Oh I'm just counting

Una visión socialista del tema militar. Por Camilo Escalona Vice Presidente del PS

Dentro de las lamentables consecuencias del golpe de Estado de 1973, se incluye la violenta interrupción de las relaciones de respeto y cooperación sobre la defensa del país y la realidad nacional, que se habían gestado entre diversos representantes de los partidos de izquierda con los mandos institucionales de las Fuerzas Armadas.
 
Por el contrario, desde 1970, la derecha tenía la responsabilidad que un comando de iracundos jóvenes de ese sector, que incluso formaron parte de la campaña presidencial de Jorge Alessandri, fueran los autores del asesinato del general Rene Schneider, Comandante en Jefe del Ejército, cometido en octubre de 1970, en la ciudad de Santiago. Esa acción terrorista fue resultado directo del odio creado por la conjura golpista ante el triunfo electoral de Salvador Allende y su objetivo era provocar un cruento Golpe de Estado.
 
Por eso, la derecha de inmediato señaló que el plan “marxista” consistía en “descabezar” el Ejército, por el contrario, apenas ratificado por el Congreso Pleno, Salvador Allende como Presidente electo pidió al Jefe de Estado que terminaba su mandato, Eduardo Frei Montalva, que se respetara la primera antigüedad que correspondía al general Carlos Prats y asumida la Presidencia lo confirmó.
 
Luego, cuando este último renunció en agosto del 73, el Presidente Allende respetó la prelación por años de servicio y nombró a Pinochet. Ese mismo mes al cursar el retiro de César Ruiz en la FACH, designó a quien venía después, el gral Gustavo Leigh.
 
En ningún caso procedió a descabezamiento alguno ni lo encomendó a otros que lo hicieran por él. Por eso, en sus últimas palabras desde La Moneda, cuando habla de generales traidores sabía bien a que se refería. Además, en su mandato rechazó represalias que exoneraran de las filas a decenas de altos oficiales por algún ajuste de cuentas.
 
La izquierda no era el enemigo de los uniformados. Tanto era así que señoras de familias con mucha plata, de prendas costosas y lujosos automóviles fueron las que lanzaban maíz al paso de Prats y otros mandos y les gritaban “gallinas” por no dar el brutal Golpe de Estado que - en la sombra - sus mandantes esperaban.
 
Desde los libertadores Carrera, O’Higgins, Manuel Rodríguez y Ramón Freire, las fuerzas reformadoras civiles compartieron valores fundamentales de libertad e independencia para Chile con quienes asumieron la tarea militar. Así también el héroe nacional, Arturo Prat, fue un hombre de avanzada social que vistió el uniforme y supo morir por la patria.
 
Asimismo, ciudadanos progresistas de su época resistieron junto al Presidente Balmaceda y el Ejército constitucional la terrible ofensiva del cuerpo militar paralelo, creado y armado por la oligarquía, siendo derrotados y destruidos en las batallas de Con-Cón y Placilla por luchar para que el salitre diera frutos a la patria y no solo fuera apropiado por el capital foráneo.
 
La guerra civil del 91 generó secuelas de incalculables efectos históricos por la pérdida de mandos, clases y soldados que lucharon, o de quienes recibieron de los veteranos, las lecciones de la guerra del Pacífico, eso fue nefasto ya que se instaló la concepción que la guerra manda y que las bayonetas deciden, la llamada “escuela prusiana”, en la doctrina y conducción del Ejército, y en el control del Estado se instalaron feroces fuerzas reaccionarias. 
 
Fueron décadas de horrorosas masacres de obreros y campesinos, la más terrible ocurrió en la escuela Santa Maria de Iquique, en 1907, ejecutada por tropas al mando del general Silva Renard, que ametralló a una muchedumbre de trabajadores, hombres, mujeres y niños reunida por la propia autoridad en esas dependencias, calculándose cerca de tres mil víctimas. Fue una trampa cruel, una infame canallada que debe llenar de vergüenza el alma nacional.
 
Ese oscuro periodo represivo, de ineficiencia y corruptelas, concluyó con el colapso de la llamada “República parlamentaria” y una crisis política e institucional que llevó a la redacción de la Constitución de 1925 en el gobierno de Arturo Alessandri, que coexistió con una activa deliberación de la oficialidad, que entre otros efectos, generó el llamado “ruido de sables” que frenó el reajuste indebido de las dietas de los congresistas y forzó la aprobación del Código del Trabajo, entre otras reformas en el ámbito social.
 
El fundador del PS, Comodoro del Aire, Marmaduque Grove, fue activo partícipe de ese movimiento, y en los años 30, retomó esa vocación transformadora de contenido popular, liderando la República Socialista de los 12 días, en junio de 1932 y como opción presidencial del Partido, en 1938, previo al apoyo que él mismo solicitó para Pedro Aguirre Cerda y derrotar a la derecha.
También líderes históricos, como el senador socialista Raúl Ampuero, pusieron especial atención en el debate del Parlamento a la preparación y el equipamiento que permitiera al estamento castrense cumplir eficazmente con su tarea de resguardar la soberanía nacional. 
En octubre de 1969, se produjo un conato golpista, encabezado por el general Viaux, ya en retiro, que se acuarteló en el entonces Regimiento Tacna de Santiago, intentando provocar la caída del gobierno constitucional  del Presidente Frei Montalvo.
 
Ante ello, la izquierda chilena que estaba en la oposición, cerró filas en defensa del régimen democrático, rechazó el intento sedicioso y respaldó la acción de contención realizada por los mandos institucionales para resguardar la estabilidad democrática.
 
En 1970, la Unidad Popular recogió esa tradición institucional y el Presidente Allende se preocupó de materializarla con hechos concretos de su gobierno, en particular, asignaciones presupuestarias, de modo que las carencias logísticas o peticiones “reivindicativas” no fuesen manipuladas por aventureros irresponsables.
 
En la concepción de “la vía chilena” no había institución que pudiera permanecer como estanco hermético, separado de la realidad del país y ajeno “al constante devenir social”, por eso, amenazar sin base alguna que no quedaría “piedra sobre piedra” en nada ayudó a los tenaces esfuerzos de la gestión allendista, para mantener viva la tradición republicana de la doctrina Schneider.
En septiembre de 1973, la desestabilización imperialista y la traición golpista cortaron a sangre y fuego esa tradición.
 
El bombardeo de La Moneda y la criminal “caravana de la muerte”, ordenada por Pinochet a Arellano Stark, tuvieron el siniestro propósito  que esas crueles ejecuciones instalaran un foso insalvable entre las víctimas de la izquierda y sus ejecutores uniformados. Esas decenas de asesinatos se sumaron a los crímenes y torturas en el Estadio Nacional y tantos centros de horror a lo largo de Chile.
Después en septiembre de 1974, vino el asesinato del general Carlos Prats y señora en Buenos Aires, junto a la represión interna de efectivos “sospechosos” o que no acataron órdenes criminales y se impuso una doctrina castrense de sometimiento de las fuerzas populares y de idolatría a los oligarcas, dueños del país, gracias a la propia acción del régimen pinochetista.
El dictador se preocupó además que el Orlando Letelier fuese asesinado al igual que Prats con una carga explosiva de alto poder, que José Tohá muriera en prisión, sin lograr sobrevivir a las penurias y el maltrato; ambos fueron ministros de excelencia en la cartera de Defensa Nacional  y tenían conocimiento directo del turbio papel de Pinochet, como “general rastrero”, que rendía pleitesía a la autoridad civil que después derrocó y persiguió ferozmente.
Actitud muy distinta fue la mantenida por los generales Schneider y Prats que, respetando las atribuciones constitucionales del Jefe de Estado en momentos muy críticos, fueron líderes institucionales que nunca usaron su jerarquía para su conveniencia individual. 
 
El general Schneider dejó una doctrina que resolvió una grave crisis en el dilema político institucional de septiembre-octubre de 1970. Y cuando el general Prats sintió que él ya no garantizaba la cohesión institucional, en agosto de 1973, dio un paso al costado. El plan golpista que se desencadenó a continuación no fue de su responsabilidad, la CIA lo tenía listo, mucho tiempo antes.
 
En democracia, la memoria de los ex Comandantes en Jefe, generales Schneider y Prats, ha sido repuesta con lentitud y dificultades, hay una deuda con ellos, pero lo penoso es que a contrapelo de la realidad del país, siguen en dependencias castrenses retratos de criminales de lesa humanidad, condenados una y otra vez por los tribunales por atroces asesinatos contra chilen@s indefensos.
 
Es una incongruencia lamentable, debiese repararse ese agravio contra la conciencia democrática de la nación chilena, a la que causan repulsión tales individuos, cuya permanencia en esos lugares viene a ser otra grave humillación a la memoria de las víctimas.
 
En este caso el alto mando debiese recoger un auténtico clamor que brota de la profundidad del alma nacional, que indica que esos criminales son una mancha para Chile y las instituciones castrenses.
 
Al realizarse una nueva Parada Militar, en el día de las Glorias del Ejército de Chile, ojalá está petición no caiga al vacío. En memoria de las víctimas, como un acto de respeto a Schneider y Prats, por el honor institucional y el superior interés nacional.