de seguridad social para los mayores, dado que la población está cada vez más envejecida», dijo el Banco Mundial contra lo que han sido las políticas impuestas a sus deudores, en especial a partir de las dos últimas décadas del siglo XX.
Los demógrafos creen que una parte del planeta ya atravesó esa fase de transición y está teniendo crecimiento negativo (más muertes que nacimientos). Ese es el caso probado de España y de Uruguay. Ante esta realidad, el problema del futuro es el del envejecimiento poblacional.
Unos y otros, organismos e investigadores, parecen haberse complotado para mutilar sus áreas de razonamiento. No hacen alusión, por ejemplo, a un fenómeno clave del contexto: las remesas que, en algunos casos, llegan para mantener a flote a las economías de los países expulsores de pobres.
Por caso, en el primer semestre de este año los giros de los emigrantes, protagonistas de buena parte de los movimientos poblacionales, alcanzaron en América Latina y el Caribe un récord de U$S 68.000 millones de. Según datos del Banco Interamericano de Desarrollo y el BM el crecimiento de las remesas muestra la dependencia de cada vez mayor de familias del trabajo de sus parientes en el extranjero, y no del crecimiento de las economías nacionales.
En 2021 las remesas que más crecieron fueron las llegadas a Argentina y Brasil, 32% y 16% respectivamente, además de Nicaragua, donde el aumento se situó en el 39%. Este incremento, que por sí solo habla de la crítica situación de los países receptores de dinero por ser expulsores de personas, se asemeja al experimentado por las áreas más postergadas: sur de Asia, Medio Oriente, norte de África, África subsahariana, Europa oriental y Asia central.
El Banco Mundial estima que el flujo de remesas orientado a los países de ingresos bajos y medios aumentará este año el 4,2%. Ya habían crecido en 8,6% el año pasado.
Investigadores de la Universidad Autónoma de Barcelona y la madrileña Universidad Carlos III proyectan que en materia poblacional el mundo llegue a su techo en 2080-90, cuando se habrán sumado 2400 millones de habitantes, una cifra similar a la alcanzada en el último cuarto de siglo. «Es que hace muchas décadas que crecemos más lento y si hemos ganado población es porque vivimos más años», destacó un informe de la Carlos III.
Datos de distintas agencias de la ONU señalan que los mayores de 65 años aumentarán del 10% de hoy al 16% en 2050 con lo que duplicarían la cifra de menores de cinco años y pondrán en crisis al sistema de la seguridad social, porque cuando haya menos jóvenes que trabajan, menores serán los aportes a los organismos previsionales que pagan las jubilaciones y las pensiones.