Oh I'm just counting

Rompe el silencio mujer que denunció ser víctima de abusos sexuales por parte del sacerdote Renato Poblete

En una extensa entrevista, la mujer aseguró que demoró tantos años en efectuar la denuncia, porque no había asumido la magnitud de los abusos de que habría sido víctima. 

Habla por primera vez la mujer que denunció por abusos al sacerdote Renato Poblete. Al dar a conocer su identidad y los fundamentos de la grave acusación, sobre todo de una persona que no vive en la actualidad, asegura que "Me anima buscar verdad y justicia, soy parte de la Iglesia y responsable por ella también".

Se trata de la profesora universitaria que denunció por presuntos abusos sexuales al sacerdote Renato Poblete, fallecido en 2010. "Una se transforma en un esclavo de la voluntad del otro", asegura. 

"Soy Marcela Aranda Escobar, ingeniero mecánico y teóloga. Soy profesora de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile, hago clases de teología y también en el programa de Pedagogía en Religión Católica de la UC. Soy mamá de una hija que quiero mucho y, además, vivo con mi padre ya anciano. Me siento sobreviviendo con gran esfuerzo, mucha ayuda especializada y el cariño de mis amigos por abusos horrorosos". Son las primeras palabras que da a conocer en una entrevista con El Mercurio, acompañada por su abogado Juan Pablo Hermosilla.

La Compañía de Jesús dio inicio de una investigación canónica preliminar a cargo del abogado laico, Waldo Bown, por hechos que se refieren a "delitos y situaciones abusivas entre 1985 y 1993, de carácter grave en el ámbito sexual, de poder y de conciencia". La mujer, hoy de 53 años de edad, habría tenido 19 o 20 años a la fecha de los presuntos abusos.

Asume que la denuncia puede ser considerada tardía, pero lo justifica, porque "Las víctimas hacemos un proceso muy doloroso y de muchos años, 20, 30, 50, entre el abuso y el momento que, por fin, logramos poner en palabras el horror que sufrimos. Lo mío, me ha dicho la sicóloga, ha sido una disociación, para sobrevivir, olvidé completamente el período en que fui terriblemente abusada. Mis amigos me dicen que nunca hablé de ese período de mi vida. Inconscientemente borré todo recuerdo, como si esos años nunca hubieran existido, fue una disociación, no una pérdida de memoria".

Los hechos, según la denunciante, pasaron por muchos años de olvido: "Eran como años que no hubieran existido. Pero, en realidad, esos hechos estaban allí y aparecían de muchas otras maneras: fuertes bajones, jaquecas, cambios bruscos de ánimo. Y todo eso me hacía sufrir mucho, porque además no sabía por qué era".

Aranda, asegura que los hechos destruyeron también su vida afectiva. "Destruyó mi vida afectiva hasta el día de hoy. Nunca pude armar una relación con nadie. Mi capacidad de entablar relaciones personales, de sentir cariño y de sentirse querido quedó totalmente destruida. Edifiqué un muro para defenderme del mundo exterior, pero no solo quedó lo malo fuera, también lo bueno", aseguró.

Los hechos:

"Yo tenía unos 19 o 20 años. Debe haber sido 1984, durante mis primeros años de universidad como estudiante de Física. En esa época tenía mucha inquietud de ayuda social y me acerqué al Hogar de Cristo para ser voluntaria, entusiasta, idealista, me movía mucho el pensamiento del Padre Hurtado (...) Estudiaba Física, pero durante el proceso de discernimiento decidí cambiarme a Teología. Cuando logré salir huyendo de esta experiencia de abuso, salí arrancando de Teología también, y no alcancé a dar mi examen de grado. Comencé a estudiar Ingeniería y me metí en ese mundo; trabajé como ingeniero y el 2006 volví a terminar mi carrera de Teología. Me hizo sentido, porque era un proceso que había quedado abierto, lo hicimos, y después me surgió la idea de seguir el magíster en 2007; no me fue fácil, pero lo conseguí, y el 2013 entré como profesora a la facultad".

"Me aboqué con todo el entusiasmo juvenil a ayudar en el Hogar de Cristo y me surgió este llamado a discernir una posible vocación religiosa. Es normal como católico que en algún momento uno se pregunte: ¿qué quiere Dios de mí? Me recomendaron tener un director espiritual para acompañar ese proceso y me hablaron del capellán Renato Poblete Barth. Me sentí muy honrada cuando aceptó recibirme, era una persona muy conocida. Fui muy confiada a ese primer encuentro, recuerdo que me dio un gran abrazo y me pidió que le relatara mi vida. En algún momento me dijo: 'De ahora en adelante, yo seré tu padre y te daré todo el cariño que necesitas'. Fue muy emocionante y me dejó completamente abierta a lo que vino después. Nunca pensé que un deseo y una búsqueda tan noble terminaría en un abuso tan horrible", dice la denunciante.

Se niega a relatar los hechos en detalle: "No voy a hablar de eso, por ahora. Hasta que no dé mi declaración al investigador que ha designado la Compañía de Jesús, no quiero referirme a los abusos que viví ('La denuncia fue presentada a través de la Comisión de Escucha encargada por monseñor Charles Scicluna y se refiere a delitos y situaciones abusivas entre 1985 y 1993 de carácter grave en el ámbito sexual, de poder y de conciencia')".

"El abusador es una persona muy astuta, con un manejo impresionante de la sicología humana, pero para la maldad. Tienen la capacidad de percibir dónde está tu fragilidad, por ahí entran y uno no tiene herramientas para defenderse del abuso", afirma, reconociendo que fueron tiempos de vulnerabilidad: "Tenía relaciones complejas con mi familia, no quisiera entrar en mayores detalles, por respeto a ellos, pero había situaciones complicadas en el hogar que me tenían vulnerable frente a la figura paterna, sobre todo. A medida que van transcurriendo los hechos de abuso, uno va quedando completamente atrapado, comienza a perder la noción de lo que está bien y lo que está mal, pierde la voluntad, la libertad. Uno se transforma en un esclavo de la voluntad del otro", asegura.

La salida

Le costó salir de la situación de abuso, asegura, así como buscar ayuda"Fue muy difícil, fue una huida. No quisiera hablar de eso hasta que hable con el investigador, es un tema muy delicado, porque estamos hablando de potenciales testigos", aunque reconoce que podrían existir personas que sí se dieron cuenta de los hechos: "Puede ser que sí, esa es la responsabilidad de investigar lo que pasó".

"Me empecé a obsesionar con las noticias que surgieron sobre nuevos casos de abusos por parte de sacerdotes en la iglesia. Me daba cuenta de que no podía dejar de pensar en eso, de hablar de los casos, sentía un dolor enorme".

Luego de una charla a los profesores de Teología justamente de quien hoy es su abogado, comenzó el proceso de asumir y denunciar. "Se me abrió la herida, sentí una angustia que no podía controlar, no entendía qué me pasaba. En mi desesperación llamé a mi colega y gran amigo, el sacerdote Rodrigo Polanco, y le expliqué que necesitaba hablar con él. Quedamos de hacerlo el 15, un día antes del encuentro con Juan Pablo Hermosilla, pero el día anterior brotaron en mi memoria los más horrorosos recuerdos del abuso sexual sufrido y colapsé psicológicamente. Entonces volví a llamar a Rodrigo para que conversáramos de inmediato. Durante toda esa tarde del 14 de octubre fui, poco a poco, poniendo en palabras los más espantosos y dolorosos eventos del abuso que hasta ese momento lograba recordar", relata Aranda.

"El proceso de recordar es como si te volvieran a abusar, revivir el abuso sexual con todo el dolor y el horror que implicó. Recordar es muy liberador, pero al mismo tiempo, terriblemente devastador. Es un proceso duro, doloroso y siempre lo invade la angustia de que, tal vez, no lo logre. Una vez le dije a Rodrigo: 'si no logro sobrevivir... cuenta mi historia'", confiesa.

Recuerda que "Fui al encuentro con Juan Pablo Hermosilla, no tenía nada decidido, pero le pedí a Rodrigo que se sentara al lado mío, y cuando el abogado comenzó a hablar de ejemplos concretos de abuso, muy impactantes, sentí cómo me iba reflejando en esas historias, en esas estructuras de abuso, de eventos abusivos. Cuando se dio la palabra para intervenir, sentí la necesidad de compartirlo con esa veintena de colegas. No me acuerdo de nada, de hecho, ellos me han contado lo que dije".

"Dicen que di las gracias a Juan Pablo, hablé de que me sentía muy adolorida, por lo que contó de otras víctimas y que sentía su dolor en carne propia, dije que yo también había sido abusada sexualmente por un sacerdote. La reunión colapsó, se produjo un silencio, Juan Pablo tomó la palabra, me acogió y me dijo algo que me quedó grabado: 'De esto se puede salir y salir bien, hay esperanza'. En una verdadera procesión, mis colegas se acercaron con gestos de cariño y apoyo que todavía me emocionan, uno a uno. Sentí que más allá de una comunidad académica, somos un grupo humano capaz de acoger una experiencia así. Esa fue la primera vez en mi vida que hice pública mi experiencia de abuso", cuenta Marcela Aranda.

La denuncia

"Ahí comenzó un proceso muy doloroso, siempre apoyada por mi amigo Rodrigo Polanco (...) Empezaron a emerger otros recuerdos desordenados, muy intensos y que me fueron desgastando cada vez más".

Recién en noviembre pasado fue a conversar con el abogado Juan Pablo Hermosilla, "le relaté los abusos. (...) Me quebré muchas veces, no es fácil reconstruir los hechos, no solo por la carga emocional, sino porque los recuerdos no emergen linealmente. En conjunto decidimos iniciar una denuncia eclesiástica en la oficina de escucha que monseñor Scicluna dejó en Chile. Nos recibió una de las encargadas, Josefina Martínez, le entregué mi relato escrito y hablamos casi dos horas, ahí quedaron estampados los abusos horrorosos a los que fui sometida por tantos años. A cambio recibí un cariño, una acogida, sentí que ella sentía mi dolor", relata.

"Me anima buscar verdad y justicia, soy parte de la Iglesia y responsable por ella también. Soy profesora de Teología y sigo siendo católica con todas las dudas que me han invadido, las faltas de confianza, la rabia. Obviamente que estos hechos me cuestionan mucho la fe y la confianza. El abuso no destruye una parte de uno, te destruye entero, incluida la fe. Quería que fuera la Iglesia a la que pertenezco la que primero acogiera mi denuncia y tuviera la oportunidad de investigar, transparentar y sancionar estos terribles abusos de que fui objeto", dice.

"Con esta denuncia y al mostrarme públicamente, busco verdad y justicia. Eso es indispensable para mi sanación personal y para que yo pueda empezar a vivir de una manera humana y digna. En este momento, yo solo sobrevivo. Quiero también que otras mujeres puedan hacer un proceso, aunque doloroso y difícil, pero sanador como el mío y se animen a denunciar los abusos recibidos. Y espero que sea una oportunidad única para la Compañía de Jesús después de todo lo que ha pasado en la Iglesia, de poder realizar ellos una investigación transparente, diligente y completa que permita comprender cómo algo tan espantoso pudo ocurrir durante tantos años y, tal vez, pueda seguir ocurriendo en muchas partes aún. Se tienen que asumir todas las responsabilidades que hubo", señala como justificación de su denuncia.

El proceso eclesial se encuentra en tierra derecha y ha contado con activa participación de la propia congregación de los jesuitas, a la que pertenecía el padre Renato Poblete. La denuncia, ha significado un duro golpe al interior de la propia iglesia y de quienes vieron en el cura Poblete, un símbolo de la solidaridad, la cara positiva de la Iglesia católica en nuestro país.