El papa Francisco afirmó que "sólo una Iglesia libre es una Iglesia creíble" e hizo un llamamiento para que toda la gente se desprenda de sus miedos, resignaciones e hipocresía, durante la misa que ofició por la festividad de los santos Pedro y Pablo en la Basílica de San Pedro del Vaticano.
"Como Pedro, estamos llamados a liberarnos de la sensación de derrota ante nuestra pesca, a veces infructuosa; a liberarnos del miedo que nos inmoviliza y nos hace temerosos, encerrándonos en nuestras seguridades y quitándonos la valentía de la profecía", dijo el papa, durante la homilía.
"Como Pablo, estamos llamados a ser libres de las hipocresías de la exterioridad, a ser libres de la tentación de imponernos con la fuerza del mundo en lugar de hacerlo con la debilidad que da cabida a Dios, libres de una observancia religiosa que nos vuelve rígidos e inflexibles, libres de vínculos ambiguos con el poder y del miedo a ser incomprendidos y atacados", añadió.
Jorge Bergoglio indicó que una Iglesia liberada "puede ofrecer al mundo la liberación que no puede darse a sí mismo: liberación del pecado, de la muerte, de la resignación, del sentimiento de injusticia, de la pérdida de esperanza, que envilece la vida de las mujeres y los hombres".
Y se preguntó: "¿Cuánta necesidad de liberación tienen nuestras ciudades, nuestras sociedades, nuestro mundo? ¡Cuántas cadenas hay que romper y cuántas puertas con barrotes hay que abrir! Podemos ser colaboradores de esta liberación, pero sólo si antes nos dejamos liberar".
Finalmente, Francisco quiso agradecer la presencia de una delegación del Patriarcado Ecuménico y dijo que es un "precioso signo de unidad en el camino de liberación de las distancias que dividen escandalosamente a los creyentes en Cristo".
Francisco también bendijo los palios, unas estolas de lana que serán impuestas en sus respectivas sedes a los nuevos arzobispos metropolitanos.
Se trata de una cinta blanca con seis cruces de seda negra bordadas que pende de los hombros sobre el pecho y que se realiza a partir de la lana de los corderos bendecidos con motivo de la festividad de Santa Inés, el 21 de enero.
Al principio era un signo litúrgico exclusivo de los papas, aunque más tarde éstos se lo concedieron a los obispos que habían recibido una especial jurisdicción por parte de Roma.