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Homicidio de Frei Montalva: el montaje de la “negligencia médica”. Por Antonia Larraín

El homicidio del ex presidente Eduardo Frei Montalva probablemente será negado y cuestionado por una parte de la sociedad chilena hasta el fin, independiente de la fuerza de las evidencias que se presenten respecto de cómo se urdió y quiénes participaron de esa operación criminal. Para insistir en ese rechazo ha sido necesario enlodar también la historia de mi familia y la imagen profesional de mi padre, el doctor Augusto Larrain Orrego, quien fuera responsabilizado cruelmente de la muerte de Frei Montalva por sus colegas (nunca por su familia) y señalado por años, una y otra vez, como el médico que mató a Frei, costándole una carrera profesional de casi 30 años. Una vida.

La activa participación del mundo médico en el homicidio de Frei Montalva ha sido clave para entender la fuerza con que una parte tan importante de la sociedad se aferra dogmáticamente a la idea de que el ex presidente no fue asesinado, sino que sucumbió a la “negligencia médica” de mi padre. Se necesitaron no solo médicos dispuestos a participar en diverso grado en el homicidio y de su encubrimiento: cuatro de los seis condenados por el juez Alejandro Madrid son médicos. Se necesitaron también, y aun se necesitan, muchos otros y otras dispuestos a repetir, diseminar e instalar la versión de “negligencia médica” como una verdad irrefutable. ¿Quién se atrevería a discutirle a un médico? Son médicos quienes han resguardado -y aún lo hacen- la versión que permitió que el crimen quedara impune todos estos años, lo que queda muy claro en la amplia investigación plasmada en las 811 páginas del fallo del ministro Alejandro Madrid.

Esa versión sostiene que la muerte del ex presidente Eduardo Frei Montalva fue producto de una “negligencia médica” del cirujano que realizó la primera intervención de hernia al hiato: el doctor Augusto Larrain, mi padre. A consecuencia de esta “negligencia” –“una sutura mal realizada”- se habría producido una infección postoperatoria, con una consecuente necrosis del intestino delgado que requirió de una difícil segunda operación de resección del intestino (cortar y volver a unir), con riesgo infeccioso. Esta segunda operación estuvo a cargo del doctor Patricio Silva Garín, entonces coronel de Ejército, quien se desempeñaba en el Hospital Militar y que en la misma época del homicidio de Frei Montalva estaba en comisión extra institucional del servicio, dependiendo directamente del general Augusto Pinochet. El doctor Silva Garín se habría hecho cargo de esa segunda operación, porque el doctor Larraín no habría estado en el postoperatorio en Santiago.

Ahora bien, ¿hay evidencia o información en el fallo que permita sostener esta versión de “negligencia médica”?

Como lo señalan diversos doctores en la investigación (págs. 26, 33, 136), y a diferencia de lo que sospechosamente señala el doctor Patricio Rojas (ex ministro del Interior y de Defensa, cuñado y el amigo más íntimo de Silva Garín, ver págs. 287 y 288), la operación de hernia al hiato y especialmente la técnica que usaba mi padre, era de bajo riesgo (pág. 98): habiendo operado más de 800 casos solo un paciente (0,13%) había muerto (pág. 34). Más importante aún, a juicio de todos quienes estuvieron presentes en la primera operación a cargo del doctor Augusto Larraín -y han declarado en el proceso (incluido el doctor Silva)- y de peritajes posteriores, la primera operación fue perfecta y correctamente realizada (ver págs. 26, 49, 70, 71, 103, 588). Nadie sostiene haber observado problemas con la sutura.

Ahora bien, incluso operaciones correctamente realizadas pueden traer complicaciones. ¿Cuál fue en concreto la complicación de esta intervención? Según el doctor Eduardo Wainstein, jefe de Cirugía del Hospital Militar de la época y quien ofició como ayudante del doctor Patricio Silva en la segunda operación: “se hizo la incisión en la misma parte donde se había operado por la hernia hiatal, no observó nada fuera de lo común, no había signos de infección y el intestino si estaba en malas condiciones de irrigación, aunque no necrosado” (pág. 48). Observó una inflamación del mesenterio que estaba causando una obstrucción intestinal simple (lo que coincide con los exámenes realizados (pág. 510). Importante recordar que la inflamación del mesenterio no es una complicación usual a una operación abdominal (pág. 35) y es coherente, tanto su aparición como latencia, con el envenenamiento en bajas dosis con una combinación de Talio y Gas Mostaza (pág. 272).

Si eso es lo que se lee en los testimonios judiciales, ¿por qué se insiste en que hubo infección producto de la sutura del doctor Augusto Larraín? Aunque el doctor Patricio Silva no estuvo en el momento de la sutura durante la primera operación, es el único que en toda la investigación refiere a que probablemente lo que pasó fue que con el último punto de la sutura se pasó a llevar un asa del intestino delgado (lo que es anatómica y quirúrgicamente poco probable, dada la experticia del cirujano que hace la intervención (págs. 27 y 98). Llama la atención que sea esta explicación, la elaborada por el principal acusado en el homicidio de Frei Montalva y sin evidencia directa ni apoyo del segundo cirujano a cargo de la segunda operación, la que se repite año tras año en las escuelas de Medicina. Esto quiere decir que el doctor Patricio Silva ha logrado difundirla de tal manera que toda nueva generación de cirujanos se ha formado con el total convencimiento de que eso fue lo que pasó y dispuesto a defenderlo, aun cuando no tenga ningún asidero en la realidad.

Otro hecho médico importante es que, sin necrosis, a juicio de los peritajes realizados (pág. 507), no se justificaba una resección. Los únicos testimonios presenciales que refieren a infección y necrosis son los del anestesista Pedro Cubillos, involucrado en otros casos de asesinatos de los organismos de seguridad de la dictadura (pág. 540), idéntica situación del acusado doctor Pedro Valdivia, quien trabajaba en la época simultáneamente en la Clínica Santa María y en la Clínica London de la CNI.

Más aún, sorprende que el doctor Silva Garín, antes de la segunda operación, anticipara que podría tratarse de una situación de vida o muerte (pág. 640), pero no informó de ello a la familia (pág. 453) ni al doctor Alejandro Goic (Premio Nacional de Medicina y profesor emérito de la Universidad de Chile, pág. 28) internista a cargo de la salud del ex presidente, a quien la resección tomó de sorpresa y con mucha preocupación. De hecho, como consta en el fallo, la obstrucción intestinal pudo ser manejada con técnicas no quirúrgicas con mínimo riesgo disponibles en la época y que se realizaban en la misma clínica (pág. 156).

Los riesgos de una resección el doctor Patricio Silva Garín los conocía muy bien. Ocho años antes de la operación a Frei Montalva y producto de una infección derivada de una resección estomacal realizada por el mismo doctor Silva, ante diagnóstico de úlcera gástrica, falleció en el Hospital Militar otro de sus pacientes ilustres: el general Augusto Lutz, en ese momento el principal detractor del general Manuel Contreras, jefe de la DINA (pág. 240), lo que le significó ser enviado a Punta Arenas en julio de 1974, lejos del poder, antes de fallecer en noviembre de 1974.

Si hubo una complicación, ¿por qué no fue mi padre quien se hizo cargo de la segunda operación a Frei Montalva? Consta en los testimonios de Carmen Frei (págs. 144 y 369), que luego de la primera intervención el doctor Patricio Silva convenció a la familia de que la operación del doctor Augusto Larraín había sido “sucia” (págs. 369 y 452), lo que contradice su propia declaración respecto a esa intervención (pág. 640).

El doctor Patricio Silva Garín se preocupó de sembrar un clima de desconfianza hablando muy mal de las competencias profesionales del doctor Augusto Larraín, de manera que logró quedar a cargo del paciente. No era la primera vez que tenía esa actitud respecto de otro médico que competía con él en la atención de un paciente ilustre: en la situación médica que afectó al general Lutz se observa un mismo modus operandi respecto del primer cirujano: el doctor Cerda (pág. 76).

En el fallo consta, además, que si bien el doctor Silva Garín insistió en que el doctor Augusto Larraín no pudo ser ubicado pues se había ido fuera de Santiago, Larraín lo visitó en el postoperatorio (págs. 265 y 442) hasta una semana después del alta médica (pág. 467), y habló por teléfono con el doctor Alejandro Goic hasta que Frei Montalva volvió a la clínica el mismo día que supo que sería intervenido nuevamente (págs. 635 y 660).

En consecuencia, la versión de que el ex presidente Eduardo Frei Montalva murió producto de una “negligencia médica” del doctor Augusto Larrain, no encuentra fundamento en la investigación realizada durante 17 años por el ministro Alejandro Madrid.

Y lo que es muy evidente, es que la versión extendida respecto de esta supuesta “negligencia médica” -que repiten y defienden dogmáticamente cirujanos y otros médicos del medio nacional- proviene de la versión de los hechos que ha difundido el principal acusado del homicidio de Frei Montalva, el doctor Patricio Silva, quien ni siquiera presenció el momento en que, según él, se habría producido el problema con la sutura. El doctor Silva Garín logra levantar una versión paralela de los hechos (problemas con la sutura, infección, abandono en postoperatorio) que se contradice con los testimonios y exámenes médicos, pero que aun así logra convencer a muchos de sus colegas, incluido el yerno del expresidente, el doctor Juan Pablo Beca.

Si Patricio Silva Garín fuera inocente, como muchos han sugerido con escalofríos, ¿por qué se ocupó con tanto esmero en marginar al doctor Augusto Larrain, mi padre, e inventar una justificación para quedar a cargo? ¿Por qué inventa problemas en la primera operación que nunca existieron?

Como hija del doctor Augusto Larraín no pretendo hacer una defensa ciega de mi padre. No creo que los hijos estemos en posición de dar fe de las competencias profesionales de nuestros padres, ni de su honorabilidad. Pero quiero hacer un llamado a la racionalidad científica. Por una parte, y como dice mi padre, es simple estadística. La probabilidad de que el ex presidente Frei haya muerto de una complicación natural de la primera operación como la observada, que haya tenido además otra complicación poco probable en la segunda operación, y que hayan sucedido las innumerables situaciones extrañas que se sucedieron y que constan en las fichas médicas, incluida el procedimiento post mortem a cargo de los profesionales de la Pontificia Universidad Católica, es muchísimo menor a que haya sucumbido a manos de Pinochet. Por otra parte, lo que corresponde ante un fallo histórico de esta naturaleza es que se hable en base a evidencias, no en base a lo que se dice que sucedió.

Después de leer el fallo en detalle, y de asistir a las innumerables defensas realizadas en medios nacionales por médicos de distinto rango (desde el rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile hasta el ex presidente del Departamento de Ética del Colegio Médico de Chile), me asalta una preocupación por la formación en Medicina de nuestro país. Más que la capacidad de pensar científicamente en base a evidencias, incluyendo pensamiento probabilístico, muchos médicos de nuestro país se forman para obedecer y confiar en sus superiores. No sienten la necesidad de buscar evidencias (por ejemplo, leer el fallo) ni de dar opiniones fundadas en investigaciones, y son capaces hasta de enseñar mentiras con tal de no demostrar que pudieron estar equivocados o involucrados en crímenes de lesa humanidad.

En este momento histórico y para avanzar hacia la elusiva pero necesaria justicia y verdad, el país requiere de médicos dispuestos a leer, estudiar y construir una opinión autónoma respecto a un fallo que los interpela directa y siniestramente. El país requiere que, tal como la industria aeronáutica analiza la caída de los aviones para no repetir las fallas, la próxima vez que se analice la muerte de Frrei Montalva en las escuelas de Medicina, se analice desde una perspectiva ética la responsabilidad que le cabe no solo al doctor Silva Garín, sino a todos quienes por generaciones han contribuido a encubrir el crimen del ex presidente, y a arruinar la carrera de un colega gratuitamente, repitiendo versiones de los hechos que alguien dijo pero que nadie probó.

Me parece que después de la investigación judicial de 811 páginas como la que tenemos a disposición, quienes sigan defendiendo pública y privadamente la versión de la “negligencia médica” de mi padre, deben tener muy claro que, haciéndolo, contribuyen al encubrimiento de un magnicidio y, por tanto, comparten su responsabilidad. Quienes sigan defendiendo la inocencia del doctor Patricio Silva Garín basado en su honorabilidad, en el hecho que salvó esta o aquella vida, o en su conocimiento personal, debieran responder a las siguientes interrogantes aún sin respuesta: ¿por qué elaboró alevosamente una versión sofisticada y persuasiva de “negligencia médica”? ¿Por qué inculpó de tal manera a mi padre, sin evidencia alguna, destrozándole su carrera y su vida?

Columna publicada en Ciper Chile