A veces, el símbolo de un país no está en los discursos, ni en las ceremonias, ni en los protocolos que tanto cuidamos, sino en los silencios. En lo que callamos. En lo que preferimos ignorar.
La muerte de Hugo Morales, el gásfiter que falleció en el subterráneo de La Moneda tras una jornada laboral de 18 horas, es uno de esos silencios atronadores que nos golpean como sociedad. Y no por lo inesperado del hecho, sino por lo que revela: la absoluta desprotección del trabajador más invisible, incluso en el corazón mismo del poder del Estado, al punto que aún su familia continua buscando respuestas sobre esa trágica jornada laboral, que término con Hugo Morales infartado y fallecido en un subterráneo del palacio presidencial y donde la ambulancia que lo fue a socorrer no pudo ingresar.
¿Cómo puede ser que en pleno siglo XXI, en el edificio presidencial de una República que se dice moderna, un hombre trabaje más de medio día seguido en un espacio de 4x6 metros, sin ventanas, sin ventilación, ignorando —como denunció la Mutual de Seguridad— recomendaciones explícitas por su salud? ¿Cómo es posible que, luego de su muerte por infarto, no haya aún respuestas claras ni responsabilidades institucionales, y que sea su familia la que, nueve meses después, deba acudir en reserva a la Contraloría a exigir verdad, enterándose recién ahí que el sumario respectivo instruido por la Presidencia ha sido rechazado y devuelto con observaciones graves?
Este no es solo un caso laboral. Es un síntoma brutal del abandono al que están expuestos quienes no tienen rango, ni cargo, ni contrato indefinido, pero que sostienen con su esfuerzo las estructuras que todos habitan. Es también un reflejo de la burocracia defensiva, esa que ante la tragedia opta por los sumarios estériles, los tecnicismos administrativos, los silencios prolongados.
Y es, sobre todo, una bofetada a la dignidad del trabajo, ese que muchos dicen defender y pretender poner en el centro de su acción de gobierno.
Chile no puede aspirar al desarrollo si normaliza que un trabajador muera en las entrañas del palacio donde se toman las decisiones más relevantes de la nación, sin que nadie lo note hasta que su cuerpo ya está frío. No puede haber progreso si la justicia social termina en la alfombra roja del protocolo, y no alcanza a tocar el suelo donde laboran los técnicos, los gasfíteres, los auxiliares.
El caso de Hugo Morales no debería ser una nota más de reportaje periodístico de fin de semana. Debería estremecernos como país. Debería llevarnos a revisar de inmediato los protocolos laborales en todos los organismos públicos. Debería generar una disculpa pública y una reparación efectiva para su familia. Porque en La Moneda no sólo se representa a Chile: también se le debe encarnar con humanidad, respeto y responsabilidad.
Porque, cuando un trabajador muere abandonado en el centro del poder, no es solo su vida la que se apaga: es, también, la credibilidad de un Estado que se dice garante de derechos, pero que parece no ver ni proteger a quienes están justo bajo sus pies. Para ellos no hay banderas a media asta, ni duelo nacional, menos aún placas conmemorativas de la tragedia. Esperemos, al menos, exista verdad y reparación, que con la preocupación e involucramiento directo de la Contralora Dorothy Pérez creemos será posible de alcanzar.