“Cumplí la misión de conducir al aprismo al poder en dos ocasiones e impulsamos nuevamente su fuerza social, creo que esa fue la misión de mi existencia”: así inicia la última carta de Alan García dejó a sus hijos, antes de dispararse en la cabeza en momentos en que la Policía Nacional de Perú entró a su casa para detenerlo por orden de la justicia peruana, en el marco del caso Odebrecht.
La misiva fue leída por su hija Luciana García, ante los militantes y seguidores del ex presidente, en la sede del Apra conocida como la Casa del Pueblo, antes de que los restos de su padre fueran trasladados hacia el camposanto.
“Por los contratiempos del poder, nuestros adversarios optaron por la estrategia de criminalizarme durante más de treinta años. Pero jamás encontraron nada y los derroté nuevamente, porque nunca encontrarán nada más que sus especulaciones y frustraciones”, señala la carta en relación a las investigaciones en su contra por corrupción.
En ese sentido, defendió su inocencia: “no hubo ni habrá cuentas, ni soborno, ni riqueza, la historia tiene más valor que cualquier riqueza material” y aseguró que no aceptaría ser retenido como lo han hecho otros políticos involucrados en casos que investiga en casos relacionados con la constructora brasileña: “No tengo por qué aceptar vejámenes, he visto a otros desfilar esposados, guardando su miserable existencia”.
“Les dejo a mis hijos la dignidad de mis decisiones; a mis compañeros, una señal de orgullo. Y mi cadáver como una muestra de mi desprecio a mis adversarios porque ya cumplí la misión que me impuse”, concluye el escrito.